Que no estamos engañando al Estado y, por el bien propio, ni a nosotros mismos. Y que, definitivamente, la paciencia es la virtud que más apreciaríamos aprender en este tiempo de reflexión.

Hoy, no es tiempo de juzgar de cómo vive la cuarentena cada uno. Es muy fácil gritar a cuatro vientos que quien no se lea un libro, quien no saque una idea brillante o un negocio, o quien no salga líder y hasta políglota de esta cuarentena, está es perdiendo el tiempo. Y saben qué. Me duele la indolencia de quien no piensa en el otro.

Qué equivocados estamos cuando no consideramos al otro. Cuando demeritamos los oficios de cada uno, cuando somos egoístas ante el temor, la angustia y el desespero de quienes no saben actuar en tiempos de crisis.

Nadie estaba preparado para darse cuenta de que terminó la magia de la ciencia ficción. Ni para vivir un aislamiento social en pleno siglo revolucionado. Ni siquiera las abuelitas de antaño que permanecen en casa por deseo propio. A ellas también la angustia les ha llegado. Y no por ellas mismas. Sino por el peligro que corren sus hijos, nietos y bisnietos.

Entonces, en vez de juzgar, mi invitación respetuosa es apoyar y celebrar los esfuerzos que hacemos solos o acompañados desde casa y los que tienen que salir a prestar servicios especiales, sin importar la edad ni la condición social.

Por ejemplo, hoy volvieron a casa aquellas mamás que, por diferentes circunstancias, habían dejado su casa para salir a trabajar. Ellas, de nuevo, son ahora quienes cuidan a sus hijos, preparan la comida, limpian la casa, sirven de tutoras escolares y, aparte, tienen sus obligaciones laborales.

Reacomodar los horarios se volvió elemental. Al principio de la cuarentena querías todo métricamente ordenado, como lucía cuando los hijos estaban en el colegio. Pero llega un punto en el que debes elegir ser flexible o desgarrarte en voz. Así que decides lo primero, obviamente.

Semanas diversas de colores en un lado, muñecas en otro, carros encima de la lavadora, plastilina en la mesa de la sala y el famoso ‘slime’ en la ropa de cama. Respiras. Aprietas dientes. Haces muecas. Pruebas por semanas y, por fin, te das cuenta de la rutina y los hábitos que de ahora en adelante se deben acomodar a tu dulce hogar.

Mamá, aparte, debe lidiar con un marketing digital que ahora pretende llevarnos todo a casa. Mascarilla para el pelo con aguacate y yogur : “No puedo, porque debo cuidar la comida. Publicidad para comprar plataformas de aprendizaje. No hay más tiempo para ello, con las tareas del colegio tenemos”. Personajes en redes sociales que brindan ejercicios para mantener una cola parada y un abdomen plano. A “lo sumo, hacemos ejercicio por salud, distracción y elevación de energía”.

En resumidas cuentas, ¿con qué tiempo pueden sentarse las mamás a ver una serie de televisión o a leer un  libro? La distracción es hacer arte con los hijos.

Cortesía
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Pero tampoco dejemos a un lado a esos hombres que hoy están, mientras trabajan desde casa, valorando más la labor del hogar: lidiar con platos, orden, limpieza, hijos y con él, obviamente. Hoy, muchos de ellos, participan de estas rutinas y hasta invierten más tiempo en actividades lúdicas con sus hijos.

En la lista de quienes viven la cuarentena también están los ennoviados,  a quienes les agarró la cuarentena juntos y les dio la oportunidad de entrepiernarse más de la cuenta y vivir una luna de miel anticipada. ‘Checklist’ de virtudes y defectos, ajustes al mañanero despeinado, al olor del baño, al desorden del uno y el mal genio del otro. Sin duda alguna, un preparatorio para saber si deben insisten o desistir como pareja.

No olvidemos al soltero sin compromiso, que prefiere la soledad en la mayoría de su existencia y elige lo que quiera pero cuando quiera. Un momento más para deleitarse en su salsa pero que, seguro, extraña, de igual manera, el bullicio de una ciudad que desprende compañía.  

Tampoco omitamos a las parejas sin hijos. Despertares de media mañana. Pocos abrazos y de lo demás por montones. Tardes de películas, canciones bailables y relajantes. Conciertos de vivas voces. Libros devorados y, en la noche, una ducha para continuar lo que en la mañana se consumó.  Y para los más adultos, masaje, velas, vino y una buena, muy buena conversación.

Sin olvidar a quienes padecen otras enfermedades y deben seguir en su lucha en casa, a quienes se enteraron que están embarazados, quienes desean encargar bebé e, incluso, quienes están llorando una pérdida de un ser amado al que no pudieron darle el ultimo adiós.

Y qué decir de los abuelos en casa esperando los abrazos de esos nietos a quienes aman dar chocolates a escondidas y cosquillas sin precedentes. Abuelos ansiosos por ver esas caras dulces y expresivas, por sentir ese olor a amor sin responsabilidad, solo con claridad. Abuelos entre periódicos, canciones de antaño y en espera de llamadas o videos que alegrarán los minutos que dure la visita virtual.

Para terminar, no dejemos de lado a los que deben vivir una cuarentena a medias. Con valentía tienen que salir a ejercer su profesión en salud, servicios de aseo, de vigilancia, tenderos, cajeros, chefs, ayudantes de cocina, farmacéuticos. Con dolor y temor salen de sus casas para velar por la vida de otros.

¿Y entonces, para quién es más fácil o difícil? Pues no hay respuesta ni comparación. Cada quien, incluso teniéndolo todo en casa o sin tenerlo, vive esta cuarentena a su manera. Y merece respeto y ninguna calumnia.

Así que saquemos provecho de este momento.  Seremos los vivientes, si Dios quiere, de un hecho histórico y sin precedentes para el mundo. Vivamos el día a día, el nuestro, no el del otro.

Invitemos a amarnos más y a servir más. A ser esperanzadores. Que nuestro anhelo no sea volver a nuestra vida de antes, no. Que nuestro deseo sea hacerlo mejor. Seamos más responsables con nosotros y con los demás. Hoy solo nos piden estar en casa. Que no sea, por necedad nuestra, que mañana nos exijan estar pero en un ataúd.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.