Después de recordar que en el Marymount unos estudiantes compraron una prueba pre-Icfes, pese a lo cual sus padres les hicieron una fiesta; en Unimagdalena unos aspirantes pagaban a ‘pilos’ para que los remplazaran en las pruebas de ingreso, y en Rusia unos hinchas ridiculizaron a unas japonesas, De Zubiría dice que “los tres hechos están más relacionados de lo que creemos. Se trata de la ‘subcultura del vivo’ y ‘del atajo’, que tanto daño ha hecho a la sociedad colombiana”.

“En el fondo, es la misma que subyace al empresario que paga sobornos para conseguir contratos; la que lleva a sectores de la clase política a robarse el dinero de todos los colombianos; la que hace que efectivamente lleguemos a creer que el mundo es de los “vivos”, escribe De Zubiría Samper, también consultor en educación de ONU, en la revista Semana.

“Es una subcultura que ha impactado profundamente la estructura ética de una parte importante de la sociedad”, agrega el académico. “Estamos ante una subcultura hábilmente impulsada por un sector de la clase política que se nutre de la bajísima calidad de la educación que reciben los jóvenes. Sus responsables más claros y directos, hoy por hoy, son algunos miembros de la clase política que siembran odio y desesperanza […]. Sus prácticas maquiavélicas han terminado por destruir el tejido social”.

El artículo continúa abajo

“No son casos aislados”, insiste De Zubiría Samper. “Por eso observamos a diario personas que se cuelan en las filas, sobornan la policía para evadir multas, depositan sus dineros en pirámides para multiplicarlos en pocos días o aquellos que evaden impuestos y, al hacerlo, se roban parte de la salud y la educación de los niños colombianos”.

Pero además hace una grave advertencia en el sentido de que esta cultura en la que “todo vale” “no podrá ser superada en el corto o en el mediano plazo, ya que ha sido incorporada en las estructuras más profundas de la sociedad tras décadas de convivencia con el narcotráfico y la guerra”.

Al respecto, explica que “diversos sectores de la población vieron cómo los narcotraficantes adquirieron tierras, equipos de fútbol, empresas y representación en el Congreso. Fueron los cómplices silenciosos de sus prácticas y de sus perversos efectos en la estructura ética de la sociedad”.

Destaca que en el caso del colegio y la universidad, fueron la rectora y el rector, respectivamente, los que denunciaron los hechos, “enfrentaron a los padres de familia y […] quisieron convertirlo en un proceso formativo para los jóvenes y sus familias: ¡Felicitaciones a ellos por lo que representan!”.

“La lucha contra el ‘avivato’ tiene que ser un propósito nacional. Debe involucrar a la clase política, los medios de comunicación, las iglesias, los empresarios y las familias, entre otros. Pero la debemos liderar quienes sabemos modificar las actitudes y los comportamientos humanos: principalmente los artistas y los educadores”, agrega De Zubiría.

Para terminar, asegura que la lucha por el cambio cultural no está en manos de los políticos, en primera instancia, sino en el liderazgo de los educadores. “Los políticos tendrán que aprehender de nosotros y no al revés. Ellos son una de las causas esenciales del problema ético y cultural. Por eso mismo, no serán quienes lideren su solución”.