“Claro, es que uno es quien los carga desde que están en la panza”, “Es que a uno de mujer es que le duele cuando nacen”, “Es que uno de mujer los siente desde el embarazo”.

Y sí, quizás para una madre sea más fácil quererlos desde que están en el vientre e ir creando ese vínculo de amor y de protección. Cosa diferente con un papá, quien aprende a tejer el amor con su hijo, tras los momentos compartidos.

Sin embargo, aunque el amor de un papá o de una mamá podrían ser totalmente diferentes en su forma, composición y demostración, nunca debería ser inferior. Ambos formaron un equipo para crearlo, entonces ese mismo grupo debería seguir allí para educarlo. Ninguno deseó poner más porcentaje que el otro, ni entregar más cuota inicial que el otro. No. Acá la deuda fue por igual. Y el embargue deberá ser, también, por igual.

No hay receta que dictamine el amor a los hijos. No existen gramos, ni cucharadas, ni onzas ni raciones. Ni siquiera existen moldes. El amor de los padres por los hijos no se compara, ni se discute. No debe pelearse, ni fustigarse.

El amor de un padre o de una madre no debe buscar protagonismo. Ni debe existir podio, ni carrera especial para ganarlo. Ni tampoco cartón ni medalla, ni mucho menos trofeo u Óscar.

El amor de un papá o una mamá no se exhibe. Simplemente se gana. Y esa carrera del amor de los padres hacia los hijos debe ser en equipo, como las de relevos, donde todos ponen su límite para conseguir un mismo objetivo.

Los padres deben echar el amor en una misma alcancía. En ese bolsillo del ahorro. En la bolsa de la entrega y del compartir. Que sea una. Una unidad única. Donde no exista ni la regla, ni el metro ni ningún medidor decimal, ni de presión ni de temperatura. Solo un sentimiento llamado amor.

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Familia Ferreira Toro / Cortesía

En algunos momentos y por diferentes circunstancias, alguno de los dos padres no regará la misma cantidad de agua en esa flor, o quizás alguno reprenda más que el otro, o abrace más que el otro, o bese más que el otro, o juegue más que el otro.

Pero eso no indica, por ningún motivo, que sea uno el que ame más que el otro. Y si así lo fuera, nunca ninguno de los dos padres deberá dejárselo saber a los hijos. Ellos no deben crecer adoloridos. Los hijos no son rehenes ni trofeos con los que se pueda jugar para ganar batallas entre adultos.

Los hijos, inocentes y nobles, aman a sus padres sin importar los defectos que ellos podrían tener. Atienden a los abrazos desmedidos. A los pocos besos dados. A las muchas risas compartidas. Y hasta el mínimo tiempo brindado. Para ellos, tener a sus padres es más que suficiente.

Pero eso sí, cuando crezcan y se hagan maduros entenderán, por sí solos, quién fue al que más se le notó el amor.

Mientras tanto, entreguémonos cada segundo a nuestros hijos. Trabajemos como padres en ese amor de miradas, de tiempo, de juegos. Que nos palpen. Que se sientan protegidos. y respaldados.

Así existan papá y mamá bajo el mismo hogar o separados, nuestros niños deben entender que son dos mirando hacia un mismo lado por ellos. Con los mismos propósitos y deseos y, en especial, con las mismas reglas.

Entonces, no hay por qué competir papás; al fin y al cabo, el corazón de un hijo no se compra, ni se vende; solo se gana en una misma meta y sin necesidad de correr la carrera.

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