Con ello, ciudades paralizadas, estudiantes en casa, disturbios y hasta riñas. Jocosamente me pregunto: ¿cómo sería un paro de mamás?

Sí. De MAMÁS ¿Se imaginan? Primero que todo, aunque tengan cientos de razones para quejarse, pedir, protestar y hasta querer renunciar, no lo harían. Ellas nunca protestarían por su ‘trabajo’ como mamás.

Segundo, de hacerlo, serían más sensatas. No escogerían ni calles, ni plazas ni centros de convenciones. No. Ese día colapsarían los salones de belleza, los centros estéticos, los spa, las piscinas y para las más afortunadas, las playas.

No tendrían en mano letreros alusivos al aumento de sueldo ni al cambio de horario. No. En sus manos, y con tremenda sonrisa, llevarían coloridos posters con: “Quién pidió pollo”, “Cuarentona feliz”, “Como me lo recetó el médico”.

Mejor dicho. Una ciudad que en vez de paralizarse, colapsaría por exceso de trabajo.

Y en casa, sin mamá, un día caóticamente hermoso. Un papá que olvidó poner el despertador y, por ende, hijos levantados ferozmente a gritos: “Nos cogió la tarde”.

Baño del gato. Lagaña en ojo. Niños con medias de diferentes colores. Niñas con pelo enredado y moño que no combina con el vestuario.

“A desayunar”, de nuevo levanta la voz papá. En la mesa: cereal con leche y pare de contar. “Coman a los trancazos”, pide papá. Y a correr. Camas destendidas. Cocina impecablemente desordenada: 8 platos, 5 cubiertos y 1 olla pitadora sucia. Y todo, para dos personas en un desayuno.

No hubo tiempo para sacar la perrita a orinar. Por ende, meada fija en la sala. Pero así queda la casa. A correr porque van a llegar tarde.

Y sí. Llamado de atención, no solo por ingresar tarde al salón, sino por ir con el uniforme equivocado. Además, porque olvidaron la lonchera. Las onces. El alimento de los hijitos. Y pensar que sólo con cereal y lechita fue el desayuno. Seguro, extrañaron los huevos, la arepa y el chocolate de mamá.

Secada del sudor de papá. 5 minutos para bajar el estrés de la corrida y a seguir. Olvidó avisar en el trabajo. Habló con el jefe y él, muy respetuosamente, se lo concedió; eso sí, le advirtió que de su sueldo serían descontadas las horas y que su trabajo sería guardado por dos días más.

No hay de otra. Sus hijos lo necesitan. Ahora, a arreglar la casa. Al llegar, un papá que no sabe por dónde comenzar.

Sacudida de cabeza. Se decide por la cocina. Luego tiende camas. Pone a lavar ropa. Y toda junta: de color y blanca. Aunque después de una hora y media, porque ni saben dónde está el jabón. Y al final, se da cuenta de que usó el jabón de limpiar baños y no el de ropa.

Pero sigue adelante. No alcanza a sacudir ni a aspirar. Debe sentarse a descansar y a disipar en tecnología. Un poco de diversión para el ojo está bien. Sorbo de agua y ya es tiempo de recoger los hijos en el colegio.

No hubo tiempo, ni ganas y poco conocimiento para hacer almuerzo, entonces, antes de encontrarse con ellos, parada en un ‘Drive Thru’. Pedido a la carta. Querrá sorprender a sus hijos. Y vaya que lo hizo. El papá olvidó que a la hija no le gusta la cebolla y al hijo no le gusta la piña. Entonces, comidita y platica perdida. Mejor ir a la casa y preparar arroz con huevo.

Casa vacía. Casa sin aroma. Casa sin ternura de mamá. Casa sin recibimiento especial. Pero ahí, aún unos hijos vivos. Y eso, es de mucho apreciar.

Un rato de celular para los hijos mientras papá organiza la cena. 5 segundos después los niños corriendo. Medias y zapatos sueltos en el piso. Gritos que van y vienen mientras hacen lucha libre. Se olvidan de las tareas.

Y hora de cenar: sándwich con agua. Televisor encendido mientras comen. (Acá nadie extraña a mamá). Hijos que se paran, se sientan, corren. Papá a punto de explotar. Son las 9 de la noche y aún sin dormir. Cepillado de dientes tan rápido como una carrera de fórmula uno. Nada de cosquillas ni de lectura de cuento. Y una oración pequeña.  Un abrazo. Un beso. Y un “Por favor a dormir YA”, suplica papá.

En esta historia solo hay seguridad en algo. En que hay un papá exhausto por el trajín del día. Anhelando que el paro llegue a su fin o que se cree una mesa de negociación lo antes posible. Pide a gritos también un día de Spa.

Pero, con seguridad, hay un papá recargado con ver y sentir que hizo el mejor esfuerzo para hacer la tarea de nosotras las madres. Somos muy necesarias en la crianza de nuestros hijos, sin querer decir que no existan papás que hacen maravillosamente la tarea, aún sin la presencia de ellas, las mujeres.

Y sí. Esto solo es producto de la imaginación, porque estoy segura de que ninguna, con el gran corazón de mamá, sería capaz algún día de su vida de hacer un paro como mamá, así tenga al mejor reemplazo: a su coequipero, el esposo. El papá.

Pero aunque se hiciera, tengo la certeza de que este paro sería el único, en el mundo, que solo duraría un día. Cualquier papá, hijo, sobrino, tío, abuelo, empleador y hasta sacerdote trataría de conciliar por el reintegro de la mamá a su hogar. Bienvenidas de nuevo a casa.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.