Sigo aprendiendo cómo convivir con ser una escritora. A veces me siento confusa porque no sé si esto es un trabajo o un placer. – Tatiana Țîbuleac

Tatiana Țîbuleac (1978) nació en Chisináu, capital de Moldavia entonces parte de la Unión Soviética. Su infancia siempre giró alrededor de los libros y periódicos, pues su padre era periodista y su madre, editora. Estudió periodismo y comunicaciones en la Universidad Estatal de Moldavia y desde ese entonces colaboró con diversos medios de comunicación.

Nunca le gustó escribir sus relatos y colaboraciones sobre gente “normal”, siempre procuró conocer personas vulnerables económica, física y mentalmente y, en general, con problemas sobre los que después escribir. ​

Su primera novela El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2017) empieza brutalmente: “Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. (…) La habría matado con medio pensamiento”. Nos cuenta la autora que las primeras páginas son intencionalmente crudas y violentas, páginas en las que se pone a prueba al lector que debe merecer-se seguir con las siguientes, que son formidables. Nos dice “Siempre persigo que las imágenes que describo provoquen una reacción emocional”. 

La novela narra, en primera persona, y en voz masculina, la historia de Aleksy, un desequilibrado artista plástico, de gran fama, afincado en Londres, a quien su psiquiatra le recomienda como terapia para salvar un bloqueo creativo, escribir sobre el último verano que pasó con su madre en París antes de que ella muriera de cáncer, recopilando su niñez y adolescencia temprana. Descubrimos a un pequeño Aleksy rabioso y dolorido, abandonado del todo por su padre, y abandonado emocionalmente por su madre quien, en shock por la muerte de su hija, es incapaz de recuperarse y de prestarle atención al pequeño -su actitud raya en el rechazo hacia el chico-, desamor que genera en Aleksy un odio profundo hacia ella.

La reflexión sobre la pérdida de un miembro de la familia, y cómo su desaparición, en lugar de esa unión conceptual en el sufrimiento, produce una fractura irreparable, es una verdad que nos conmueve: cómo un solo acontecimiento tan doloroso puede cambiar la vida de un grupo para siempre. «Cuando una familia sufre una pérdida, generalmente no se consigue reaccionar en grupo y, a pesar de que el dolor debería ser un sentimiento que uniera a la gente, suele ser el que la separa», dice Țîbuleac.

Cuando la madre se entera de que tiene un cáncer terminal, decide irse con Aleksy a pasar un verano en una bucólica estancia en Francia. El, por supuesto, lo hace a regañadientes bajo alguna promesa falsa de su madre, pues el joven ignora las verdaderas razones del largo verano. La casa en la cual pasan el estío, de seguro está inspirada en la vida de la propia Țîbuleac quien vive en las afueras de París con su esposo y sus dos hijos a donde se mudaron «para poder sentir la tierra y enseñarles a los niños cosas sencillas: cómo cultivar, los nombres de las plantas y los insectos…»

La que si no está inspirada en la vida de la escritora, es la figura de la madre («Todo el mundo cree que la novela está relacionada de alguna forma con mi relación con mi madre y no lo es, en absoluto»), pero sí en sus miedos: en su miedo a no ser buena madre – miedo con el que lidiamos todas las que lo hemos sido – y miedo al cáncer. Y en el mito de que, en Moldavia, la figura de la madre «es como una especie de icono religioso y no se puede hablar mal de ella, aunque sea mala». Porque “quería demostrar que dos personas que hayan vivido mucho tiempo en posiciones extremadamente enconadas y enfrentadas, pueden hallar una forma de encontrarse, de sanar esa relación y curar esas heridas, aunque sea bajo una presión como esa.”

Y recuerda que lo escribió en dos meses, sin volver a revisar el texto: «Me sentaba por la mañana, sin moverme, sin comer, como si estuviera abducida». Y así, tal cual se lee, como en una especie de hipnosis.

Tibuleac ha recibido el Premio de la Unión de Escritores de Moldavia, el Observator Cultural y el Lyceum por esta novela, una prosa poética, íntima y a la vez cruel, que nos sumerge en las profundidades de las relaciones madre-hijo, en la esperanza de que, aunque sea en los últimos momentos de la vida, es posible redimirse, es posible perdonar, es posible no solo amar, sino aprender a manifestar el amor, así sea de una forma disfuncional.

En 2018 aparece su segunda novela Jardín de vidrio también publicada en español por Impedimenta, ganadora del Premio de la Unión Europea de Literatura. Y habrá que leerla también. Todos los psiquiatras que la han leído la recomiendan…

“Cada uno de nosotros tiene un drama que está latente en su interior y que puede estallar en cualquier momento.” Y Tatiana nos lo recuerda con esta maravillosa novela breve, que nos reconcilia con el mundo, con nuestro pasado y con nuestro futuro, en fin… con la vida.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.