[…] Sin embargo, todo da igual si no estás enamorado. De qué te sirve tener el cerebro y la inteligencia de Carlos Marx o de Albert Einstein si no estás enamorada. Y ahí está el misterio.” – Manuel Vilas
Hoy, es inevitable reseñar uno de los libros más hermosos que haya leído. Su nombre: “Los Besos” (Planeta, 2021), de Manuel Vilas (Huesca, España, 1962). Las presentaciones de su libro en el Hay Festival de Cartagena, hace unas semanas, y en la biblioteca del Gimnasio Moderno en Bogotá la semana pasada, fueron realmente estupendas. Conversaciones íntimas y conmovedoras de Manuel con su público.
Salvador, un profesor jubilado de 58 años, huérfano de padre en su niñez y huérfano de madre en su adolescencia es diagnosticado con un desorden mental – desgaste psicológico -, y su médico le ordena alejarse de su trabajo, siendo pensionado anticipadamente. Su nueva situación le impulsa a ir a un bungaló en un bosque cercano a Sotopeña, a las afueras de Madrid, en donde conoce a Monserrat, que trabaja en la tienda del pueblo, 15 años menor que él.
Y, en contra de todo pronóstico, empieza la más elocuente y memorable historia de amor de nuestros tiempos pandémicos. Al mejor estilo de “El Quijote”, Salvador termina siendo Félixmarte de Hircania y Monserrat termina convertida en Altisidora, esa doncella enamorada, según las aventuras ensayadas en la primera parte por Maritornes y la hija del ventero. Nos dice Manuel, que “El Quijote” es una novela de amor: “La gente se cree que el amor a Dulcinea es una chifladura más, y lo es, claro, pero es la gran y verdadera chifladura, la genial, la maravillosa chifladura. La religión de Don Quijote era el amor… Si no estás enamorado, aunque sea solo de una ilusión lejana, es real, la vida no sirve. De eso creo habla la novela de Cervantes”.
La novela de Manuel encanta, literalmente. Encanta por tierna, por honesta, por conmovedora. Y lo hace con toda la intención cervantina del caso: “Cervantes encontró una original piedra filosofal: el encantamiento. El mundo actual es cervantino, porque es obra de magos torticeros que han encantado a la raza humana. Detrás de todo cuanto el virus le ha hecho el mundo, en las sociedades humanas está el Gigante Malambruno, que ha obrado un encantamiento”, nos dice.
Conocí a Manuel a través de su novela Ordesa (Alfaguara, 2018), la cual empezó a escribir en 2014, en una época en que el autor había perdido a su madre y se estaba divorciando. Estas circunstancias lo hicieron escribir un libro doloroso en donde explora, desde la tristeza, la relación materno filial, el olvido, los duelos, los desgarros, con un tono existencialista:
“A pesar de ver espectros por todas partes, había belleza en los adioses que estaba presenciando: el adiós a mi madre, el adiós a mi matrimonio, y el adiós a mí mismo. Lo malo fue que desde la primavera del 2013 hasta junio de 2014 el alcohol pasó a gobernar mi vida. Dejé de beber el 9 de junio de 2014.”
Un libro autobiográfico en el que el escritor desnuda su alma en prosa poética. Un libro que fue catalogado por “Babelia”, el suplemento literario del diario español “El País”, por “La Vanguardia”, “El Mundo”, y “El Correo”, entre otros muchos, como El Libro del Año, ganador también de varios premios prestigiosos y traducido a múltiples idiomas.
Poco después, Manuel nos traería “Alegría”, finalista del Premio Planeta 2019, una novela en donde, si bien hay un pasado que pesa, también encontramos un futuro esperanzador. Un Manuel en transición.
Y en medio de la pandemia, nos ha sorprendido con “Los Besos”, una novela en donde el autor se nos revela como un vitalista pleno y un profesional del amor – como él mismo se define: un Manuel enamorado de su obra, cuestión que no es menor en la medida en que no hay nada mejor que encontrarse un escritor amante de sus letras… porque esto nos hace amarlas a nosotros aún más.
¿Cómo llega Vilas a escribir sobre el amor?
Nos cuenta el autor que comenzó a investigar sobre la construcción del amor a raíz de una epifanía que tuvo al volver a ver, en plena cuarentena, la película “Casablanca” (1942), en la que, en medio de una megafonía de voces, ruidos, violencias, una guerra que se convirtió en catástrofe, se gesta un amor de leyenda. En plena invasión nazi a París, Ingrid Bergman le dice a Humphrey Bogart: “El mundo se está desmoronando y tu yo nos hemos enamorado”. Y, nos dice Manuel que, ante la llegada del horror colectivo, sea una guerra o una pandemia, lo único claro es que la tabla de salvación siempre será el amor…
Y recuerda también la película “La Vida es Bella”, de Roberto Benigni (1997), en la que, en medio del horror de un campo de concentración, encuentran camino el humor, el amor y la belleza, al mejor estilo de Kafka, de quien reconoce Manuel una importante influencia, y para quien el amor debe ser alegre porque la alegría es una obligación del ser humano.
A estas epifanías cinematográficas se unió el impacto de la prohibición que surgió en algunos países de tener relaciones sexuales sin tapabocas (hoy nos da risa, pero así fue). Y es ahí donde aparecen los besos, esos besos de boca con lengua, que constituyen para Vilas la espiritualización del deseo sexual en el amor a primera vista: la lengua es una invitación a conocer el alma de otra persona; todos lo sabemos, pero la literatura nos lo recuerda, acota.
“¿Cuáles son las medidas perfectas de un beso entre un hombre y una mujer para que sea el mejor beso de la historia del beso? Altisidora lo resuelve sin contemplaciones: su lengua ha cazado la mía, y se la lleva derrotada al castillo de su alma.”
La novela es uno de esos libros en los que uno quisiera subrayar todas las hojas, porque en cada una hay una frase para estampar en el alma, así que les dejo unas pocas por acá, relativas a los besos, y lo hago porque merece la pena que las letras del libro escarben y exhiban cuál es ese justo medio… esa “ternura justa” y ese “erotismo justo”:
“Yo deseo besarla sin que mi beso contenga la historia de los millones de besos sin fortuna y sin elegancia y sin ternura y sin bondad que se han dado en 5000 años de historia amorosa entre hombres y mujeres.”
Y el beso es no solo atrapar y sumergirse en un pasado – pasado que definirá el desenlace del libro. Besar es también besar heridas:
“Besar las heridas de otro ser humano nos aterroriza. No son nuestras heridas, son las series de un tercero y un cuarto, las heridas de mi exmarido y un hijo ausente… no heridas procedentes de grandes batallas legendarias, sino heridas humildes, hijas de pequeñas decepciones, de fracasos cotidianos, hijas de una maternidad suspendida.”
La vida, como los besos continúa siendo un misterio indescifrable:
“(…) porque los besos siguen siendo el mayor misterio del mundo. Nadie logrará saber que es un beso, porque existen los besos, que sí que significan en realidad. Tienen un poder desconocido. (…) Nadie sabe que es la vida humana. No sabemos por qué, ni cuándo, ni cómo, pero con los besos todo se llena de sentido. Por eso decidimos abrigarnos con la piel del erotismo, que es acción. Algunos seres humanos eligen sacrificarse por los demás, y allí también hay erotismo.”
Una novela potente, una nueva especie cervantina en medio del caos, un homenaje a la bondad, a la belleza, al amor, al cine y a las letras que nos precedieron. Sin lugar a duda, una de las mas bellas obras literarias que ha llegado a mis manos.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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