En la historia democrática de los colombianos quedará inscrito que fue en 2022 cuando se dio un giro de 180º en la concepción política, económica y social de país, pronunciamiento del constituyente primario, en las urnas, que debe ser analizado desde los detonantes que condujeron a esa expresión de cambio. Sobre los hombros de Iván Duque Márquez siempre pesará el estallido de una bomba social, sin precedentes, que evidenció la falta de preparación y experiencia de un novel político que sucumbió ante las dificultades y dejó con múltiples deudas a la casta dirigencial que profesa la ideología de extrema derecha. La inexperiencia en cargos públicos, del ungido del uribismo, tiene en su haber inconmensurables errores que invisibilizan los escasos aciertos que deja la administración de quien conquistó lo que se creía imposible, consolidar un gobierno con peores índices de reputación a los propiciados por Andrés Pastrana Arango y Ernesto Samper Pizano en su momento.

Ambiente de polarización, en el que circundó aquel político que sin preparación se encontró con la presidencia de Colombia, demarcó una compleja agenda de problemas económicos y sociales que excitó el inconformismo de una nación de extremos que llevó al reduccionismo, emocional y racional, el proceso de paz y su implementación, transitó las afugias de la pandemia y solidificó el errático proceder dirigencial que acompañó la construcción de una nueva normalidad. Déficit de 14 billones de pesos con que inició la administración Duque Márquez, en el presupuesto de 2019, se agudizó con las protestas sociales del Cauca, bloqueo del sur del país, que trajo consigo pérdidas, enfrentamiento con los cabildos indígenas, confrontación con los sindicatos y propició un clima de tensiones que impactó diversos sectores. Complejo escenario que encrespó los ánimos de una nación enfrascada en los cuestionamientos a los acuerdos de La Habana, las objeciones a un organismo, constituido para juzgar a los militares y no los criminales, como la JEP, la definición de la solicitud de extradición de Seuxis Pausias Hernández Solarte, Alias Jesús Santrich, la reagrupación de las disidencias de las FARC y el tufillo de una oposición pescando en rio revuelto.

Priorización del gasto público no logró sintonizarse con la agenda de un diálogo social que pedía a gritos acciones, claras y concretas, sobre las reales necesidades de la sociedad colombiana, hechos que impiden dejar atrás un conflicto de décadas y ya desde los 261 días de gobierno presagiaban el duro enfrentamiento político entre las posturas de izquierda y derecha. Discrepancia ideológica, conceptual y de concepción y proceder que conllevó a un entorno que aún hoy exalta la imperiosa necesidad de replantear las bases éticas y de comportamiento para atajar la corrupción que parece haberse naturalizado en cada una de las esferas de la sociedad colombiana. Complejo panorama político y social fue el que esbozó un difícil camino para un gobernante que no contaba con la sagacidad para hacer frente a la anarquía institucional y el caos del sistema judicial y legislativo de la nación.

Limitaciones del ejecutivo se acrecentaron e hicieron más evidentes con la sordidez de senadores y representantes que no estuvieron a la altura de los retos políticos que debían afrontar. El Capitolio Nacional fue escenario, como ahora, del tan llamado Congreso de la renovación y la transparencia en aras de la Paz y la anticorrupción, pero sucumbió frente a los intereses particulares y partidistas que priman sobre el interés colectivo de la sociedad colombiana. Enconados debates y diatribas ideológicas entre gobiernistas, independientes y oposición rodearon la reforma política, la ley estatutaria al sector TIC, los proyectos anticorrupción, la regulación del fracking, la reforma a la justicia, el plan nacional de desarrollo, las objeciones a la JEP, el tema pensional, el sistema de regalías, la reforma tributaria y demás iniciativas parlamentarias que abrieron una lista de tareas pendientes.

Cóctel inédito de confrontaciones ideológicas, delirios de persecución, polarización política, sumado a las cadenas de “fake news”, encendieron el inconformismo social que fue llevado a la calle. La protesta social, el ambiente de tensión, que invadió a las capas jóvenes del país condujo a la intolerancia del colectivo ciudadano que, excitado por las masas sindicales de la izquierda colombiana, bajo la excusa, o el pretexto diario, de parar sin una razón específica, el 21 de cada mes, salía a protestar porque sí o porque no. Ausencia de una estrategia de comunicación, los ruidos permanentes de las declaraciones disonantes en medio de la coyuntura condujeron a expedir actos administrativos que buscaban apagar los incendios que la lengua generaba. La espiral de irracionalidad social solo se logró frenar con una pandemia que obligó al confinamiento, situación circunstancial que exaltó la falta de liderazgo de Iván Duque Márquez que, en 591 días en la presidencia, denotaba una constante, llegar bastante tarde con las decisiones de peso.

El aislamiento, freno en seco a la actividad del país, tuvo un costo alto para el aparato productivo, el empleo, las exportaciones y el crecimiento en general. El escaso músculo político y administrativo, y la carencia de acciones de contención del gobierno, invadió las esferas sociales y atizó la desconexión del mandatario con los ciudadanos. Importante encrucijada no fue gestionada adecuadamente por el equipo económico del presidente, Iván Duque Márquez, que gestó una reforma tributaria propuesta por el ministro Alberto Carrasquilla, para hacer frente a la reactivación financiera del país sin atender el hambre desatada por la pandemia. La estructura social y tributaria de la nación no logró ser ajustada a la realidad de inversión del estado y la capacidad de ingresos que tienen los sectores desfavorecidos, las comunidades campesinas, los indígenas y los sectores afrocolombianos, localizados en los ecosistemas ambientalmente estratégicos y que son víctimas del saqueo de tierras por parte de grupos violentos que se esconden en causas sociales.

Peligroso entorno de cortinas de humo que se tejió en el cuatreño fue el que atizó el juego polarizador que acompañó el escenario social colombiano y eclipsó la incoherencia de los extremos ideológicos. Doble rasero, silencio cómplice y conveniente, que acompañó a los actores políticos y sociales condujo a profundizar las diferencias políticas que llevaron a la victoria a la izquierda bajo la promesa de una solución que está por venir. Cambio en una nación repleta de problemas e inequidades que conlleva a una espiral de desacuerdos y cizañas que es aprovechada maquiavélicamente por fatalistas que centran su discurso en la inviabilidad como estado. Construcción conjunta de Colombia llama a reconocer que se tienen muchos problemas que requieren del esfuerzo y la voluntad de todos los ciudadanos para superarlos.

El momento por el que atraviesa Colombia requiere de un mayor pensamiento escéptico y racional, dejar de lado la superstición que da tanto valor a la palabra de los bandidos que hoy fungen de legisladores sin dejar de lado el talante pendenciero y mitómano desde el que no admiten la crítica. Grandeza de la democracia estará en encontrar una vía de convivencia en la que antes que polarizar se logre unificar a los colombianos, la sociedad requiere de actores políticos que se alejen de las incoherencias del poder y encausen la materialización de hechos que den solución a las necesidades de un pueblo profundamente agobiado. Crisis política, económica y social que trajo consigo la pandemia y el “desgobierno” que ahora llega a su fin llama a establecer un gran pacto nacional, serio, comprometido con causas sociales y ambientales; Colombia necesita la construcción de un nuevo “Ethos” democrático que dé a la nación algo más que una reforma estética.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.