En mi casa hay un Shih Tzu. Se llama Homero. Lo compró mi esposa cuando ella y yo ni siquiera nos conocíamos. Desde que nos fuimos a vivir juntos, adopté a su mascota con compromiso, pero sin convicción. Le propuse que nos turnáramos la sacada del perro, porque así somos los hombres serios, comprometidos y pendejos.

Nunca me he sentido cómodo con la tarea. Siempre me ha parecido marciana la idea de salir a rociar pequeñas dosis de orina en separadores, andenes, parques y fachadas. Recuerdo lo que muy al principio le decía a mi esposa, con correa en mano, dispuesto a sacar a Homero: “Ya venimos. Vamos a mear el barrio”.

En estricto sentido, eso es lo que uno hace cuando sale a caminar con el perro: mear el barrio, donde el perro disponga. Porque uno puede jalarlo de vez en cuando para que no orine una puerta, o la llanta de un carro, o un niño mal parqueado. Pero la aburridísima rutina de sacarlo todos los días, en la mañana y en la noche (y en algunos casos en las tardes), hace que uno deje de prestar atención.

¿Por qué nos parece tan normal salir a mear los barrios con orina de perro? Imagino cargando un espray con mi propia orina y disparando ese íntimo líquido en paredes y postes, pero además en árboles y jardines, como regalando un fresco rocío mañanero. No tardaría en preguntar una señora de barrio, de las que siempre sospechan de todo:

—¿Y eso qué es?

—Orina mi señora.

—Degenerado. Voy a llamar a la policía.

—No se preocupe. Es de mi perrito —miento yo.

—Ay, tan divino. ¿Y cuántos años tiene?

Y si no es normal que sea normal salir a orinar los vecindarios, mucho más anormal es encapsular el popó de perro en bolsas plásticas (ah, pero como es de perro, pues no pasa nada).

Qué pasaría si yo llevara una bolsa con un letrero que dijera: “AQUÍ LLEVO MI POPÓ HUMANO”. Qué escándalo. El Tiempo titularía: “Vecinos alarmados por hombre que carga en bolsa sus excrementos”. Pulzo diría: “Llevaba popó en una bolsa (y no era de su perro)”. Semana escribiría: “Heces fecales en espacios públicos, el nuevo reto de Iván Duque en su segundo año de aprendizaje”.

Llamarían a la policía. Unos diez agentes del orden me rodearían y apuntarían sus armas contra mi existencia, protegiéndose detrás de las puertas de sus vehículos.

—¡Arriba las manos! —me gritarían los agentes—. Muy lentamente, deje ese popó en el piso… ¡Sin movimientos bruscos!

—¡Tranquilos!… ¡En realidad es popó de mi perrito!

—Ay, tan divino. ¿Y cuánto tiene?

—Mmmm… estos deben ser unos 60 gramos de popó.

—No sea pendejo. ¿Cuántos años tiene el perrito?

Desestimulan el uso de bolsas plásticas hasta para llevar comida (que está muy bien que lo desestimulen), pero para cargar popó nadie dice nada. La última vez que me vieron empacando unas manzanas en una bolsa plástica, me miraron con cara de “uish, mucho irresponsable”. Pero la última vez que me vieron empacando en una bolsa el popó de Homero, me dijeron: “Awwww. Qué bonito. ¿Es niño o niña?”

¿Qué clase de civilización pone bollos de perro en canecas de basura? Alguien podría replicar: ¿Qué clase de civilización construye tuberías para llevar de manera masiva toneladas de popó a lo largo de conductos que desembocan en ríos? Pues la misma civilización estúpida que pone bollos de perro en bolsas de basura. Estamos de acuerdo en que el lugar natural de de las necesidades es bajo tierra. La Constitución debería decirlo con toda claridad: “Artículo 4º. Todo popó, sin discriminación alguna de su color o aroma, deberá ser enterrado”.

Mientras ese día llega, lo mínimo que debería ocurrir es que los animales domésticos hagan sus necesidades en los hogares de sus dueños. Un familiar entrenó a su perro para que hiciera lo suyo (número uno y número dos) en una misma baldosa. No tiene que ser debajo del comedor, ni le tienen que enjuagar la colita en un bidé (aunque respeto la excentricidades de cada quien). Lo que no tiene sentido es dejar que el baño de los perros sean los espacios públicos. Tengo un niño de dos años y cuando voy al parque con él, le digo a mi mujer: “Ya venimos. Vamos al miadero”. Allí siempre, SIEMPRE, hay popó. Y casi siempre el rodadero está orinado.

Y ahora, como para ratificar que las personas con perros parecieran tener más derechos, ellos sí pueden salir en estos días de cuarentena. El decreto, básicamente, dice que se puede salir a la calle a comprar alimentos y a mear los barrios con orina de perro. Hay mejores razones para exceptuar el confinamiento. Por ejemplo, sería sensato que el decreto permitiera salir para limpiar los parques de necesidades caninas. Pero no. Si lo hiciera, me multarían.

—¿Qué está haciendo, señor? —preguntaría un policía.

—Estoy limpiando este rodadero, que está untado de orines.

—Le voy a imponer un comparendo. No se puede salir a remover los orines de las superficies. Solo se puede salir a poner orines en las superficies. Inconsciente.

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La próxima, el miércoles 22 de abril: “Me cae muy mal la gente que quiere liderarlo todo”.

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