La visita de un personaje de la importancia a nivel mundial de Jorge Mario Bergoglio a nuestro país es sin duda algo histórico, y no por cuestiones de fe, sino como la persona que es el argentino, representante político del Vaticano.
Para que lo entiendan todos los creyentes, y sin ánimo de ofender a ninguno de ustedes y su fe, para mí la figura del papa, al menos este, es el equivalente a la del dalai lama. Son figuras importantes, activistas políticos y sociales del mundo que vale la pena escuchar, pero cuyos trasfondos religiosos no me interesan en lo absoluto, pero igualmente respeto.
Tuve la posibilidad de estar en las calles de Bogotá y en el Simón Bolívar para ver las hordas de gente, su alegría indescriptible por ver a Francisco, la emoción por un simple saludo del hombre, la algarabía y la esperanza.
No lo comprendo, realmente no puedo unirme a sentimiento por más de que lo intente, pero desde mi posición lo veo como un ‘rockstar’. Tranquilos, no tienen que ‘condenarme al infierno’ o llamarme blasfemo por esto, pero si igualmente siente la necesidad de hacerlo, para eso está Twitter.
Durante su visita a Medellín, desde que llegó y pidió disculpas por haber llegado tarde al Olaya Herrera para la misa producto del viaje por tierra, empezó a mostrar lo ‘canchero’ que es, algo bastante común en los argentinos. Su humor en el discurso de 45 minutos en La Macarena también mostró lo mismo, esa chispa gaucha, ese poder de la palabra (no la santa, sino lo que llamaría Andrés López ‘la parla’) que tienen usualmente los nacidos en el sur de nuestro continente para decir lo que necesitan oír las masas.
En mi vida he visto a tres papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I, y si bien las comparaciones son odiosas, creo que son necesarias para explicar por qué Bergoglio es un tipo que no produce el repudio que sus antecesores sí.
Empecemos con el más nefasto de todos; Karol Wojtyla. Aquel polaco cumplía, al menos para mí, con todas las características que componen a un dictador. Era un tipo egocéntrico, que se jactaba de los lujos, siempre hizo lo que quiso y santificó a cuanto fulano se le apareció por enfrente; donde en aquel entonces Ordoñez estuviera por ahí ya lo hubieran canonizado.
Tenía ideas retrógradas, era homofóbico, no creía en los métodos anticonceptivos y por eso la población del mundo aumentó casi 2 mil millones durante sus casi 27 años de papado.
Además, como suele ocurrir con todos los dictadores de la historia de la humanidad, se niegan a morir en un atentado. Aquel disparo que recibió en 1981 debió haberlo matado, pero se salvó inexplicablemente, y lo único que perdió fue varios litros de sangre y algunos metros de tripas. Siguió viviendo más de 2 décadas después de eso.
En 2005, cuando al fin la naturaleza hizo lo que ningún hombre pudo, Wojtyla murió y llegó al trono de oro en el Vaticano un tipo aún más conservador, más tajante en sus posturas y más reacio al cambio como lo fue Joseph Ratzinger.
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Afortunadamente duró poco, y en apenas 8 años de intimidar al planeta entero con su cara de maldad pura, que por algún motivo me recuerda al emperador Palpatine de Star Wars (sí, aquel villano que convirtió a Anakin Skywalker al lado oscuro), renunció a su cargo de forma voluntaria, poniendo fin a varias décadas de una iglesia más cercana a la Inquisión que al siglo XXI.
En marzo del 2013 eligieron a Bergoglio, un cura argentino que sería el primer papa latinoamericano de la historia y bueno, al menos para mí el primero que no tenía cara de dictador.
Francisco, al cual tuve la posibilidad de oír y ver en estos días que estuvo en Colombia, transmite una sensación totalmente distinta que sus antecesores. Es un personaje crítico, consiente de las problemáticas sociales y culturales que vive el mundo moderno; reconoce que la Iglesia católica no es la misma que la de la Edad Media, que hay curas pedófilos, que el LGBTI merece un reconocimiento, que el cambio climático es real (sí, Donald, lo es), etc.
Es más, Bergoglio, en alguno de sus discursos nos nombró a nosotros, aquellos que no somos creyentes, y en lugar de hacer lo que muchos de ustedes (no todos) han hecho a lo largo de la historia, que es ‘satanizarnos’ por no creer en su dios y hacernos ver como la ‘maldad’, su mismo líder reconoce que también somos buenas personas. Y es que, ¿por qué no habríamos de serlo?
Además, el papa admite y es consciente que la misma iglesia, sí, esa misma a la cual él representa, ha cometido atrocidades a lo largo de la historia y no tiene la moral para juzgar a nadie.
La visita de Francisco a Colombia sin lugar a dudas fue un hecho de grandes proporciones para el país. Sinceramente me alegro por aquellos que creen en la fe católica hayan encontrado consuelo, una esperanza o lo que sea con la venida de este hombre a nuestro rincón en el mundo; no lo comprendo, pero lo respeto.
Por lo menos yo, un no creyente, puedo decir que aunque el tema del papa me tiene exhausto, Francisco luce como un tipo agradable, una persona que se gana el respeto de las personas sin importar el credo que profesen y que la historia probablemente lo recordará como un revolucionario.
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