La invitada en esta entrega del blog es Diana María Cárdenas Azuaje, docente e investigadora de la ciudad de Bogotá, Colombia, que desde su área de conocimiento le aporta a la escena metalera colombiana, siendo una de muchas mujeres metaleras que desde diversos roles son parte fundamental de este espacio alternativo, porque como ella bien nos lo hace saber, las escenas no solo están conformadas por las bandas y sus integrantes.

Fue una de las organizadoras del Congreso Devenir Monstruo de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, donde también fue ponente en la línea ‘Deconstruyendo el Monstruo: estudios de género en la música extrema’, y es integrante de la Red de Investigadores/as Colombianos sobre Metal y Rock – Ricmyr.

El director de Metal to the Bone, Jesús Córdoba, tuvo la oportunidad de hablar con ella sobre esa decisión de ver al metal como su objeto de estudio y si esa relación del género musical con la academia debería o no darse, su tesis ‘Representaciones Sociales de la Mujer en la Cultura del Metal en Bogotá’, las mujeres dentro de la escena colombiana, la resistencia dentro del metal hacia el feminismo y mucho más.

¿Qué nos puedes compartir acerca de tu primer acercamiento con el metal?

Recuerdo algo particular, cuando era niña de unos 10 o 12 años, nos cuidaban en un jardín infantil (a mí y a mi hermana) y el hijo de la dueña de este lugar (unos años mayor que yo) solía colocar algunos discos de Poison, Mötley Crüe, Guns N’ Roses y demás, recuerdo que esos ritmos me gustaban mucho, pero no sabía de qué se trataba.

Unos años más tarde, ya hacia los 14 años, uno de mis primos era súper fanático de Queen, Guns N’ Roses, Led Zeppelin y Deep Purple entre otros, y compartimos algunas canciones. Recuerdo que cuando pude comprar música original (muchos años después), uno de los primeros CD que compré fue uno que él me prestó alguna vez (Mötley Crüe) y me encanta su sonido hasta la fecha. Ya en la adolescencia, un vecino irrumpe en la cotidianidad con sus camisetas, sus aretes, su pelo, etc.

Empezamos a hablar, venía a hacer visita a la casa y traía sus casetes para mostrarme, pero yo, a los 16 años, no tenía ni idea de eso. Lo primero que trajo fue un casete de Acutor, lo puso en mi equipo y era una cosa estridente que me sorprendió, y él siguió trayendo música. Una de las primeras cosas que me impresionó fue Therion con ese sonido tan poderoso alternando guitarras eléctricas, violines, voces de opera, etc.

He tratado de ser muy juiciosa con la discografía de esa banda ya que desde esa época el sonido de esta banda me ha gustado. Además, fue el primer concierto al que asistí, incluso fui un poco a escondidas para asistir, fue el primer concierto de Therion en Bogotá, en el teatro Jorge Eliecer Gaitán.

Por el 2000 escuchaba canciones de Metallica, Aerosmith, Poison y Black Sabbath, pero sin adentrarme a álbumes completos. Luego vino otro novio que era muy black metalero y me acerqué un poco a esos sonidos, aunque no me eran tan atractivos. También a través de amigos iban llegando muchas cosas como Judas Priest y Iron Maiden, de todo un poco, y creo que sigue así la cuestión hoy en día.

¿En qué momento decides vincular el metal a tus estudios académicos?

Cuando pienso en hacer un programa de posgrado, teniendo muy claro que debía ser algo que me apasionara y me gustara tanto como para trasnochar y soportar la cantidad de trabajo, pensé de inmediato en el metal porque siempre me había inquietado toda la identidad, la fuerza y el performance alrededor de ese género musical, sobre todo en los conciertos. Por ejemplo Rock al Parque es una cosa brutal para analizar ese tipo de apuestas simbólicas. Así que decidí irme por ese lado. En la maestría les gustan temas innovadores y me presenté con la propuesta de investigación un poco temerosa de que existiera rechazo, pero a la vez muy segura de que era un tema muy llamativo. Estamos hablando del año 2010. Fue la oportunidad de profundizar en un gusto y analizarlo desde otra perspectiva, poner la academia al servicio del metal, no el metal al servicio de la academia.

Hablábamos en estos días sobre esa relación de academia y metal, ¿si debería darse o no, en qué sentido debe tomarse?

Hay un argumento muy válido y es esa noción de que el metal es contracultural, que está en el margen (por eso es tan señalado), por lo que comparto, hasta cierto punto, pensar que el metal cuando se empieza a estudiar es como normalizarlo; pero también pienso, desde el lado de la academia, que analizarlo es la oportunidad de ver en esas áreas oscuras porque estoy plenamente convencida de que la gente procede con mucho rechazo y satanización frente a lo que no entiende y no conoce, y al explicar en términos históricos, sociológicos y antropológicos cuáles son las dinámicas del metal, va a permitir que la gente comprenda un poco más y deje de satanizar ciertos comportamientos.

El no entender los gustos sobre la ropa negra y las razones para escuchar “esa música tan rápida y con esas guitarras tan ruidosas”, contribuye mucho a la exclusión y a la satanización. Seguramente muchos de nosotros nos vinculamos al metal porque era distinto. El argumento de que pueda ser encuadrado y poner el metal dentro de la normalidad, es a lo que puede conllevar, pero no lo único, este tipo de investigaciones; pero también está el otro punto de vista acerca de conocer más a fondo las dinámicas propias del metal.

¿Cuál fue ese detonante que hizo que empezaras a cuestionar a través de los estudios de género las dinámicas desiguales frente a la participación de las mujeres en el metal? ¿Fueron lecturas feministas o qué motivó ese camino?

Siempre fue primero el metal. Mi propia construcción de identidad me permitía tener unas ideas y hacer unas afirmaciones frente a eso. Luego, con otras amigas, empiezas a identificar que hay historias personales comunes, todas alrededor del metal. Yo sentía que el metal, a diferencia de otros géneros musicales, te permitía entrar en igualdad de condiciones con los hombres, te daba una mirada más compleja o menos convencional de la realidad. Estaba plenamente convencida de eso.

Me parecía que las mujeres teníamos en esos espacios metaleros la oportunidad de ser distintas, más fuertes (esa era mi hipótesis al principio), estaba absolutamente convencida. Quería verificar eso y exaltar la presencia nuestra y adentrarme en nuestra comprensión de mundo como mujeres desde el metal, y para mí no era todavía tan evidente, ni tan determinante que esto fuera muy masculino.

Son muy particulares las cosas que uno normaliza, no solo en el metal, sino en la cotidianidad, entonces quería verificar que lo que sentía y pensaba era real para otras mujeres porque lo veía en algunas de mis amigas, pero quería mirarlo en otras mujeres, observar qué pasaba, si era la misma construcción. A partir de ahí se establece este tema de la representación social, ese compartir.

Pasemos a tu tesis ‘Representaciones Sociales de la Mujer en la Cultura del Metal en Bogotá’.

La idea del trabajo era saber desde las propias mujeres (no estamos hablando desde afuera), cómo ellas se definían como mujeres metaleras, qué influencia tenía el metal en esa construcción que tenían de imagen y de mujer. Escogí una orientación referente a las representaciones sociales porque me parece que daba los elementos para poder interpretar eso y una de esas variantes de las representaciones es la teoría estructural de las representaciones sociales de Abric. Hay una jerarquía, unos elementos centrales: el núcleo central de la representación y unos elementos periféricos. Esto me permitía saber qué lugar ocupaban ciertas cosas dentro de esa representación del ser mujer. Para eso hice entrevistas donde traté de tomar mujeres de todas las localidades de Bogotá, de diferentes edades.

Fue muy diverso el escenario de las entrevistas y por eso la muestra es diversa ya que son mujeres con distintas ocupaciones, distintos niveles de formación, que pertenecen a distintos niveles socioeconómicos, mujeres conocidas de la escena y otras desconocidas. Tienes el punto de vista de la estrella, de la chica que hasta ahora comienza como intérprete, de aquella que simplemente va a un concierto -hubo una chica que recuerdo mucho, de lo más impresionante de la muestra, ya que sabía mucho de música y tenía una clara línea histórica de la evolución del metal en Bogotá y cómo ha sido para las mujeres, algo impresionante-.

Luego recogí esas narrativas utilizando entrevistas semiestructuradas y complementando con un método denominado cartas asociativas donde tú le mencionas una palabra a la persona y ella tiene que decirte dos o tres cosas que se le vengan a la mente; se procesó y transcribió todo.

Finalmente se arrojaron unas conclusiones interesantes, pero quedé con un sinsabor frente a los resultados de la investigación, pues la hipótesis inicial fue refutada y me empecé a dar cuenta de que las mujeres estábamos excluidas. Comenzó a coincidir este tema del machismo, el estereotipo de la “groupie” y otras formas en las que las mismas mujeres tenemos tipologías sobre nosotras mismas dentro de las escenas metaleras, y me di cuenta que en definitiva no estábamos en igualdad de condiciones.

El hecho de tener un lenguaje soez, que lo pudiera utilizar y no me dijeran nada no quería decir que estuviera en igualdad de condiciones; que pudiera utilizar cierta indumentaria sin que nadie me dijera nada no quiere decir que yo estuviese en igualdad de condiciones, porque hay muchas cosas que trascienden eso y hay comportamientos nocivos que se han normalizado. También me di cuenta de cómo nosotras mismas reforzamos esas divisiones y esos estereotipos. Fue triste verlo. Me impresionó mucho el tema religioso (en eso sí tuve razón), es una ruptura supremamente fuerte, siempre he creído que el metal te dota de mucha fuerza y criterio. Fue triste por un lado, pero satisfactorio también por el otro.

En ese tiempo (2010-2012) solo había una investigación relacionada con metal y mujeres, pero específicamente en el death metal, hecha por María Carolina Hernández, no había nada más. El resto eran investigaciones sobre jóvenes, por ejemplo la investigación de Germán Gómez enfocada al tema de tribus urbanas o la de Carlos Reina, mi jurado, que abordaba el tema histórico. En el exterior sí había algunas cosas, por ejemplo en México los estudios de Priscilla Merarit Viera. El enfoque teórico y metodológico me dio luces para mirar por donde llevar la investigación porque era muy difícil, si tienes una referencia tú puedes ir mirando cosas, pero cuando no hay nada la cuestión es compleja. Tuve bastante ayuda de varios profesores de la maestría y de una gran amiga que prácticamente fue mi directora de tesis, me acompañó a hacer entrevistas, a procesar e hizo una lectura muy juiciosa, cosa que le agradezco infinitamente.

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¿Por qué crees que dentro del metal hay tanta resistencia para darle la bienvenida a los feminismos?

Son muchas cosas. Lo primero es que el metal es hijo de un sistema social, por lo que es innegable que tenga muchos elementos de ese sistema, incluso cuando miras por ejemplo en la estructura de las representaciones de la investigación que hice, eso es lo que tú ves, una permeabilidad de cosas entre el metal y lo que podríamos denominar el sistema social general. Siendo hijo de este sistema patriarcal, así se comporta y debe tener algunos de esos elementos, y uno de ellos es el machismo dentro de esa estructura patriarcal.

Lo segundo es que el feminismo ha sido tan señalado y satanizado que el enunciarse desde ahí, para muchos y para muchas, les resta seriedad y valor. Las mujeres, al ser señaladas como “feminazis”, que les digan que están locas o por la fama de que la feminista es lesbiana, “machorra”, prefieren no hablar de eso y matizarlo con otra cosa, aunque tengan posiciones que son claramente feministas. Sin embargo, no lo reconocen, hay una resistencia discursiva desde las mujeres y los hombres.

Cuál es la amenaza para quienes nos encontramos en esta comunidad metalera de reconocer que hay unos problemas, que cosifican a las mujeres, que existen unos lugares de subalternidad entre los géneros que se reproducen a todos los niveles dentro de las comunidades metaleras, entre muchas otras cuestiones. Hay un tema con las violencias de género preocupante. Dentro de las escenas metaleras existen unas prácticas o “rituales” particulares de los que en muchos casos se pueden desprender todo tipo de violencias, pero nadie quiere que se le cuestione, pues seguramente han desempeñado roles decisivos en las dinámicas de violencias a favor o en contra.

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¿Cómo está Colombia en materia de participación de mujeres dentro de sus escenas metaleras?

Siempre hemos estado en las escenas como consumidoras. Ahora, llevando la discusión hacia espacios más públicos con las intérpretes, organizadoras de eventos, productoras y demás, ha ido creciendo, incluso esa información la pude confirmar con lo que me dijeron las chicas en la investigación. Desde finales de los 90 empiezan a aparecer en un grupo de cinco chicos una chica, no en todos, pero donde se daba aparecían una o dos chicas.

Muchas no continúan porque también es un tema que muchas veces se asocia con lo adolescente, el decir de muchas y muchos es: “soy adulta, ya no visto de negro ni escucho esa música”. Pero la presencia sí ha ido creciendo, es como si antes fuera una cosa meramente decorativa, hasta sospechosa, pero progresivamente ha ido ganando más credibilidad. Alguien me decía que iba a un concierto de “x” banda solo porque quería verle el cuerpo a la integrante de la banda, que no le interesaba si tocaba o no.

Una vez vi una banda conformada por mujeres y me parecía que la estética que vendían era una muy tropical, de orquesta, incluso su lenguaje corporal era particular; me irritaba esa cuestión, hace ya varios años, porque es ese tipo de cosas lo que hace que a uno lo asocien con lo erótico o lo exótico, ese tema de venderse, como eres chica en una escena masculinizada (para una mirada masculina), te tienes que vender mostrando todo. Antes de que iniciara la pandemia, fui a un toque de solo bandas de chicas y era algo completamente distinto porque tenían un performance que no tenía nada que ver con el ejemplo anterior.

Tiene que ver mucho la intencionalidad, si quieres ser un producto “vendible” o consumible adoptas una estética y unos tonos particulares, pero si no te quieres vender desde el estereotipo sexual y sí quieres tener tu banda, creyendo en un proyecto serio, lo haces de otra manera.

En términos de fotografía, revistas, fanzines y podcast, se disparó la presencia de mujeres, lo que confirma que estar en una banda no es el único lugar, por lo que quiero hacer un llamado para que tengan presente que ese no es el único lugar para investigar.

La gente muchas veces cuando habla de la escena, solo tiene en mente a las bandas, que evidentemente son importantes, pero dónde está la gente que compra la música, que se pone la camiseta, que paga la boleta de un concierto, ¿esos no figuran? En mi tesis quería contrastar esas visiones.

Es importante hacer estudios sobre las bandas, pero ellas van a seguir ahí, como productos culturales, pero no podemos continuar jerarquizando e invisibilizando a quienes contribuyen con su dinero, con sus colecciones, con sus apuestas desde otros lugares a que se mantengan las escenas metaleras.

En definitiva, siempre hemos estado como consumidoras, pero cada vez más somos un poco más protagonistas desde diferentes aristas, porque nos hemos peleado el lugar. Las chicas están tomándose los espacios, creando bandas, tomando fotos, incluso hay proyectos de parejas que trabajan desde el metal todo el tiempo.

Norma García le mencionaba al blog la existencia de un artículo en Facebook, ‘La dictadura de la inclusión, y la domesticación del metal(ero)’, que está en contra de los procesos de inclusión dentro del metal. Sé que tú lo has leído, ¿qué opinión te merece lo consignado en ese texto?

Considero que defender a las minorías no es una obligación, simplemente se trata de ampliar el espectro de interpretación sobre los sujetos, reconocernos y reconocerlos diversos, cada uno con los mismos derechos de ser y estar, sin que nadie tenga que descalificar o jerarquizar a nadie. Hay una preocupación por ser “paria” si no se habla desde la inclusión, en esa medida, es preferible que los demás lo sigan siendo y yo los pueda seguir descalificando.

¿Qué hay de malo con la diversidad? ¿Por qué los parámetros binarios y jerárquicos de las industrias culturales deben mantenerse inmutables? Si el metal habla de “lo que preferimos ignorar”, ¿por qué hay espectros de la realidad que se deben mantener en silencio? ¿Todas las críticas no son válidas? No es coherente seguir pensando el mundo con categorías del siglo XVI, las obras de arte son producto de un contexto, sin embargo, en la actualidad nuestro contexto se va transformando y no podemos reescribir el pasado, pero sí podemos repensarlo desde otros parámetros de análisis dejando de lado la romantización que recae sobre algunas obras.

Fanatismo es lo que producen este tipo de dicotomías en las que se ve el mundo dividido entre malos y buenos, se desconocen las zonas grises y se utilizan todo tipo de argumentos para descalificar a unos y otros. Cada uno piensa estar del lado correcto de la historia. ¿Qué modelos de pensamiento son deseables, los inmutables y jerarquizados?

¿Denunciando? Como si se tratara de un delito cuestionar las dinámicas jerarquizadas, racistas, heteronormativas y binarias bajo las que descansa el orden social imperante, no se trata de tráfico de armas o drogas… se trata de ampliar el espectro de interpretación.

Se acogen categorías como ‘bullying’ para designar una protesta justificada pero no se aceptan otras… caben nuevas interpretaciones para desestimar argumentos, pero no para dar oportunidad a discutir sobre otros.

Se llevan las construcciones de género al terreno de una “precaria” ejecución musical, en definitiva, cada quien escucha lo que le gusta, compone e interpreta la música como le parece y también cada quien decide si descalificar o no a las y los artistas por su producción artística o por sus comportamientos personales, de entrada la discusión no se puede quedar en la descalificación per se, bajo la bandera de ser o no políticamente correctos.

Somos integrantes de la Red de Investigadores/as Colombianos sobre Metal y Rock – Ricmyr, pero tú que eres hoy la entrevistada, y para las personas que no están familiarizadas, ¿de qué se trata esta red?

Es un grupo de personas a las cuales el metal nos apasiona y en torno a lo cual muchos nos hemos construido, pero también queremos pensarnos esto más allá de un simple gusto. Es mirar, desde varias disciplinas y distintas aristas, cómo cada uno ve este fenómeno.

Hay gente con formación académica y otra con más experiencia musical y recorrido en la escena. Es la posibilidad de llevar a otro nivel eso que nos gusta, de mirarlo académicamente porque varios somos académicos y nos apasiona. Es esa oportunidad de reunirnos con otros que sienten lo mismo y que también quieren ver al metal desde otras ópticas.

¿Cuál es la importancia de los estudios de género y qué balance puedes hacer acerca de la difusión de estudios de metal en los foros regionales que se han dado en tiempos de pandemia?

Sobre la relevancia de los estudios de género, me parece que tienen la misma relevancia de hace 11 años cuando hice la tesis. Los estudios generalmente te hablan de construcción de identidades juveniles, apropiación de espacios, estudios iconográficos, trayectoria de bandas que es algo muy romantizado y por eso es una tendencia tan fuerte. Los estudios siempre han tenido esos enfoques.

Ahora, el enfoque de género es reciente y lo he empezado a ver finalizando la década del 2010. No es muy fuerte porque al feminismo le hacen resistencia desde muchos puntos de vista y dentro del metal esa es la normalidad, aunque la academia se está abriendo mucho a los estudios de género, pero muchas veces creo que es por ser políticamente correctos. Cada vez más hay gente interesada en esto, no pensé que existiera tanta gente pensando el tema de género en estos contextos.

En cuanto a producción académica, sí se disparó durante la pandemia. Hace unos años, cuando tuve la oportunidad de salir y mirar qué era lo que se estaba haciendo (no estoy hablando de la academia anglosajona), vi muchos estudios, pero no había ningún estudio sobre género ni de mujeres en el metal, y varias mujeres participaban en los paneles socializando sus libros y trabajos. Últimamente el tema ha venido cogiendo fuerza. Siento que es muy positivo y me alegra mucho porque se están gestando nuevas formas de interpretación, nuevas rutas metodológicas, construyendo nichos de intercambio y formación. Todo esto favorecido por la utilización de tecnologías que nos han permitido un intercambio fluido de experiencias desde diversos contextos.

Otra cuestión es que los estudios utilizan mucho esas categorías de la Metal Music Studies que si bien es pionera y tiene su valor, tenemos una gran oportunidad para que nosotros, desde América Latina, creemos nuestras categorías aterrizadas a lo que somos y lo que hacemos, y dejemos de seguir la dinámica de esos discursos anglosajones, sin querer decir que son menos o son más, pero son de otro contexto y tienen otros procesos. Toda esta corriente en el sur global está bien, pero debemos lograr repensarnos desde nuestras categorías y nuestras lógicas.

Es romper con la academia anglosajona y mirar qué es lo que están haciendo nuestras bandas, cómo se están produciendo, cómo son las estéticas, cómo son las dinámicas de los públicos, cómo son los entramados simbólicos que se están tejiendo en América Latina. Es una gran oportunidad y es bueno estar desde Colombia en estos primeros pasos.

¿Qué podemos esperar de parte tuya en materia de producción académica, de futuros trabajos en estudios de género en el metal?

Quiero seguir trabajando, pese a los reparos de muchas personas. Hay mucho que explorar de los temas de género, no solo en términos de mujeres, sino también en términos de hombres, porque muchas veces la temática de género se asocia solo con mujeres y no es así. Poder analizar los tipos de masculinidad que se dan dentro del metal, poder contrastar esa hipótesis de las masculinidades cuidadoras, distintas a las masculinidades hegemónicas y que su cuidado es desde otra perspectiva.

Me parecería genial volver a hacer la misma investigación, con la misma estructura, pero con una muestra mucho más amplia; aprovechar este tema de la tecnología, los formularios de Google que permiten muchas más ventajas para poder procesar la información. No es mi prioridad, pero sería interesante poder contrastar con otros géneros musicales, sé que en el rap hay muchas investigaciones de ese talante. Hay una categoría en la que estaba trabajando, pero hay que verificarla y darle más sustento, que es el tema de las feminidades divergentes.

Me interpela mucho lo simbólico, eso que se expresa a través de las imágenes, entonces ya tengo terminado un texto que seguramente el otro año lo presentaré en México o en Colombia si hay otro congreso. Tengo otras ideas que se podrían materializar por ejemplo a través de la Ricmyr, para que nos pongamos a investigar, pero bueno, todo es una construcción que irá paso a paso.