Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra “fueron vilmente asesinados, no se puede negar”, se apresura a advertir la columnista, al tiempo que reconoce que su escrito puede resultar “harto, nada popular”, porque “el dolor y el victimismo producen muchísimos adeptos”.

Pero inmediatamente después asegura que los tres “iban detrás de la noticia en un terreno peligroso donde las mismas autoridades ecuatorianas advirtieron que de allí en adelante viajaban sin que les pudieran garantizar sus vidas”.

“Asumían un grave peligro”, dice Gloria H. y compara el caso de los tres comunicadores ecuatorianos con el de Íngrid Betancourt, “a la que le avisaron del peligro que corría si continuaba su ruta”, y terminó en uno de los secuestros más sonados de las Farc.

Para ella, los Estados “advierten de su incapacidad, su flojera, su debilidad […] para proteger la vida de sus conciudadanos. Marcan el límite donde son conscientes de su impotencia”, y remarca que, pese a esto, “algunos se arriesgan, desafían el peligro”.

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Por eso, se pregunta: “¿Ego?, ¿protagonismo?, ¿deseos de servir? La respuesta puede ser múltiple. Pero nadie puede desconocer que es una osadía donde ponen en riesgos sus vidas y (muy delicado) colocan en situaciones muy complejas a sus países. […] ¿Se justifica este riesgo y consecuencias por la información?”.

Y en una escala ascendente, su análisis deriva en crítica: “He creído que el protagonismo (o narcisismo) de algunas profesiones (políticos y periodistas por ejemplo) los catapulta a creer que ‘su verdad’ o ‘su intención’ prima sobre el bien común. Sí, el mundo es de valientes y osados, pero también medir las consecuencias de ciertas osadías puede ser signo de consideración y humildad. Hay llanto por los periodistas del Ecuador. ¿Se hubiera podido evitar? ¿La información que buscaban justifica el sacrificio de sus vidas?”.

En su lista de interrogantes, incluye otros tres que avivan aún más el debate: “¿Un periodista, un político o cualquier profesional tienen derecho y autonomía para ‘arrinconar’ un país a nombre de su profesión o actividad pública? ¿Existen consecuencias para acciones individuales que desafían normas vigentes? ¿Y si no hubieran sido periodistas los secuestrados, habría generado el mismo movimiento, la misma indignación, la misma reacción?”.

Pero Gloria H. no es la única que vislumbra osadía en la acción de los periodistas de El Comercio. En El Espectador, Aura Lucía Mera dedica su columna al triple homicidio, enmarcado en el hecho de que el narcotráfico no tiene fronteras, y en ella también incluye un rastro de ese atrevimiento.

“Ecuatorianos y colombianos lloramos la muerte de estos periodistas, que simplemente querían investigar o acercarse a esa medusa de mil cabezas. Se arriesgaron demasiado. Resultaron incómodos y perdieron la vida sin que le importaran a ningún capo internacional”, escribe Mera.

En el mismo diario para el que trabajaban Ortega, Rivas y Segarra, la columnista Susana Cordero de Espinosa comienza su escrito con el poema ‘Los heraldos negros’, de César Vallejo, y lo cierra también con un poético párrafo que esboza la idea de que hubo un exceso, aunque no precisa de quién…

“El sin sentido de su muerte nos obliga a luchar contra el sin sentido de nuestra vida. Vivimos el arte de volver la existencia superficial y frívola; en la práctica actual de banalizarlo todo, vida y muerte se reducen a la noticia, superada por otra y otra y otra, hasta el anonadamiento; al volver a la cotidianidad, buscamos protegernos, mentirnos, olvidar cómo nos sobrevuelan consecuencias terribles de tanta egoísta imprevisión, de pactos ocultos, de mentiras oídas, de silencios que también se escuchan […]”.