El mío, Salomón, de 2 años y 9 meses, pareciera que tuviera pilas de neón ninja 4X con alta tecnología inalámbrica.

Para encender la chispa en casa solo es necesario que él abra sus ojos al amanecer y susurre: “Guenos días. A despeltal. Yas de día”. Saca sus juguetes. Y por donde camina va dejando carros de diferentes tamaños, balones, armatodos, bloques y rompecabezas.  Él es como un Todo en Uno.

Y es que algunos estudios afirman que los segundos hijos suelen ser más problemáticos en comparación con el hijo mayor de la misma familia. El economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Joseph Doyle, explicó que los segundos hijos tienen una probabilidad de ser más traviesos, rebeldes e irresponsables. Que aprenden por empirismo y que son astutos irreprochables.

Sin embargo, el siquiatra infantil Christian Muñoz Farías señala que en los procesos de crianza no hay absolutas y que la experiencia como padres nos hace ser más relajados, menos intemperantes y exigentes y, por ende, los segundos hijos tienen un modelaje que puede generar la percepción de ser más despiertos e inteligentes.

Cualquiera que fuera la razón, en mi caso Salomón salió una bomba desde que nació. Me agotaba en la lactancia. Vivía pegado al seno. De día, de noche. Por ello, canción dedicada a viva voz: La Tetica, de Wendy Sulca.

Es sagaz, perspicaz. Vivo. Desafiante, como Nemo. Se sentó a los 4 meses. Come solo desde los 9 meses. Caminó a los 10. Y desde ese día no ha parado de correr. En resumen, es Jack Jack, el bebé de Los Increíbles.

Salomón
Salomón / Cortesía Mónica Toro de Ferreira

En un crucero lo apodaron jocosamente ‘Cuidado bebé suelto’ y ‘Terminator’. No se queda quieto un segundo. Fue hasta finalista de una carrera de gateadores.  Mordelón y jalador de pelo en casa.  En la cocina, armaba campamento y orquesta de ollas. En mi clóset agarraba los zapatos para hacer pistas de carros. Ropa desalojada de los cajones. Pañales pintados con crayolas. Labial en la boca y hasta ducha con agua de la taza del baño.

A los 18 meses dejó el pañal. Montaba en patineta, repetía frases célebres de su hermana, se aprendía rápidamente letras de canciones y hasta él mismo ponía películas en DVD. A la fecha, se cree mejor gimnasta y bailarina que Guadalupe y, por supuesto, mejor luchador que su papá en guerra de almohadas, más veloz que el Rayo Mcqueen y, ante todo, el mejor Héroe en Pijamas.

Ese ha sido mi segundo hijo. Y ojo. No buscaba que fuera igual a Guadalupe. Pero jamás me imaginé que llegara con tan alto voltaje. Además, tampoco pensé que el estilo de crianza que utilicé con ella, no me funcionaría con él.

Por ejemplo: a ambos les enseñé a dormir la noche de largo, pero el baño nocturno y la lechuga con cilantro debajo de la almohada que funcionaron con Guadalupe, con Salomón no.

Con Salomón no sirvió la cantada de la canción Clean Up, para recoger el desorden. No sirvió el Time out. Salomón no le teme. Él mismo se reprende solo en el estudio de la casa.

Tampoco creyó el cuentico del lobo que se come los niños desobedientes, como a Caperucita Roja. “El lobo no esiste”, me dijo Salomón.

El perfume nocturno antes de dormir, para que los ángeles bajen a acompañarlo, lo ignoró. “Os angelitos no saben one vivo”.

Mucho menos la crema de espinaca para que le crezcan los músculos como a Popeye. “Yo quelo sel como mi papá. No como Popeie.

Ven te enseño a nadar como un pecesito. “No. Yo quelo ser un gatito malo de Madagascal”, dice.

Ven te lavo los dientes para que el ratoncito Pérez se alegre de verlos limpios. “No. A mí no che me caen os dientes polque son fueltes”.

Y fallé. Pero de eso se trata la maternidad. De no juzgarnos y de apoyarnos. De ensayar, de buscar la forma, la textura, el fondo. De acomodarnos al temperamento y al carácter de cada hijo, sin olvidar, de base, los valores que se tejen en casa.

Con ambos he sido una mamá exigente pero, sobre todo, amorosa, como lo hace cada madre con sus hijos. Los dejo equivocarse, frustrarse. Pero siempre ahí, para alentarlos y darles mis manos y corazón cuando los necesiten.

El doctor Muñoz Farías explica que la razón por la cual las maneras de criar no funcionan igual con los hijos, es porque cada individuo tiene características y necesidades diferentes.

“Los hijos son como los dedos de la mano, por más que tienen un mismo origen, sus características son únicas”.

Así que varié mi estilo de crianza. Comprendí que uno como padre cambia también con el segundo hijo. Es más suelto. Menos temeroso. Se siente con más cancha y más confiado frente a las situaciones y, aparte, debe dividirse, sustraerse y hacerse una raíz cuadrada para dedicar igual de tiempo y calidad a los hijos.

Entendí también que Salomón no come cuento. No sé entonces si el motor queda encendido para el segundo hijo. Pero en la mayoría de los casos sale recargado, como el baloto. Nacen como fieras en medio de una corrida de San Fermín. Como seres deseando comerse el mundo de un solo bocado.

El mío nació así. Y me siento orgullosa y feliz. He tenido más trabajo, más enfados, más canas; pero también más amor. Más compañía, más aprendizaje. El segundo hijo me ha hecho conocer que en la maternidad no hay frontera. Que el amor de un hijo nace, renace, revive, se crece, se multiplica y se comparte. Se arrebata. El amor de un hijo te abre. Te escabulla. Te inunda en un tsunami. Te salva.

El primero. El segundo. Que vivan todos los hijos, porque te explotan como una bomba atómica llevándote al límite y, como si nada, levantándote, sencillamente, con una dulce mirada.

 Tips

Sugerencias del doctor Christian Muñoz Farías al tener un segundo hijo:

– No generalizar y creer que lo que funcionó con el primero va a funcionar con el segundo.

– No impedir el libre desarrollo de la personalidad de cada uno de nuestros hijos. Es nuestro deber como padres orientar, guiar, modelar como artesanos y no imponer nuestras necesidades o frustraciones en el proceso.

– Evitar comparaciones sobre sus habilidades, fortalezas y capacidades con su hermano o con sus pares.

– Tener cuidado de relajarse demasiado o asignarle responsabilidades al hijo mayor. El proceso debe estar dirigido y conducido por los padres con la misma intensidad, afecto, amor y cariño que con el primer hijo.

-Evitar creer que su proceso está facilitado por nuestra experiencia y que necesitan menos cuidados, afecto y estímulos. No podemos relajarnos, debemos ser consistentes, coherentes y saber que ellos merecen el mismo compromiso y entusiasmo que generó la expectativa de ese primer hijo.

Encuentra todas las columnas de ‘Mamiboss’ en este enlace.

Sígueme en Instagram como @montorferreira.

 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.