Por: Sebastián Martínez Díaz

En plazas y calles es normal encontrar negocios que orgullosamente venden productos de cannabis. Por esto, siempre me ha resultado curioso pensar que la hoja de la misma planta pueda tener tantas aristas, metafóricamente hablando. El mismo verde que lleva a muchos a la cárcel puede aliviar a alguien que lo único que quiere es dejar de sufrir.

Esta planta es fácilmente reconocible: hojas tan icónicas, con bordes curvos y finas hendiduras en sus hojas puntiagudas, representan muchas cosas dependiendo de a quién se le pregunte. Se les han atribuido varios significados y se han convertido en un sinónimo de cosas opuestas entre sí: peligro y tranquilidad, delincuencia y control, vicio y alivio.

Si bien esta resulta ser una industria productiva naciente, aún muchos no están del todo convencidos con su implementación en la vida cotidiana. Algunos piensan en ella como aquella cosa que es fumada por ciertos jóvenes en los parques públicos.

Para otros, el camino del cannabis medicinal representa oportunidad y una respuesta a los retos empresariales que debe enfrentar el país. Es una industria floreciente, con mucho trecho por descubrir y con mucha bruma por disipar.

Colombia es una nación apta para el crecimiento de esta industria, muchos dirían incluso privilegiada. Esta es una de las mayores razones que permite a Colombia coquetear con inversionistas de todo el mundo. Así, estos empresarios vienen a formar empresa y añaden peso a las razones del por qué es bueno empezar a cosechar frutos de este negocio.

Más aún, mientras para unos la marihuana genera dolor, para otros lo elimina. El malestar de los cuerpos aquejados por la enfermedad es por un tiempo alivianado por esta planta. La angustia que genera su utilización contrasta con el ánimo de investigarla, venderla y usarla. ¿Quién opaca a quién? Esa es la cuestión. No sobra decir que para entender la situación hay muchas perspectivas valiosas. Todo depende de la óptica desde la que se entienda el tema.

El mundo jurídico que rodea al cannabis medicinal

Empecemos por la vía legal y luego por la burocrática. A través de la Ley 1787 de 2016 se determinó el “acceso seguro e informado al uso médico y científico del cannabis”. Esto plantea un marco jurídico integral que regula el acceso al cannabis, con el fin de permitir el cultivo y fabricación de insumos y productos de esta planta. Ya existía la Ley 30 de 1986, pero no resultó siendo del todo efectiva (debido a los grandes líos que generaba el narcotráfico en el país en su momento).

No muchos se han sentido satisfechos, así que se ha venido trabajando en ajustes normativos. Por ejemplo, con el decreto que sustituiría al existente (613 del 10 de abril de 2017), se buscaría hacer una industria más robusta en términos regulatorios.

Según Julio César Aldana, director del Instituto de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos, en Colombia la norma contempla la vigilancia de varias instancias: MinJusticia, el ICA, el Fondo Nacional de Estupefacientes, MinSalud y por supuesto, el Invima. Siendo así, todas las actividades asociadas a la industria del cannabis están estrictamente reguladas desde los distintos frentes de competencia del gobierno nacional. Los productos avalados, como el THC (componente sicoactivo) y el CBD (no sicoactivo), están respaldados por estudios que sustentan su seguridad para los usos que se autoricen en el registro sanitario.

Ahora, en cuanto a vías procedurales de aplicación de iniciativas productivas en el contexto colombiano, hay mucha tela que cortar. Por ejemplo, se deben tramitar licencias. Estos permisos, que el Estado le exige a las empresas productoras, son extenuantes y toman tiempo. La demora en los trámites, según lo asegura el viceministro de Salud, Iván González, en un artículo de Portafolio, se debe a que el número de solicitudes de licencias ha incrementado.

 “Esto se ha traducido en mayor tiempo de respuesta. (…) A este Ministerio le ha costado ir al ritmo”, dice el viceministro.

Siendo así, a pesar del potencial de las condiciones agrícolas para el cultivo, los excesos de burocratización son dificultades que el sector debe eludir si quiere triunfar. Además, lo queramos o no, esta carrera frenética en la industria no va a parar pronto. Si ya los empresarios y la opinión pública destacan las bondades de la planta y el dinamismo que puede traer a la economía, ¿por qué no prestarle atención?

Mercado y negocio fotos

Nuevas empresas se suben cada día a este tren germinal y aportan a la construcción de una hoja de ruta científica, legal, tecnológica y comercial. En el marco del Foro Semana: Discusiones éticas en torno al Cannabis Medicinal, Rodrigo Arcila Gómez (presidente de la Asociación Colombiana de Industria de Cannabis, Asocolcanna) comentó que el país tiene muchas posibilidades industriales, y que se ha venido desarrollando un trabajo muy responsable al respecto, aunque se necesite avanzar mucho más.

“Colombia es, con 53 hectáreas que en este momento tenemos, según un estudio de Fedesarrollo que contratamos, la extensión más grande de producción en cannabis que hay en el mundo. No en este momento, pero ya para el 2020 y el 2025 las hectáreas pueden llegar a 440 y a futuro pueden llegar hasta muchísimo más”, dice Arcila, con la pasión de una persona que ha trabajado en este proyecto desde hace mucho tiempo.

“Este tema tiene 2 dimensiones para el país: una fiscal/económica y una medicinal, relacionada con el impacto que puede tener sobre nuestro sistema de salud”, dice Aldana.

Todos estos elementos confluyen en desafíos muy complejos para la industria naciente del cannabis. Teniendo esto en cuenta, el exsenador Juan Manuel Galán, tras presidir por unos minutos el foro, expresó que se debe realizar investigación con evidencia que permita construir confianza entre todos los actores involucrados: pacientes, médicos, reguladores y el Estado.

Omar: testimonio de los efectos

Omar Segura es sobreviviente de cáncer de cerebro y de un impacto de bala. Usó la marihuana medicinal por primera vez, en forma de aceite, hace aproximadamente 11 años. Lo empleaba para calmar el dolor, recuperar el sueño y controlar la ansiedad. Todo empezó con una recomendación de su neurólogo, que la planteaba como una buena opción.

Fue operado en Suiza y para tratar el dolor postoperatorio empezó a consumir cannabis por casi un mes, hasta que lo dejó. Según él estaba generándole dependencia y esto lo notó cuando volvía a sentir dolor y requería volver a aquellos productos que lo ayudaban con lo que sentía. Además, a los 10 días, empezó a notar que su sudor tenía el aroma característico del cannabis y que tenía ojeras: esto lo inquietó mucho, llevándolo a desertar.

“La gente nota esos rasgos de vicioso y tienden a alejarse”, dice Omar, justificando su decisión.

En su momento usaba THC y CBD, complementándolos con la medicina tradicional, ya que estos sirvieron como un soporte para agilizar el tratamiento.

Omar expresa que el gobierno tiende a no aprobarlo. “Hace mucho se hacen estudios pero aun así no la aprueban del todo.  Colombia no tiene la cultura para implementarla”, dice. Para él, la diferencia del tratamiento con cannabis medicinal entre Colombia y Suiza, por ejemplo, radica en las cuestiones de esa índole. “Allá el consumo es más laxo porque es cultura de ellos, mas no la toman para vicio. En cambio aquí si tiende a eso”, asegura.

“Más que aliviar el cuerpo alivia la mente. Da tranquilidad, pero la mente la pone lenta en motricidad, movimientos y capacidad de ser espontáneo”.

Sin embargo, tras decir todo lo anterior, no se arrepiente de haberla usado, porque le ayudó mucho con los dolores que le aquejaban. Y es ahí donde radica el beneplácito colectivo que representa el cannabis.

“En vez de funcionar como un analgésico en el típico sentido de la palabra, ayuda al paciente a sobrellevar la enfermedad y los dolores. Sirve para eso, pero curar como tal no lo hace”, plantea con certeza. Pero, a pesar de todas las contraindicaciones que pueda tener la marihuana, descartar su uso es solo una de muchas posibilidades.

Realmente si alguien toma la decisión de usar productos con base en compuestos de cannabis medicinal, es porque quiere vivir sin un dolor que lo paralice. Por ejemplo, si se aplica su uso en pacientes paliativos, tal como lo expresó Segura, les daría una paz de morir tranquilos y sin sufrimiento. Y este es solo uno de los beneficios existentes que trae su consumo. Deviene también en que otros ámbitos de la vida mejoren: los usuarios duermen bien, comen bien y no viven con el miedo que se manifiesta de forma inmediata y física que trae consigo la enfermedad que padecen.

Calidad de vida: ¿vale la pena?

En esta cuestión, como se pudo apreciar en el anterior apartado, existe un debate bastante amplio. Por un lado, personas como Rodrigo Arcila expresan que la evidencia científica afirma que ya hay muchos pacientes que se están beneficiando. Por el otro, tal como lo declara Víctor Manuel Gómez Gelvez, sicólogo de la Universidad Nacional, esas mejorías hay que mirarlas con mucho cuidado.

“No podemos aplicar lo que ocurre con pocos casos exitosos para el 90 % de la población. Decir que una sustancia es totalmente benéfica o perjudicial es entrar en absurdos, porque siempre va a haber un caso exitoso o un caso en contra de esa sustancia”, explica. Continuando con esta idea, Gómez asegura también que es un proceso depresor: reduce el dolor, pero puede estar disfrazando la sintomatología.

Otra cuestión que le preocupa especialmente es el límite de un consumo sano: “Fácilmente estas sustancias pueden incidir en el usuario para su propio perjuicio. Nosotros podemos regularlo. Pero, ¿obtendremos con esto también un comportamiento controlado?”.

Dentro del debate ético hay algo fundamental, y es la medida legal de informar al paciente sobre la sustancia y obtener el consentimiento para su implementación.

“El paciente es el único que puede saber realmente la efectividad de este tipo de cosas”, remata Gómez.

En contraste con lo expresado por el sicólogo, el director del Invima sostiene que hay algunas evidencias en algunas patologías puntuales sobre el beneficio terapéutico que tiene el uso del cannabis. De esta forma, la marihuana legal se convertiría en una oportunidad para aquellas personas que lo necesiten, dado que entre las cualidades que más se le suelen atribuir a la marihuana medicinal son funcionar como antiinflamatorio, anticonvulsionante, relajante muscular, estimulante del apetito e inductor del sueño, entre otros muchos usos que se conjuran alrededor de dichos productos.

“Desde el tema no puede analizarse sino desde la perspectiva del paciente: él siempre debe ser el centro de esta discusión”, plantea Aldana.

El factor diferenciador no radicaría en la homologación colectiva de los efectos, sino en el beneficio que trae consigo para ciertos individuos en específico que lo necesiten por una u otra razón. No debería existir ninguna duda alrededor de esa benignidad terapéutica que en un momento dado se puede invocar alrededor de un producto.

Prejuicios y cultura cannábica

Aún existen muchos tabúes. Hay muchas cosas por decir y pocas palabras dichas. El pasado de la planta y su utilización construye la reputación que ha tenido. Sin embargo, ahora existe más tolerancia para ahondar en sus beneficios y posibles aplicaciones futuras.

“El primer prejuicio es el reputacional, porque venimos de una sustancia que ha sido perseguida y estigmatizada. Cambiar culturalmente la percepción sobre la planta toma tiempo”, afirma Galán. Siendo así, Arcila proclama animosamente: “Se ha hecho un proceso de evangelización muy grande. La cuestión no es la planta, es la utilización que los seres humanos le damos a la planta. Ahora le estamos usando en beneficio de la comunidad, de los pacientes y del sistema de salud. Todo con una responsabilidad muy grande, claro que sí”.

Con la educación se logra todo, y en la sociedad la mejor manera para dejar de lado estos prejuicios es, según Galán, el consentimiento informado.

Eso va a tomar tiempo porque es un proceso de transformación cultural. Las empresas pueden hacer mucho para que esta transición se dé de una manera adecuada y pronta en términos de tiempo razonable”, concluye el exsenador.

Colombia se ha transformado en un punto de interés internacional, y su futuro de producción apenas despega. Siendo así, no se debe excluir de la ecuación al eje primordial de todo este proceso: los seres humanos.

Los pacientes que sufren y agonizan cada día se merecen la posibilidad de acceder a una alternativa natural segura, legal, de buena calidad y a un precio justo. La posibilidad de una vida digna no se le debería privar a nadie. Más aún, en el caso irreparable, ¿quiénes somos nosotros para negarles a otras personas la oportunidad de una muerte tranquila y sin dolor?

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.