Prefiero que el trayecto cueste $7.000, cerrados, ni $100 más ni $100 menos, para que las cosas fluyan.

—Aquí tiene $10.000, señor taxista.

—Tome $3.000 de vuelta, señor pasajero.

—Le agradezco.

—No hay nada qué agradecer. Le deseo un día maravilloso.

—Ya estoy teniendo un día maravilloso.

—Jejejeje

—Jejeje.

—Jeje.

—Je.

—Jeje.

—Jejeje.

—Jejejeje.

—Jejejejejejejejejejejejeje.

En cambio, si la carrera sale por $7.300 entro en un profundo conflicto. Por un lado, me da pena sacar $300 en pinches monedas para pagar exacto. “Qué va a pensar de mí el taxista”, me cuestiono. “Va a pensar que soy un ‘líchigo’. Va a reportar el caso por el radioteléfono y me va a juzgar con otros colegas, en clave, aunque de manera fina y educada”.

—Atentos a un quince-trece (tacaño que un mal día se merece).

—No, perrito. Le aplica el doce-veintiocho (por avaro lo reprocho).

—Mejor, once-veinticinco (lo desprecio con ahínco).

De otra parte, se me alborota todo de pensar que el taxista va a redondear la carrera hacia arriba.

—Son $8.000.

—¡Hum…! —renegaría yo—. Un clásico doce-veintisiete (me vieron cara de zoquete).

—¿Perdón?

—Nada. Que once-veinticuatro (no merezco este maltrato).

Esas cuentas las hago con todo lo que se pueda. Con la tarjeta de crédito realizo cuatro transacciones al mes para que no me cobren cuota de manejo (ahorro $31.290). Evito pagar el “RappiPrime”, pero siempre pido domicilios que regalen el envío (ahorro $3.900 en cada domicilio). En el supermercado compro cosas de más, para que no me cobren parqueadero (ahorro $6.000). El arriendo lo cancelo cumplido, para alcanzar el descuento por pronto pago (ahorro $84.500).

En donde más me esfuerzo es en los servicios de entretenimiento. Llevo medio año viendo Netflix gratis, aprovechando el mes de prueba que ofrecen, para lo que he usado seis correos electrónicos diferentes: el de Hotmail, el de Yahoo, el de Gmail, el de la oficina (analista1@insa.com) y el de dos compañeros de trabajo: serviciosgenerales@insa.com y recepcion@insa.com. Tengo la tarea de convencer a Mario (asistentecontable3@insa.com) y a Sandra (subdireccion@insa.com). He ahorrado $233,400 pesos.

Estoy pensando en cancelar la televisión por suscripción. No hay necesidad de gastar toda esa plata al mes. Puedo ver todo en el celular, usando la app de DIRECTV y el usuario de mi exnovia. Solo tendría que descubrir su contraseña, pero intuyo que no sería tan difícil. Cuando estábamos juntos, ella se inspiraba en mí para sus nuevas claves. Algunas que recuerdo son cositadeliciosa123, amantebandido2018 y fuerte-pero-gentil.77. Conociendo a su novio actual, su clave podría ser severopetardo123, matapasiones2020 o insípido-y-aburridor77. Ahorraría $87.640.

Estoy intentando hacer algo parecido con el internet, pero descubriendo la contraseña de los vecinos. Son una pareja con una niña. Ya empecé a desarrollar mi estrategia. Hace unas semanas me los encontré en la puerta del ascensor.

—¿Cómo va Sofía con la cuarentena? ¿Amañada? —pregunté desprevenidamente.

—Se llama Verónica —me respondió el padre, con amabilidad, pero extrañado.

Probé entonces varias combinaciones para colgarme gratis de la red “Familia Soto Benavides”: Veronica2019, VERONICA2020, vero123. Fallé pero volví a intentarlo en nuestro siguiente encuentro fortuito:

—Los escuché cantarle el cumpleaños a la niña —comenté—. Cómo crecen de rápido. ¿Ya Verónica tiene siete años? Increíble.

—Mmm… Debió escuchar el cumpleaños en otro apartamento —contestó la madre— . “Vero” cumplió nueve años en marzo.

—Ah… O sea que es piscis o aries…

—Piscis… Nació el ocho de marzo —revelaron los incautos.

Con la nueva información (edad y día de nacimiento), probé de inmediato otra serie de claves en la red de la familia Soto Benavides: Vero2011, 08032011, 20110308… Nada. La semana pasada me enteré que ellos, en realidad, son la familia Ocampo Manrique. El día que tenga éxito me ahorraré $92.900.

Pronto haré un viaje. Me quedaré en un hotel todo incluido al que planeo sacarle el máximo provecho, especialmente al desayuno tipo “buffet”. Se me hace agua la boca de solo proyectar ese momento en el que me llevaré tantas cosas para la habitación: las mermeladas, la mantequilla, los panes, las galletas, los bananos, las manzanas. Rellenaré los tres termos que cargo para estas ocasiones, uno con agua, el otro con jugo de naranja y el tercero con jugo de mora, y así estar debidamente hidratado el resto del día, por un valor de cero pesos y cero centavos. Desayunaré lo más tarde posible, comiendo a mi máxima capacidad. Así me ahorraré el almuerzo.

Semejante esfuerzo escatimando en todo, desde los aguacates del señor de la esquina, hasta alguna chuchería en el mercado de las pulgas, para que al final de cuentas la vida me cobre por derecha y con intereses: con una multa de tránsito ($438.900), una retención imprevista en el contrato ($284.700), un débito automático que olvidé desactivar ($56.573), un daño en el calentador a gas ($190.000), una caída fatal que deje inservible el teléfono celular ($1.890.000).

Habría querido una vida diferente; una vida en la que me preocupara menos por tanta chichigua. Sin embargo, probablemente haría lo mismo en caso de ser multimillonario. Seguiría con la obsesión de escatimar en todo, pero a otro nivel: ahorraría en el combustible del jet privado, llenando el tanque del avión con gasolina corriente y no con extra; pagaría anticipadamente el predial de mis mansiones, para ganarme ahí un buen descuento; viviría pensando en el 4 por 1.000 y los costos bancarios. Igual regatearía aguacates y artesanías en el mercado de las pulgas. Qué cansancio.

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