¡Gratitud inmensa a Pulzo por llamarme a participar en sus páginas! Desde hoy, esta es una tribuna para fomentar el correcto uso de nuestro idioma español; es la prolongación de la cruzada que desde el 27 de mayo de 2004 adelanto por Internet para que conozcamos la gramática, y escribamos y hablemos con ceñimiento a ella.  

En lo que yo hago no hay imposiciones, solamente divulgo la normativa idiomática para que nuestros escritos luzcan pulcros y nuestra oralidad resuene con elegancia y corrección; así habrá trascendencia en la comunicación humana. 

Hoy, cuando nos avasalla la tecnología (que se usa mal en muchos casos), mucha gente cree tener autonomía para fijar estructuras y grafías advenedizas al usar el idioma. Error. También la lengua española ─como las sociedades─ tiene normas; sin ellas, el mundo hispanohablante se movería a la sombra de una torre de Babel espantosa; sería difícil entender lo que se nos dice, y más enredado sería hacer entender a los demás lo que sentimos y decimos.

Existen normas lingüísticas claras, desconocerlas y apartarse de ellas es una especie de osadía tal, que a lo único que contribuye es a una mayor prostitución de nuestro idioma. La Real Academia Española (RAE) y sus veintidós Academias asociadas le meten seso al idioma que hablamos y escribimos casi quinientos millones de terrícolas; lo hacen como vigías y formuladores de recomendaciones para escribir y hablar ceñidos a las reglas, no como agentes que imponen sus criterios.

La lengua hispana es un asunto vivo, que se recrea a diario por el uso que de ella hacemos sus hablantes. Su regulación gramatical les corresponde a los miembros de la RAE, desde Madrid, España. Por consiguiente, nuestro idioma tiene rectores idóneos, y no cualquiera adquiere investidura para modificar tales reglas. 

Alguna vez una presentadora de televisión, de cara bonita y carácter endemoniado (según dicen quienes la conocen), insinuó, en una entrevista que me hacía Jota Mario Valencia, que yo quizás vivía amargado por las metidas de pata de tanta gente. Tuve que decirle a la muchacha de las piernas bien cuidadas, que yo no me fijé la meta de «meterles» en la cabeza, a ultranza, el español correcto a los colombianos, ni la de imponerles nada. ¿Qué amargura puede haber en enseñar a hablar y escribir bien? ¡Despistada la «muñeca» de la televisión! Amargados estarán muchos que, queriendo aprender a escribir y a hablar bien, no lo han logrado porque no han emprendido el camino. 

Yo apenas advierto sobre las incorrecciones y aporto las enmiendas. Quien quiera escribir horrorosamente está en su derecho de hacerlo; al fin de cuentas quien habla y escribe mal se «autocastiga», pues eso genera descalificaciones y pésima imagen ante los demás. ¿Usar de manera horrenda las palabras al comunicarnos otorga más nivel cultural, o concede mejores aptitudes para desempeñar bien un trabajo en cualquier escenario de la vida? ¡Definitivamente, yo no lo creo! Conozco decenas de casos, y, ciertamente, ¡dan grima!

Así como a los ingenieros no se les perdona que se les caigan los andenes; ni a los policías, que los atraquen unos bandidos, a los hispanohablantes tampoco se les deben conceder absoluciones y aplausos por los exabruptos gramaticales y ortográficos con que hablen y escriban. Recuérdese la reciente descachada del presidente de Colombia, Iván Duque Márquez, al conjugar el verbo querer: «Así lo querí».

En el caso de los periodistas, el idioma es su herramienta elemental; por tan simple razón, deberían conocer bien el idioma. Aunque se enojen unos pocos (sin duda, lo harán aquellos que cometen más barbaridades escribiendo y hablando), es preciso insistir en que, si trabajan con las palabras para comunicar las noticias, es inadmisible que no sepan emplearlas, porque no las conocen en su nivel elemental. La periodista y escritora argentina Josefina Licistra afirma que la escritura correcta es complemento de la función periodística, y que por ello «escribir bien no es una opción, sino una obligación».

Yo estoy convencido de que algunas universidades con Facultades de Comunicación y Periodismo descuidan, con cierto desgaire, la lingüística. ¿Cómo pueden graduar de periodistas a personas que no saben escribir correctamente? ¿Por qué algunos docentes también cometen notorios deslices cuando escriben y hablan? 

Por analogía, imagínese el lector a un cirujano ¡que no supiera manipular correctamente un bisturí! A las palabras también se las debe tratar con sumo cuidado.

Este artículo es el «aperitivo» del «banquete» de barbarismos que yo «serviré» cada semana. Ya verán los lectores que son interminables las imprecisiones y deslices idiomáticos que se cometen a diario. También conocerán, por supuesto, las formas correctas para remplazar tanto extravío a la hora de hablar y escribir. 

Dejo en esta primera entrega unos pocos ejemplos de equivocaciones idiomáticas:

«Deme un jugo al climo». Imperativa oración que le escuché pronunciar a un señor en un micromercado. ¡Muy cuidadoso con la concordancia de género, pero equivocadamente! El fulano cree que como el vocablo jugo es de género masculino, «climo» es el término preciso para que concuerde con ese sustantivo. Pues, no. El comprador debió decirle al dependiente: «Véndame un jugo al clima», es decir, con la temperatura ambiente de ese momento. Lo único que se le debe abonar al comprador es que no hubiera dicho: «Regáleme un jugo…», que es la forma errada como hoy compran muchas personas.

«Hasta la fecha 161 personas fueron asesinadas y 39 se suicidaron en lo que va corrido de (…) en el área metropolitana de Bucaramanga». Si «hasta la fecha» se cuenta ese número de asesinatos, no hay necesidad de repetir «en lo que va corrido de…», pues es lo mismo. En cuanto al verbo fueron, está mal empleado. Debió usarse la voz pasiva: «…han sido asesinadas». Lo mismo con la segunda oración, que debió ser: «…y 39 se han suicidado». ¿Por qué? Porque cuando se escribió tal información, el año al que se hacía referencia (2019) todavía no había terminado. El pasado era aplicable si se hubiese hablado del balance definitivo de asesinatos y suicidios, al final de ese año.

«La argentina Cristina Fernández de Kirchner es uno de los presidentes peor pagos del continente». No he hallado explicación alguna para que el redactor de esta nota le hubiese cambiado el sexo a esa mujer argentina. Decir que ella «es uno de los presidentes» no solamente es erróneo, sino mentiroso y ridículo. Ella es presidenta. Aunque sea mal pagada, no «mal paga», que es también error. El participio regular es el indicado en este caso: pagada. «La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, es la peor pagada entre sus colegas del continente», pudo haber dicho la información.

«Trasladarán 15 familias afectadas por el tema de los deslizamientos»: Ojalá la afectación hubiese sido apenas por el tema, nada malo les hubiese ocurrido a esas familias. No fue el tema lo que las afectó, fueron los deslizamientos. A muchas personas se les ha vuelto una manía (especie de locura con delirio general) el uso de la palabra tema cuando se refieren a todos los asuntos. Si se puede ser directo, no hay razón para dar rodeos. «Trasladarán a 15 familias afectadas por los deslizamientos», es más preciso y correcto.

¡Escribir y hablar bien, el reto de hoy! 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.