La muerte de la reina Isabel II a los 96 años, 7 décadas después de su coronación, plantea interrogantes de difícil respuesta. ¿Por qué algunas personas pueden tener títulos reales y otras no? ¿Qué o quién les dio este derecho?

La respuesta corta sería por su linaje y una especie de buena fortuna divina debido a lo que llaman tradición. ¿Pero es realmente un premio? ¿O un castigo endulzado con fabulosas riquezas, servidumbre y poder?

Es precisamente en este sentido que encuentro una respuesta al imperativo social de tener un rey y aristócratas llenos de privilegios, que han sido erradicados en la mayoría de los países, aunque evidentemente no en el Reino Unido.

Hablando de su afición por leer biografías, autobiografías y diarios de personajes relacionados con la creatividad, la escritora española Rosa Montero explica una de estas contradicciones humanas en su más reciente libro, El peligro de estar sano, regalándonos algunas luces al respecto.

Según Montero, “…hay dos afirmaciones opuestas que sin embargo son igualmente válidas, porque la vida es contradictoria y paradójica: que todos somos iguales y también que todos somos diferentes.”

Mario Mendoza, otro gran escritor que leo desde hace 27 años, ilustra esta elemental, pero compleja característica humana a lo largo de toda su obra.

Durante esos años he comprado y devorado cada uno de sus libros, recién ‘salen del horno’.

Al leerlo y releerlo, entendemos que existe una sensibilidad y una estética propia, precisamente, a partir de esta incomprensible semejanza y peculiar contradicción para los dos lados de esta ecuación.

Algunos nacieron para la nobleza real y otros ni siquiera existen más allá de la basura que reciclan, permitiéndoles un mendrugo de pan para paliar el hambre y sobrevivir en medio de la pobreza y la desesperanza absoluta de una vida mejor.

Aunque en la Declaración de los Derechos Humanos dice en su artículo primero que cuando se trata de diferencias, la verdad se trata de cosas distintas a las etiquetas sociales: básicamente, porque todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

Por eso Mendoza consigue, a través de una narrativa con cadencia que seguro se esfuerza por construir tal y como lo hicieron los músicos clásicos, demostrar que lo aparentemente imposible de apreciar bajo la óptica convencional, no carece de belleza.

Al contrario, nos invita a pensar que lo diferente por sólo existir, es bello. No solo la pompa real que ahora tanto veneran.

Este contenido estético de lo marginal, de la enfermedad, la maldad, lo aberrante, del lado oscuro de la personalidad y de la miseria humana también ha sido narrado a lo largo de la historia en muchos y olvidados libros clásicos arrumados en polvorientas estanterías que dan cuenta de lo que somos.

Algunos autores, incluyendo a Mendoza llegan a estas abstracciones a partir de la investigación, del involucramiento, del estudio a profundidad de la condición humana y sus peculiares confusiones existenciales, usan la escritura como excusa para convertir esas realidades en piezas literarias, estéticamente hermosas y concluyentes sobre nuestra realidad.

Con la profundidad intelectual que requiere la comprensión de ese humano complejo y distante inserto en las rutinas del mundo económico, de la marginalidad, nos permiten conocer al raro, al que está loco, al lobo solitario que emerge con fuerza y heroísmo en sociedades adversas llenas de reyezuelos y princesas.

Mario Mendoza en su más reciente libro, Leer es resistir, nos ofrece una clase magistral de literatura y nos invita a seguir la ruta de la lectura, de la ficción, del alimento escrito como una cura para la contaminación del alma, las etiquetas y los reinados inventados por hombres para esclavizar a otros hombres.

Algunos libros atrás, hace años, emocionaba al contar en una de sus novelas cómo el protagonista en esa búsqueda interior prueba el láudano y comienza a experimentar un desdoblamiento real, pudiendo ver muchas versiones de sí mismo, como si se cortara su espíritu en capas como una cebolla.

Pero más complejo resulta entender el fondo, el origen y la razón del violento devenir de estos tiempos que hemos sufrido no sólo los colombianos, sin importar clase social o económica por cuenta de mal entender esas diferencias, sin poder aceptarlas, en humanos iguales.

Ese mismo realismo que a Fiodor Dostoievski, en su inmortal Crimen y castigo, o el gran nobel Gabriel García Márquez con la insuperable Noticia de un secuestro, les permitió trascender al cuestionar lo incuestionable y a entender que entre los humanos por más que quieran, no debería existir un rey. Al menos de carne y hueso.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.