“Piedad, Piedad: ¡los niños! Ese carro mató a los niños”. La exclamación la escucharon la mayoría de los vecinos del sector Nuevo Mundo, de la vereda La Josefina, en San Luis.

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“Piedad, Piedad: ¡los niños!”. Saidy Naranjo repitió el nombre de su vecina varias veces. También describió, entre gritos, esta imagen que vio ayer sobre las 6 de la mañana en un costado de la autopista Medellín-Bogotá: un carro, tipo furgón, estaba boca arriba; de este salía una mujer, quien conducía. Alrededor, en el suelo, yacían cuatro niños uniformados. Eran de la misma familia. Iban para la escuela. Un carro, dijo Saidy por tercera vez, los mató; mató a dos de los cuatro niños.

Saidy salía a esa hora rumbo a la Institución Educativa Rural La Josefina, a la altura del kilómetro 79 de esta vía nacional. Mientras tomaba a su hija de la mano escuchó un guarapazo. A pocos metros había chocado un carro. Saidy dijo: “Ah, los caminantes, seguro”. Pero no: eran los niños del colegio.

“Yo vi a cinco al principio. Ay, eran los niños del colegio”. Los gritos de Saidy fueron atendidos por Piedad Betancur. Pero ella y su esposo, segundos antes, fueron partícipes de lo ocurrido: escucharon que las ventanas crujieron. “Salí. Y seguían los gritos: ‘Piedad, Piedad: ¡los niños! Ese carro mató a los niños’. Ellos estaban ahí, tendidos, uno al pie del palo. Los otros estaban repartidos”.

Del accidente, sobre la 1 de la tarde de ayer, solo quedaba la sangre: en la tierra, en un tronco hecho astillas, en un muro despedazado, estaba tostada bajo el sol. Juan Esteban Ciro, de 13 años, matriculado en tercero; Ana Sofía Ciro, de 10 años, matriculada en segundo; Jaison Ciro, de 9 años, también en segundo; y Faber Sierra, de 6 años, matriculado en preescolar. Ninguno llegó a la escuela. Fueron atropellados antes de llegar.

Juan Esteban y Jaison murieron. Los vecinos dicen que dejaron de respirar en su traslado al hospital, en brazos de las mujeres que los llevaron. Las autoridades afirman que el primero falleció en el lugar y que el segundo en el hospital, minutos después, tras no sobrevivir a la reanimación.

“El reporte que tenemos es de un vehículo involucrado que, al parecer, según reportó la conductora, perdió los frenos. Pero de acuerdo a lo contrastado con la Policía de Carreteras, aún no se tienen los reportes periciales que nos permitan determinar que fue una perdida de frenos”, dijo muy temprano el alcalde de San Luis, Henry Suárez Jiménez, luego de anunciar el deceso de dos de los menores.

Saidy actualiza esa imagen más tarde, en el lugar de los hechos: “La señora estaba en shock. Lloraba mucho. Le pongo 38 o 40 años. Dijo que iba sola, que se quedó sin frenos. ¿No te habrás dormido? ‘No, no, no. Me quedé sin frenos’, me respondió”. Minutos después llegó la Policía. La ambulancia del pueblo no apareció. De los niños, que fueron llevados en un carro particular al Hospital San Rafael, se supo luego: dos murieron; Ana Sofía estaba grave; el chiquito, Faber, al parecer estaba ileso.

La noticia fue un trago amargo para esta vereda, San Luis y todo el Oriente antioqueño. Las emisoras locales abrieron los micrófonos para que el alcalde, concejales y profesoras hablaran sobre lo ocurrido. En los medios había revuelo: prensa, radio y televisión; el accidente y la posterior muerte de los niños se reseñaron en todos los formatos. Pero no hay formato que recoja el dolor de una imagen que protagoniza Saidy, la vecina que vio todo al principio. “Yo tengo los bolsos de los niños. El de la niña, que se tambaleaba después del choque, pesaba mucho. Venga. Venga, que aquí los tengo”. En fila, la mujer saca las mochilas. Las ubica. Presenta, de alguna forma, los sueños de los niños: los cuadernos y colores que están dentro, que no se ven, pero se sienten. “La negrita, de Nike, era la de Juan Esteban; la de Spiderman, esa rojita con azul, era la de Jaison”. La de Faber está rota, podrían salirse los colores; la de Ana Sofía, blanca y de círculos negros, de cuerina, tiene sangre.

“Ella estaba bien, pero no se podía tener. Sangraba. Yo les quité los morrales. Eran muy vulnerables”.

Los cuatro niños eran primos. Vivían juntos: Juan Esteban y Ana Sofía eran hermanos; igual Jaison y Faber. Vivían con su abuela Ismenia Lucía Pamplona, que los crió, y Luisa Fernanda Ciro Pamplona, hija de Ismenia y tía de los niños. Ella, de 15 años, parece más su hermana mayor. Los niños alcanzaron a caminar poco, menos de un kilómetro, rumbo a la escuela. Cuando pasaban por el sector de Nuevo Mundo, cerca de las casas de Saidy y Piedad, en la casa familiar supieron de la tragedia. Quieta y sentada, de mirada inexpresiva, cansada de llorar, así lo cuenta Luisa Fernanda afuera de Urgencias del Hospital San Rafael.

“Ellos a diario salían juntos a estudiar. Yo era como la hermana mayor. Me levantaba a despacharlos con mi mamá. Siempre vivieron con nosotros, desde pequeños los hemos tenido”, cuenta. Un muchacho las puso al tanto de la tragedia. Salió su mamá, Ismenia Lucía, y luego partió ella. “Que un carro los había atropellado”. Eran juiciosos y contentos, dice Luisa Fernanda en automático, rodeada de familiares, en una cafetería. “Sí, juiciosos y contentos. Los criamos desde chiquitos”, dice ella, también chiquita, quien dejó de estudiar una vez aprobó la primaria.

A media hora, en La Josefina, saben lo que la familia afuera del centro médico: a Ana Sofía y Faber los remitieron a Medellín para someterlos a exámenes médicos, para verificar, aseguró el alcalde, que no presentaran ninguna afectación. “A mí mamá la tenemos descansando, está muy afectada”, sostiene María Ciro Pamplona, hermana de Luisa Fernanda, y tía de los niños. “Las exequias serán mañana. El alcalde dijo que están acelerando todo para que nos los entreguen; serán entre las 3 y las 4 de la tarde”. Esto, no tienen que decirlo las hermanas Ciro Pamplona, fue una tragedia. Y de eso, dice luego María, no se vuelve.

En La Josefina están al tanto los vecinos y también las profesoras. La sede de la institución, casi vacía, suspendió las clases. Había luto ayer y lo habrá hoy, como una declaración formal de las directivas, “pero habrá luto mucho rato, porque los niños están muy afectados”, cuenta Diana Restrepo, una de las maestras. Ella y otro par de profesoras, sentadas, con fotografías de los niños que murieron, decoran una especie de obituarios de papel. Los usarán para un homenaje que tendrá lugar una vez lleguen los niños a la capilla, que queda a unos metros, pegada del colegio. Todas lucen acontecidas. Aún no dimensionan lo ocurrido.

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“Eran demasiado amorosos, atentos y amables con los demás niños. Yo los tuve cuando estaban en una vereda: alegres y muy creativos, demasiado”, dice Yolima Pérez, otra maestra. “Juan Esteban era muy respetuoso. Como era el más grande, se hacía cargo de volver a casa con los otros niños. A veces, se quedaba jugando canicas hasta la tarde y ellos lo esperaban”, cuentan, en conjunto, Diana y Yolima, que no ocultan la vulnerabilidad de los niños y las dificultades por las que pasaban en casa. Las profesoras exhiben fotografías de los niños; muestran las imágenes desde sus teléfonos, pero no las comparten: en unas, se les ve a cada pareja de hermanos con hojas blancas y colores en mano; en otras, se les ve a los cuatro primos atendiendo clase juntos.

Antony Herrera, de 12 años y vecino del accidente, no compartía curso con ninguno de los niños pero los conocía de la escuela. Allí, donde estudian 221 muchachos, jugaban canicas. Y también lo hacían en el pedazo de tierra que hace de frontera entre las casas construidas en el sector del Nuevo Mundo y la Medellín-Bogotá. Allí no hay que medir distancias: la autopista, por donde pasan tractomulas, camiones gigantes y otros vehículos a alta velocidad, queda a menos de tres pies. El viento golpea fuerte la cara de quien se para en ese extremo. Un camión, hace un mes, atropelló a una menor y la dejó cuadripléjica, dicen en la zona.

Esta vez la conductora no huyó. Afrontará un proceso de investigación, porque pudo haberse tratado de un microsueño. Lo que piden en la zona es que las autoridades habiliten una ruta de buses para los estudiantes. Ya han solicitado el servicio antes, pero no ha sido posible. “Que no hay presupuesto, eso es lo que nos dice el alcalde”, afirman cerca de la escuela. El mandatario dice que el contrato para prestar ese servicio está en proceso. Antony, que tuvo que darle de comer a los animales antes de salir para el colegio, dice que estuvo a punto de engrosar la tragedia. “Si yo salgo en ese momento, me coge el carro. Me demoré un poquito más amarrándome los zapatos”.

Hay luto en San Luis. Porque, como dijo Saidy y como escuchó luego Piedad, un carro mató a los niños.