Tranquilos, no será este otro texto sobre política. Ya fue suficiente de confrontaciones por este año. Pero sí vamos a tocar un tema directamente ligado con las elecciones regionales que ocurrieron con tranquilidad en Colombia, el último domingo de octubre. Uno de los titulares recurrentes fue: “los encuestadores también se quemaron”. Y nada qué hacer, así fue.

El análisis de lo ocurrido con las encuestas ya fue realizado en casi todos los escenarios. Como cualquier otra, las encuestas son una industria y, como casi todas las industrias, está en mora de aceptar la transformación digital. Sí, los firmas encuestadoras tienen el doloroso reto de replantearse la forma cómo ejecutan sus promesas de valor y de apalancarse en tecnologías como el Big Data y la inteligencia artificial para seguir siendo relevantes.

Porque no nos llamemos a engaños, que en pleno 2019 las muestras objetivas sean 2.000 personas y que los métodos de consulta sigan siendo la voz o la entrevista personal es una clara muestra de que todavía seguimos sin dimensionar el alcance no sólo de la transformación digital, sino de las tecnologías maduras. Y este garrotazo no sólo les cae a los que hacen las encuestas, también a los que las difunden.

Lo curioso del asunto es que existen varios ejemplos de la capacidad de la tecnología en las elecciones. Para no ir muy lejos, un sistema de inteligencia artificial de la India predijo correctamente el resultado de la elección presidencial de Donald Trump hace tres años, mientras que casi todas las encuestas daban por descontado un triunfo de Hillary Clinton.

Para más referencias, MoglA fue el sistema de inteligencia artificial desarrollado por Sanjiv Rai, que obró el milagro. La máquina tabuló la información en sitios como Google, Facebook, Twitter y YouTube para hacer sus predicciones. Más información sobre MogIA acá.

¿Qué pasa con las encuestas? No es fácil de digerir, pero la realidad es que estos modelos de predicción se convirtieron en la mamá que nos dice lo que queremos escuchar. Infortunadamente, se creó la tendencia de tener encuestas a medida, que responden a las necesidades de cada candidato. Cosa que, al final, resulta una tontería. Porque ocurre lo mismo cuando uno le pregunta a la mamá si lo ve gordo, nos responderán lo que queremos escuchar, pero cuando salgamos a la calle (el día de las elecciones) nos pegará la cruda realidad.

La tecnología, por el contrario, es más fría. Los resultados que entrega, aunque no son infalibles -y en esto es necesario ser muy puntilloso, hasta el mejor algoritmo puede fallar en estos escenarios tan dinámicos- sí tienen una muestra y un margen de error mucho más confiables. Las máquinas de inteligencia artificial miden los datos que recolectan, pero no miden sensaciones o crispaciones políticas y eso es lo que las hace más confiables.

¿Las encuestas se van a extinguir? La misma pregunta que le aplica a tantas otras industrias. La respuesta, igual, es que no. Seguirán, pero tendrán que transformarse en herramientas digitales. Actualmente, los comportamientos del electorado no se reflejan en lo que dicen por teléfono o en persona. Los comportamientos del electorado se reflejan en lo que buscan en Google, lo que comentan en Facebook o los que siguen en Twitter. Todo se transforma hasta la forma en que movemos nuestras pasiones políticas.

La pregunta del millón sigue siendo ¿los encuestadores y sobre todo quienes les dan megáfono se resistirán al cambio y seguirán escuchando lo que quieren oír? La transformación digital es eso, precisamente: solucionar con herramientas tecnológicas eso que nos incomoda. Y eso es más difícil que acertar al ganador de unas elecciones.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.