Ahora es cuando hay más alternativas para disfrutar del tiempo libre. ¡Cuántas cosas por hacer! Lo que no hay cuando uno trabaja, y tiene un bebé, es tiempo libre. La vida no alcanza para consumir tanto contenido entretenido.

Si hoy me jubilara, vería las 22 películas del universo cinematográfico de Marvel, y los videos en Youtube en los que explican todo lo que uno no termina de entender. Me repetiría las 75 horas de las siete temporadas de ‘Game of Thrones’, pero antes me leería los libros (en inglés, yeah, baby) para hablar de sus similitudes y diferencias en las reuniones sociales, como una persona informada (y obsesionada). Volvería a ver ‘Betty, la fea’, ahora desde una perspectiva adulta, escribiría reseñas en Facebook de sus capítulos divertidos y criticaría su trama machista.

Leería sobre el Brexit, sobre las protestas en Chile, sobre las movidas en Washington para destituir a Trump, sobre el uso de una computadora cuántica de IBM para regresar en el tiempo, sobre los candidatos a la Alcaldía de Bogotá en La Silla Vacía. Descargaría un app para hacer memes de cada tema. Le dedicaría unos minutos (60) a redactar un tuit ocurrente cada día, que luego fuera destacado en los medios tradicionales, en las mesas de trabajo de la radio, que fuera retuiteado por Félix de Bedout en su cacería de trinos, que Petro tergiversara para sostener con él un “agarrón”. Retomaría mi novela en línea de ficción coyuntural sobre fútbol y política española (managerfc.com)

Haría ejercicio a diario, porque tampoco voy a dedicarme a sacar barriga siendo tan joven y divinísimo. Nadaría, practicaría yoga y publicaría “stories” en las diferentes posiciones con textos irresistibles “¡Meditar para vivir!” (¡guau!). Me inscribiría en una carrera de 5k, luego 10k, media maratón y maratón. Sería Forrest Gump, pero preparándose para un triatlón, con una sexy-trusa (yeah, baby). Haría videos con frecuencia, editados y musicalizados, de mis entrenamientos.

Me documentaría sobre las diferentes etapas de la niñez, con libros y videos,  para recibir debidamente a mi hijo en las tardes, cuando vuelva del jardín, primero, y del colegio, después. Le daría perspectiva sobre lo que está viviendo, lo abrazaría si la está pasando mal, lo reprendería si el matón del colegio es él, lo guiaría en sus tareas.

Prepararía cenas exóticas, vistas en algún canal de comida. Aprendería de astronomía para echarle cuentazos a mi mujer sobre las constelaciones y sus historias. Le escribiría cartas todos los meses. Indagaría, ahora sí, de verdad, de boca de alguien especializado, si el punto G queda donde yo siempre he pensado que queda, o si lo he estado haciendo mal toda la vida. Lo pondría en práctica. Le preguntaría a mi mujer que cómo me vio ahí.

 Jugaría mucho fútbol en el Play Station. Participaría en competencias internacionales de FIFA. Me involucraría con fanatismo en juegos de roles, como Dungeons & Dragons. Programaría más sesiones de póker entre amigos. Y si aún dispusiera de algún tiempo, si no me quedara nada más importante por hacer, hasta dedicaría algunas horas a trabajar.

Viajaría, claro. Pero no para tomarme las fotos de otros (con la Torre Eiffel de fondo, sosteniendo la de Pisa, con la mancha verde de las auroras boreales atrás). Llegaría a un puerto para aprender a navegar y pescar. Que alguien me enseñe un arte, desde peluquear ovejas, hasta bucear en cuevas.

Trabajar para producir le quita tiempo a todo esto. No trabajar significa que no hay con qué financiar nada de esto. No ha existido una mejor época, en la historia del mundo, para vivir de vacaciones. Para eso hay que tener plata. Y para tener plata, no se puede vivir de vacaciones.

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La próxima, el miércoles 6 de noviembre: “Llevo dos años sabáticos y ya se me está acabando la plata”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

No soy mejor que nadie, pero me encanta sentirme mejor que los demás

Quiero informarme seriamente, pero los medios insisten en tentarme a leer pendejadas

Yo también fui un periodista que gorreaba desayuno a las fuentes

Segunda parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

Primera parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

“¿Cómo sería una red social en la que compartiéramos nuestros estados reales y antisexis?”

“Endiosamos a nuestros padres y con los años nos damos cuenta de que son humanos”

“Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe”

“¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

“Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos”

“Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…”

“Carta abierta de un aficionado al Play Station”

“Más que un niño interior, tengo un adolescente interior… y es un petardo”

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram”

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés”

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas”

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea”

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.