Por: Lorraine Cristancho

La exaltación de la multitud se percibe. Cerca de 10 mil personas están gritando con ansias a la espera del siguiente grupo musical. La Ciudad de la Luna está celebrando su trigésima segunda versión de la Semana Cultural. Los reflectores apuntan a los jóvenes de la orquesta Sin Reserva. José Luis Velásquez, director del grupo musical, les da la señal de inicio. La Biblioteca Municipal está llena. Cada persona en medio del gentío busca un espacio para observar a la orquesta.

El director le da la señal a Jeison Guerra para que toque las congas. Lorena Mahecha, baterista de la banda, marca el ritmo unos segundos después junto a Leidy Giraldo, quien está a cargo de la tambora. Al son de la música entran las pianistas Lisa y Pamela Royero, en compañía de los sonidos de la guacharaca de Andrés Casallas y de las maracas de Darío Barragán. Mateo Moreno, Misael Tocarruncho y Lucho Hernández completan la melodía entonando la canción Bailando, de Enrique Iglesias.

Misael, que canta mientras se sostiene de una muleta y de la base del micrófono, sufre de parálisis en las piernas. En una ocasión tardó más de una hora en tomar un bus, ya que varios conductores no se detenían al ver que debían ayudarlo a subir.

Él no es el único que sufre la exclusión; en Colombia hay 857.132 personas en condición de discapacidad y aunque existan regulaciones como el Conpes 166 y la Ley 1618 del 2013 para que se garanticen los derechos de esta población, todavía no es suficiente, debido a que ciudades como Bogotá aún no brindan una infraestructura accesible para las personas en condición de discapacidad.

Según cifras de la Secretaría de Integración Social, en la capital colombiana hay 27.300 personas que aseguran tener dificultades permanentes para desplazarse.

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Jeison, quien toca las congas y sufrió un daño cerebral, tuvo que venir a Bogotá para continuar con su tratamiento médico porque en su ciudad natal no se le garantizó el cuidado.

Felipe, el guitarrista que padece autismo, tuvo que recibir clases por parte de su madre, en casa, dado que no encontró un colegio con docentes capacitados para formar académicamente a esta población.

A las pianistas Lisa y Pamela, quienes sufren problemas de audición, se les convierte en una tarea imposible comprender un noticiero, una telenovela o una película por la falta de subtitulación en canales como Caracol y RCN, que no siempre tienen disponible el sistema Closed Caption.

Andrés, Lucho Leidy, Lorena y Darío, que padecen una discapacidad intelectual, también se han visto afectados por la exclusión en términos de educación y porque les han negado oportunidades cuando desean presentarse con la orquesta.

A sus 34 años, José Luis Velásquez, director y creador de la banda dice que, a pesar del reconocimiento que han obtenido con el tiempo, la discriminación a Sin Reserva sigue siendo evidente.

En varias ocasiones, organizadores de eventos y festivales les cierran las puertas cuando se enteran de que los miembros del grupo son discapacitados.

José Luis recuerda que en el Festival Agroturístico del municipio de Útica ellos estaban subiendo los instrumentos al escenario y fue en ese instante cuando uno de los organizadores vio el aspecto físico de los jóvenes de la orquesta y dijo: ‘‘¡Esperen!, yo creo que estamos equivocados, ustedes de pronto van mañana temprano u otro día’’.

José Luis discutió por casi tres horas y tuvo que llamar a varias personas para que finalmente los dejaran presentarse.

En Cundinamarca, cada municipio debe garantizar desde la Alcaldía un programa dirigido a personas en condición de discapacidad. José Luis empezó dando lecciones de piano en la Casa de la Cultura de Chía. Sin embargo, la vida lo llevó a Asocadevi, la fundación que respalda el programa de discapacidad del municipio y el lugar en el que conoció a la mayoría de los integrantes del grupo musical.

El primer día renunció, tras haber conocido a los jóvenes con discapacidad severa. Recuerda que se sintió aterrorizado cuando vio que a muchos de los que debía darles clases no podían mover las manos. Él no sabía cómo enseñarles a tocar un instrumento. Al cabo de varios días de que los directivos de la fundación lo convencieron de regresar, José Luis conoció a los demás jóvenes, y se dio cuenta de que, a pesar de no tener formación para educar musicalmente a esta población, podía intentarlo.

El primer año no tuvo ningún logro, empezó enseñándoles las figuras musicales, negra, blanca y redonda; pero no dio resultados. Lo despidieron por esa razón. José Luis, con el orgullo hecho pedazos, pidió una segunda oportunidad en Asocadevi. Esta vez se las ingeniaría para que sus alumnos hicieran música. Él se dio cuenta de que no funcionaría enseñarle a tocar un instrumento a cada uno por separado, porque cuando él les diera la indicación de tocar a todos juntos no se entenderían.

Dos años después vio el primer resultado: los jóvenes habían aprendido a llevar el compás mediante palmaditas, lo que musicalmente se conoce como ‘beat’.

Motivado por su primer logro, dividió una batería por instrumentos y a cada joven le dio uno, para ella el bombo, para él el redoblante, para ella los platillos y así fue como hace 7 años empezó a surgir la idea de crear un grupo musical. José Luis siguió dictando clases en la Casa de la Cultura y fue allá donde conoció a las gemelas Royero, las pianistas de Sin Reserva.

El día en que José Luis escuchó la presentación de las hermanas Royero en la Casa de la Cultura supo que harían parte del grupo que estaba formando, así que contactó a Ana María Cabra, la madre. Lisa y Pamela tocan el piano mediante vibraciones ya que sus oídos no les permiten escuchar claramente. Por un lado, está Lisa, quien puede escuchar unos pocos sonidos y por el otro está Pamela, quien no escucha nada.

José Luis contactó a Ana María en la Casa de la Cultura, pues en ese entonces ella dictaba clases de baile en el mismo lugar. Él le propuso que sus hijas hicieran parte de Sin Reserva. Ella aceptó. El arte es algo que siempre ha estado presente en la vida de los Cabra, ha sido ese impulso el que la ha ayudado levantarse en los momentos más difíciles de su vida. A los veintiún años Ana María ya tenía a sus cuatro hijos, tres de ellos con una condición de discapacidad: Lisa y Pamela nacieron con problemas de audición y Felipe, con autismo.

La música y el baile no solo le sirvieron a Ana María, también ayudaron a su hijo Felipe. En un principio, Lisa y Pamela eran las únicas de la familia que hacían parte de la orquesta, no obstante, desde el 2017, cuando Felipe entró a Sin Reserva con su guitarra, él se convirtió en una parte importante dentro del grupo.

Victoria Olmos, directora de la institución educativa ICAL, de Chía, ha sido testigo del impacto que tiene la música en esta población, ya que 63 de sus estudiantes, incluyendo Lisa y Pamela, han desarrollado más sus sentidos al tocar un instrumento musical.

Además, cuenta que “la Alcaldía de Chía en comparación con la de otros municipios de Cundinamarca, como Tenjo y Cajicá, le invierte más a la inclusión de esta población”. En lo corrido de la administración del alcalde Leonardo Donoso, la inversión al programa de discapacidad es de 5.000 millones de pesos.

La música ha sido ese factor fundamental en la vida de cada uno de los integrantes y allegados a Sin Reserva. Este lenguaje no solo fue el medio que permitió el desarrollo de Lisa, Pamela y Felipe. También fue la vía que los llevaría a formar una familia con los demás miembros.

José Luis Velásquez tiene claro que lo más importante de este proyecto es luchar contra la exclusión por medio de la música: “Y yo he ido a conciertos con diferentes artistas y les dan camerinos y demás. Es duro ver que a mis chicos de Sin Reserva no los consienten igual por su condición. Ellos también son estrellas”.

Él sabe que la orquesta puede lograr grandes proyectos, y que a pesar de que a comienzos de este año les robaron los micrófonos, las consolas y las bases, José Luis menciona: “Sé que tendremos instrumentos pronto. Con Sin Reserva me di cuenta de que los avances toman tiempo, por esa razón el proceso continúa”.

José Luis tiene planes a futuro con Sin Reserva, como llegar a ser una orquesta reconocida en diferentes países, similar a la orquesta de Praga The Tap Tap, que se ha presentado en Londres, Madrid, Moscú y Jerusalem.

Asimismo, en Colombia también existen orquestas conformadas por jóvenes en condición de discapacidad que le están apostando a lo mismo: Sin Límites, de la Fundación homónima ubicada en Santander, y Al son de Seres, de la Fundación de Rehabilitación Integral del municipio de Anserma, Caldas.

No obstante, Velázquez sabe que va por buen camino, ya que la orquesta ha abierto conciertos a grandes artistas colombianos, como ChocQuibtown, Pipe Bueno, Jorge Celedón y Paola Jara. También, la gobernación de Cundinamarca está realizando un documental sobre la agrupación y su lucha contra la exclusión.

Esa noche, en medio del frío de la sabana cundiboyacense y después de la interpretación de canciones como Vente pa’ aca, de Ricky Martín, La bicicleta, de Carlos Vives y Duele el corazón, de Enrique Iglesias, el público que se encontraba en la Biblioteca Municipal de Chía gritaba con emoción: ‘‘¡Otra! ¡otra! ¡otra!’’. Los jóvenes de Sin Reserva eran unas estrellas.

Autor: Lorraine Cristancho, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.