Por: Margarita Barrero (TikTok: @margarita_lindalamar)

Con expectativa de vida de 35 años ser trans en Colombia es una amenaza latente de muerte a temprana edad. Si es difícil para cualquier colombiana o colombiano serlo, no me da la cabeza para entender lo que significa para una indígena emberá.

Resulta fascinante que quienes sientan que lo son, en efecto, logren reafirmarlo a pesar del peso social de esta comunidad.

No es un prejuicio con indígenas. Es curiosidad con sus reglas sociales, enmarcadas en la familia, estrechamente atadas a sus roles de género. Me pregunto si esa manera de entender los roles afecta su decisión de asumir una identidad de género.

En sus comunidades no existe un trabajo determinado socialmente para el homosexual, el transgénero o el transexual. Está la sanación para evitar que existan y la solución de acatar los reglamentos en contra de su voluntad.

Es como un contagio que algunas indígenas atribuyen al cambio de alimentación, a los transgénicos, específicamente. ¿A qué más si sus ancestros no tenían esas enfermedades?. Proporcional a lo absurdo que suena es la seguridad con la que lo declaran.

No me imagino lo que puede sentir un niño en el cuerpo de una niña durante el rito de iniciación para asumir su rol de adulta, ni cómo se sentirá una mujer que busca ser hombre sabiendo que en su comunidad nunca será el que sustenta el poder.

Allí donde incluso se consideran inapropiadas las relaciones de pareja con afrocolombianos y miembros de otras culturas o blancos, ¿cómo se supone que sería percibido quien asume una identidad de género que no corresponde  a sus características biológicas y fisiológicas de nacimiento?

Y si siente que su rol es más de mujer, pero es hombre: ¿cómo se debe asumir? ¿puede estar en la preparación de alimentos, debe encargarse del cuidado de la casa y la elaboración de canastos, cerámica, vestidos y adornos en chaquiras o le toca enfocarse en actividades masculinas agrícolas, de caza o pesca?.

¿Cómo es ser una minoría dentro de otra minoría? Porque los indígenas representan el 3,4 % del total de la población en Colombia y los transgénero el 0,05% del total nacional.

Aunque parezca de esas historias que surgen solamente en el cerebro de un escritor de fantasía, en Colombia sí existe una comunidad de indígenas trans refugiados en Santuario ( Risaralda), un municipio históricamente conservador.

Son el testimonio de quienes han huido de sus comunidades y peregrinado en busca de un lugar donde puedan asumir el rol que decidieron, el que sintieron. En este caso, ser mujeres emberá. Se maquillan, se acicalan, se sienten ellas, en su estado más natural. No son las diferentes ni las raras. No viven con la carga que les imponen sus familias, tan pendientes del qué dirán.

Ser ellas no es perder todo lo que representa a su etnia. Su decisión no se acompaña con la renuncia de sus orígenes. Tener una danza que las une es tan importante como pintarse la cara o usar sus chaquiras en el cuerpo.

A pesar de la evidencia todavía leemos artículos que hablan de “se negaron a aceptarla por su condición”. Hay orientación sexual, que es distinta a la identidad de género, pero ¿condición? Como si se tratara del paciente de alguna enfermedad. No, eso no existe. Es una manera absurda de encasillar, quizás, lo que algunos no pueden entender: la libertad.

Se ha sexualizado a los trans más que a las mujeres, aunque escribirlo parece una exageración. La idea que ha imperado de los trans en las sociedades conservadoras  usualmente viene de una mirada masculina: los encuentran hiper femeninos para ser hombres; pero, a la vez, desagradables para los más “machos”. No encajan en sus esquemas y, a veces, se sienten con el derecho a maltratarlos porque no aceptan a quienes abiertamente le han dado la espalda a la masculinidad por elección personal, única e intransferible.

En sus comunidades las llaman ‘werapa’, mujer falsa, mujer de barro y de allí viene el nombre del  documental  que Claudia Fisher estrena: Wërapara, mujeres trans. Muestra las vidas de seis de ellas en el resguardo indígena Karmata Rua, en los andes colombianos.

Estas “mujeres de barro” diseñan accesorios típicos y luchan contra la discriminación. Claudia muestra el proceso de la diseñadora de modas Laura Laurens y las artesanas desde 2018, cuando empezaron en Antioquia, hasta llegar un año después al Fashion Case Show del Summer House de Londres y su posterior presentación en un desfile de modas en Medellín.

El documental fue seleccionado para el LGBTQ – Unbordered International Film Festival, y verlo será una abierta manera de celebrar el orgullo LGBTIQ+, con los colores de las mujeres reales no de barro, indígenas y colombianas, a mucho honor.

Esta es la versión en TikTok de la columna:

@margarita_lindalamar #greenscreen #pridemonth #orgullogay🏳‍🌈 #orgullolgtbi #mujerestrans #feminismotiktok #powertrans #pride2022🏳️‍🌈 #colombia #conservadorismo ♬ African Safari – Sarah Scarlata

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.