No es nada fácil. Manejar una consola de tanta tecnología requiere de una habilidad extraordinaria para manipular 16 botones, un minitablero táctil y dos palancas de mando o “joysticks”.

Según un estudio de la revista Harvard Business Review (una prestigiosa publicación del SENA), quienes dominamos un control de Play Station somos mejores amantes, porque entendemos que al punto G no se llega de un golpe, sino con una combinación de movimientos armónicos y precisos (arriba, arriba, izquierda, derecha, izquierda derecha, “start”).

Quienes no entienden de esto, generalmente, son nuestras parejas, que ven la paja en el ojo ajeno, pero son incapaces de reconocer la viga en sus propios ojos.

Lo que mi esposa ve, cuando estoy jugando, es a un hombre inmaduro y boquiabierto frente a un televisor. Pero no ve lo mismo cuando ella se pinta la cara y hace muecas como un payaso frente a un espejo.

Mi esposa identifica en mí a un energúmeno cuando juego FIFA y me hacen un gol, porque lanzo maldiciones al cielo y despotrico del juego. Pero recuerdo muy bien el escándalo que ella hizo viendo “Sex and the city”, la película, cuando Big, el novio de Carrie, tiene un momento de duda a segundos de casarse y el valiente hombre dice que no puede hacerlo. Esta mujer (mi mujer) maldijo a todos los hombres sobre la tierra, incluso a quienes ya murieron y a quienes aún no han nacido. Me vio con ira y me dijo que nunca me perdonaría… por lo que le hizo Big a Carrie. Pero el energúmeno soy yo.

Nos ven como si fuéramos marcianos cuando inspeccionamos un juego de video y leemos la caja con esos ojitos de ilusión, imaginándonos cuántas aventuras tendremos, cuántas alegrías y tristezas esconde aquel CD, cuánto júbilo y frustración hay por delante. Nos juzgan por eso, pero tienen que ver la cara de mi mujer cuando mira una cartera… sí, una cartera. Como si acariciara una de las mismísimas esferas del dragón, como si estuvieran en descuento las Gemas del Infinito, como si en sus manos reposara un video íntimo de Adam Levine.

Los “gamers” no somos vagos; somos hogareños, que es distinto

Donde otros ven en nosotros a personas energúmenas, yo veo gente apasionada, comprometida con cada juego, que no se conforma con solo divertirse, que lo deja todo en la cancha. Si lloran cuando pierden un juego yo no veo un niño, sino un hombre romántico que lloraría de felicidad haciendo el amor con la mujer de su vida, un hombre sensible que lloraría de conmoción al ver un lindo atardecer o un amante del pop que lloraría de rabia al ver a Madona haciendo un video con Maluma.

Cuando otros critican que juguemos durante horas, hasta tarde en la noche,  diciendo que somos unos desocupados, que cojamos oficio, que seamos serios, yo veo a personas persistentes, disciplinadas, dedicadas, enfocadas en un objetivo, decididas a superarse y a aumentar de nivel. Así somos los “gamers”: ambiciosos. Siempre queremos más. No nos es suficiente con “jugar”. Queremos, sobre todo, ganar. Nosotros nos obsesionamos con mejorar nuestras propias marcas y romper récords. Lo que queremos, en resumidas cuentas, es la excelencia.

Finalmente, algunas personas de mente limitada lo único que pueden ver es a un tipo perdiendo tiempo en el sofá. Pobres. Lo siento por aquellos que no pueden descubrir la verdad detrás de esa imagen. Quienes pasamos mucho tiempo en casa, jugando Play Station, somos personas hogareñas. No estamos buscando lo que no se nos ha perdido afuera. No estamos buscando peligros ni vicios en la calle.

Yo, que soy padre de familia, estoy siempre ahí, listo por si mi bebé llora en las noches, para ir a consolarlo. Yo, que soy un esposo amoroso, estoy ahí, siempre a la orden para cumplir las fantasías más salvajes de mi mujer, a la hora que quiera. Solo tengo que acabar el partido y ya, quedo disponible para ver algún capítulo de “Sex and the city”.

Si en algo nos convertimos los aficionados al Play Station es en personas nobles y generosas. Con tal de que nos dejen jugar, vamos a las reuniones que nuestras parejas digan, nos comprometemos a lavar una lozita o a doblar una ropita.

Quienes jugamos y, además, tenemos responsabilidades laborales, llevamos un perfecto equilibrio entre los deberes, la familia y los hobbies, entre la cotidianidad, las aventuras y los riesgos controlados. Siempre andamos con un pie en la fantasía y otro en la sala de nuestras casas, sin hacerle daño a nadie mientras somos guerreros en un combate, temerarios pilotos en una carrera o consagrados futbolistas en la final de la Champions.

***

Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 22 de mayo: “Las manos son como un par de hijas: a una se le exige, y sale adelante; la otra…”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

“Más que un niño interior, tengo un adolescente interior… y es un petardo”

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.