Informe de 514 páginas de la Comisión de la Verdad, conocido esta semana, que se complementa con las 896 páginas del texto de hallazgos y recomendaciones, ha generado múltiples reacciones en el marco de un país polarizado y con posiciones radicales frente a la confrontación armada más antigua del continente. Guerra asimétrica que se ha materializado en Colombia, desde la década del 60, tiene muchas aristas y heridas sensibles que serán difíciles de sanar mientras persista la postura permisiva con la guerrilla por parte de un sector ideológico de la nación. Noción de realidad que se quiere imponer, por parte de los victimarios y la izquierda colombiana, invisibiliza a miles de personas que fueron víctimas reales de la barbaries cometidas por la guerrilla de las FARC, el ELN, los paramilitares, y demás grupos al margen de la ley, y que no se ven reflejados a lo largo de ese texto que dice plasmar las historias que se daban cuando los pájaros no cantaban.

Verdad fragmentada será el estandarte de una estrategia de impunidad frente a crímenes de lesa humanidad que se minimizan después de la firma del proceso de paz de La Habana. Desconfianza frente al futuro que se teje, con la izquierda al frente de las tres ramas del poder, exalta la ausencia de reflexión y cuestionamiento que propaga un fanatismo que conduce a un escenario de estancamiento, político y social, que agudiza la guerra que tanto se ha padecido en diversos rincones de la geografía nacional. Irrespeto con los secuestrados, heridos, asesinados, violados y desplazados es directamente proporcional como el que se tuvo con los símbolos patrios en el acto de presentación del informe de la Comisión de la Verdad, ausencia de una bandera en el escenario, y el himno nacional al iniciar el evento, denotan una carencia de identidad propia de un show pagado para propender por la salud física y mental de un núcleo reducido de la población.

Verborrea populista, enmarcada en dramas y chismes, distante está de constituir propuestas coherentes y adecuadas para develar sin filtros una verdad cruda y dolorosa, pero necesaria para acabar con el rencor, el odio, y entender el porqué de las cosas, para lograr el tan anhelado perdón. Mirada al espejo para reconocerse y caminar a una nueva realidad, oportunidad de construcción de una Colombia en paz, está cimentada en el comprender el cómo, por encima del qué, de los hechos, asimilar la negligencia que plagó de maltrato y barbarie los rincones apartados de las poblaciones colombianas. Triste legado de la Comisión de la Verdad será un informe, gestado en más de 4 años, al que le falta el insumo principal, verdad que trascienda la revictimización de unos actores para menguar la responsabilidad de quienes hoy se identifican como los comunes.

400 mil millones que se invirtieron, en el trabajo de los comisionados, se quedaron cortos para propiciar una conmoción positiva que movilice a la sociedad colombiana hacia un imaginario de futuro compartido que esté enfocado en la reconciliación. Reconocimiento particular de los errores cometidos es necesario, para pasar la página y sanar lesiones desde un verdadero arrepentimiento, problema coyuntural de los colombianos es que se sigue patinando en un lodazal doloroso que impide avanzar hacia un perdón como consecuencia natural y espontánea de quien no busca una retaliación y se distancia de la mentira y la injusticia. Construcción de la verdad con la palabra del victimario, y no de la víctima, plaga al país de fake news con sesgos políticos, desinformación que se constituye en opinión pública, alejando al colectivo social de la exactitud de los hechos y alimentando las ideas de odio contra la diferencia de pensamiento.

Sensato es que Colombia entienda que la construcción de un futuro en paz no es de derecha o izquierda, ni de ideologías, es la decisión de cada ciudadano de dejar atrás una falta y superar las dudas que yacen sobre el acuerdo de paz que se negoció en La Habana. Quienes vivieron y sufrieron la violencia de manera directa son los únicos con autoridad moral para conceder el perdón a los actores armados, versiones parcializadas que buscan esgrimir la culpa de todos los males en el estado y las fuerzas armadas no libran de deuda a quienes se niega a escuchar y, desde el silencio de la indiferencia, dan licencia y permiso a que la tosquedad reine en la nación. Cuota de responsabilidad, que asiste a cada uno en el conflicto colombiano, no se puede dimensionar en el mismo rango, ni se sana con ceremonias hipócritas y monumentos inútiles que denotan, una vez más, que la justicia ni actúa con independencia, ni es verdaderamente justa.

Aceptación del conflicto, construcción de la verdad desde el equilibrio de cada uno de los sectores participantes en la contienda, librará a los colombianos de estar prisioneros de la opinión de los demás, inercia de las mayorías que impide ayudar a la víctima a hacer una limpieza interior de aquello que lo ata al rencor que no lo deja avanzar. Colombia solo podrá olvidar, y comenzar de nuevo, en el momento en que se aprecie un verdadero y real arrepentimiento del agresor, instante en el que, con transparencia, sin imposición y eufemismos, se proporcione un castigo social y penal al victimario, instituyendo un escenario en el que se arrepienta del mal que hizo y se evite que siga causando daño. Tinte político, desde el que no se deponen los odios, impide quitarse la venda y ver el dolor de la guerra; verdad expuesta por la Comisión de la Verdad advierte que el meter el dedo en la llaga acrecienta el dolor y no permite la integración y debate de ideas.

Visión de paz, verdad, reconciliación y justicia, que promulgan los sectores ideológicos, es lo que polariza al país en ideas que se extinguen ante el dinamismo de la política que hoy pasa del radicalismo, que se expresó en campaña, a un gran acuerdo nacional, en la base de lo fundamental, que promete mejores condiciones de vida en las regiones. El fin de las desigualdades, la disminución de las brechas sociales, el fortalecimiento del campo, y la paz, trabajo en iniciativas para lograr las transformaciones sociales y económicas es el compromiso de la apuesta política que estructuraron quienes, con el apoyo del 28.9% de los votantes habilitados, ganaron en las urnas el 19 de junio; entorno de múltiples preguntas que quedan como sociedad para afrontar, dar respuestas y sobre todo abrir nuevas perspectivas.

El perdón que ahora se busca requiere del diálogo y el deponer los egos, limar las asperezas entre los extremos políticos para conocer al opositor y propiciar un encuentro que desde la voluntad y el compromiso ciudadano ponga por encima de todo el bienestar del país. Encuentro de las múltiples facetas de Colombia será la que propicie la unión que sacará a flote la fortaleza del colectivo social para deponer las armas, sepultar la violencia, y dar valor a la diversidad dentro del territorio nacional. Una cosa es construir acuerdos por el bien común y otra muy diferente será hablar de unidad, justicia y verdad son el eje de una reconciliación con esas fuerzas que tanto daño le han hecho a Colombia. Un país digno y equitativo no se puede perder en la avaricia de unos cuantos, antes que el perdón de las víctimas debe estar el reconocimiento de las atrocidades y la reparación por parte de los victimarios.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.