De respirar cerca de ella.  De dejar a mi familia. Hoy, mientras la naturaleza y los animales viven, y viven más; nosotros, los seres humanos, estamos del otro lado. Estamos en la cuerda floja.

No me avergüenzo de decirlo. Mi temor hace parte de mi verdad y esa, precisamente mi honestidad, es la que calma esa angustia.

Desde las cero horas de este miércoles comenzará en Colombia el aislamiento obligatorio de 19 días para atacar el COVID-19. Por primera vez el mundo entero se une contra el mismo enemigo, uno que no vemos ni escuchamos, pero que, enfurecido, tiene la misión de acabar.

Llevo 11 días confinada voluntariamente con mi familia en Estados Unidos. Acá, en Florida, aún no se declara cuarentena obligatoria; aunque debería. Actualmente este país norteamericano ocupa el segundo puesto en número de contagiados, después de China.

Mis tres salidas al supermercado han sido como días en que siento que será mi último día de vida. Cada vez que dejo a mi familia en casa me consagro a mi Dios. Rogándole, de rodillas, que sea Él quien me libre de cualquier contagio y peligro. Y que me regrese a casa sana y salva. Que sean sus ojos quien cuiden de mí, porque los míos poco sirven para detectar al invisible monstruo.

No quiero imaginarme lo que siente un médico, enfermero y aseador, que está en contacto directo con el quebrantante virus. A ellos, mi admiración profunda.  Yo temo salir. Temo cerrar la puerta de mi hogar. Temo agarrar los productos a comprar. Temo tocar el recibo de pago. Temo caminar por el asfalto del parqueadero. Temo regresar a casa. Y claro, tomo las medidas necesarias, pero, con todo y eso, siento que este virus nos persigue. Nos ataca sin consideración alguna. Devora nuestra tranquilidad con todas sus agallas.

Nos tiene en incertidumbre. Y sí. Se dice que somos los pelotones de la Tercera Guerra Mundial, donde el arma es un ya conocido invisible que vive y sobrevive, quien carcome en segundos y, sin darnos cuenta, se entra para quedarse y apoderarse de nuestras vidas.

Curioso es que nuestros enemigos de hoy ya no los encontremos en las montañas ni en los callejones oscuros. Tu vecino o, incluso tu cómplice de hogar, podría ser tu número uno para tu propia salud.

Por eso, ya no sabemos si este virus no ha alejado de la realidad o nos regresó a la que pertenecíamos. Si fue lo segundo, ¿Por qué así? ¿Por qué con esta angustia latente? Con este sin sabor de despertar y no solo saber que nuestra libertad se ha empañado, también nuestra fortaleza.

Nos creíamos más vigorosos. En especial aquellos que cargan cientos de billetes en sus bolsillos, los que se enorgullecen llevando misiles en sus carteras, los que producen, regalan y venden droga, los que trafican con menores de edad, los que violentamente mujeres y traicionan a los hombres de buen corazón, los que se roban el dinero de una nación.

¿Y qué hay con ellos hoy? Todos. Vencidos. Todos. Sin excepción alguna, encerrados, acuartelados, amedrantados y magullados por ese, el impostor descarado del COVID-19.

Un mundo entero parejo envuelto en crisis.

Vemos médicos luchando en campos de batalla. Empresarios que han dado cientos de empleos, hoy a punto de la ruina nefasta. Desempleados perdiendo sus casas. Microempresas que se cierran sin aires de alas para volar de nuevo. Y esperanzas que deambulan de corazón en corazón y que se van arrugando en alcancías con lágrimas.

El ejército ahora está en cada uno de nosotros. Luchamos contra nuestros miedos, nuestras desolaciones, nuestra impaciencia. El planeta nos lo venía hablando. Y aunque me parezca aún incrédulo reconocer que en pleno siglo XXI, cuando contamos con los mejores avances médicos, tecnológicos, con los jóvenes más fuertes y trabajadores, con una niñez brillante en capacidad y conocimiento y con un adulto mayor más optimista y saludable, un virus respiratorio fuera el que nos encarcelara.

La vida, el Universo o Dios nos está hablando. Hoy el dinero vale igual tenerlo o no. Lo mismo que los carros de grandes marcas, bolsos de grandes tiendas, vestidos de prestigiosos diseñadores y joyas de lujo. Pues ahí están, encerradas contigo.

Este virus no ha discriminado y se ha dividido equitativamente, rompiendo primero ante las potencias más grandes del mundo. Colombia se plantea estratégicamente evitar ese contagio masivo que no podría resistir y por eso, este aislamiento de 19 días.

Cortesía
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Saquemos fuerzas para seguir adelante, para estudiar desde casa, tener clases de baile desde casa, hacer ejercicio desde casa, trabajar desde casa, orar desde casa. Que sean más cadenas de oración y menos de memes; que sean más los abrazos en tristezas, que los reproches por ellas. Que sean más las sabias acciones, que los arrepentimientos por llevar la contraria.

Como colombiana, estoy segura de que unidos venceremos este peligroso atacante.

Yo seguiré con mi temor. Y no es falta de fe ni de creencia en Dios, seguro. Es creer también en que al que creíamos incapaz, ya ha demostrado hacer peligrosamente de las suyas.

Lo lograremos. Los colombianos sabemos vivir con temor. Hemos salido de guerras con balas, de pobrezas inhumanas, de sangre en carros bomba y de minas quiebra patas. Que sea pues, cada noche, una bendición por cada uno de los 49 millones de compatriotas. Dios nos guarde.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.