Me gusta, por ejemplo, visitar a mi abuela, pero no precisamente para hablar con ella. No nos digamos mentiras. ¿De qué va a hablar uno con la abuela? ¿De Elif? ¿Del Estéreo Picnic? Nuestros horarios de entretenimiento ni siquiera coinciden. Cuando están transmitiendo Elif, uno está trabajando. Y cuando uno está en el Estéreo Picnic, ella está durmiendo u hospitalizada.

La realidad es que visito a mi abuela para almorzar a buen precio. Ofrece grandes cantidades de comida, con repetición incluida, para mi esposa e hijo. No me sale completamente gratis, pero sí muy barato: 20.000 pesos. Excelente negocio.

Sin embargo, lo que más me gusta es cuando me dice: “Que mi Dios le multiplique”. Yo hago cuentas de lecherita: “¿Por cuánto me irá a multiplicar el Altísimo?… Si esta vez me multiplica por cinco, quedo con 100.000 pesos. Mmm… y si vuelvo a venir mañana, y me vuelven a multiplicar por cinco, quedaría con 200.000… ¿Sabe qué, abuelita? De una vez, le voy a dejar un millón de pesos”.

Mi abuelita suele decir: “Más tiene mi Dios que darnos que nosotros que pedirle”. Estoy en absoluto desacuerdo. Cuando creía en Dios, le pedía todo el tiempo, como cualquier cristiano. “Diosito, que consignen hoy para invitar a salir a Sandrita […] ¡Eso!… Que ahora Sandrita diga que sí […] ¡Ya me dijo que sí…! Que ahora se deje convencer de ir a mi casa […] Ufff, ya estamos llegando […] Diosito, que ojalá mi mamá haya tendido la cama […] ¡Todo salió perfecto!… Diosito, que Sandrita no esté embarazada”.

No siempre he sido así. Alguna vez le pedí a Dios en nombre de todos los colombianos. Fue el día antes de la votación presidencial entre Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga. Estaba en juego la paz del país, porque la negociación con las FARC se podía caer si ganaba el uribismo. Recuerdo muy bien, ese sábado, antes de la elección, porque era 14 de junio de 2014, el día de mi cumpleaños y además Colombia jugaba su primer partido del Mundial de fútbol en Brasil. Esa tarde, a menos de 24 horas de que abrieran las urnas, me arrodillé y le pedí a Dios con mucha fe: “Por favor… por lo que más quieras, te lo ruego… que Colombia gane el Mundial”.

Recuerdo que le pregunté a un amigo:

—Dígame la verdad. ¿Prefiere que ganemos el Mundial o que se firme la paz con las FARC?

—Que firmemos la paz, obviamente.

Lo miré con desconfianza, antes de decirle:

—Nunca me imaginé que usted fuera tan egoísta.

—Pero si llevamos más de 50 años de conflicto con las FARC.

—Si es por eso… Llevamos más de 80 años sin ganar un Mundial… Desconsiderado…

El interés también pesó mucho a la hora de escoger varias de las novias que tuve. Mi actual esposa, por ejemplo, me llamó mucho la atención en su momento, no solo por su linda sonrisa, sino porque los papás tenían casa en Cartagena.

No estaba seguro de mi relación con ella hasta que me llevó a conocer a su familia en la ciudad amurallada y juntos paseamos por la bahía en un bellísimo BMW. Comimos mariscos. Bebimos vino. Fue perfecto, porque no pagué un peso. Me sentí como un plebeyo acogido en un carruaje… como esa Cenicienta deslumbrada por conseguirse unos suegros que eran reyes. Fue entonces cuando tomé a mi futura esposa de la mano y le dije con el alma: “Tenemos que blindar esta relación a toda costa. No quiero separarme nunca de tus papás”.

Piensen en el siguiente escenario, con honestidad. Deben escoger entre dos personas, igual de cálidas, inteligentes, graciosas, atractivas, buenas amantes. En todo están empatadas, pero los papás de una tienen casa en un bonito sector de Bogotá y los otros en San José del Guaviare. Si escoge lo segundo, lamento profundamente que usted quiera pertenecer a las disidencias de las FARC. Lo más probable es que su alias sea “Jesús Santrich” o “Iván Márquez”. Tenga la certeza de que las autoridades están siguiéndole la pista.

Soy interesado hasta cuando una persona conocida, a la que hace rato no veo, me insiste en que nos tomemos un café o vayamos a almorzar. Lo primero que yo hago es mirar en qué está trabajando. Si en sus redes veo que trabaja en Google, en una petrolera o en Estados Unidos, no solo le acepto la invitación sino que le hago un “shower” (de lo que sea, lo importante es el detalle). Pero si lo que veo en sus perfiles son fotos de Herbalife o Amway, como que me dan más ganas de ingresar a las disidencias de las FARC. Aunque siempre existirá la posibilidad de comprar algunos de esos productos y que la persona me compense diciendo: “Que mi Dios le multiplique”.

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La próxima, el miércoles 4 de diciembre: “Me ofende que no me inviten a los matrimonios”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

Llevo dos años sabáticos y ya se me está acabando la plata

Qué rico jubilarme… a los 36 años

No soy mejor que nadie, pero me encanta sentirme mejor que los demás

Quiero informarme seriamente, pero los medios insisten en tentarme a leer pendejadas

Yo también fui un periodista que gorreaba desayuno a las fuentes

Segunda parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

Primera parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

¿Cómo sería una red social en la que compartiéramos nuestros estados reales y antisexis?

Endiosamos a nuestros padres y con los años nos damos cuenta de que son humanos

Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe

¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos

Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…

Carta abierta de un aficionado al Play Station

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Nadie me contó que uno también termina con los amigos

Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré

Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35

Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos

Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)

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Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram

La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés

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Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.