Es reconocer que hay otra vida, esa por quien daríamos la nuestra; pero es también entender que ahora hay alguien que ya no necesita de nuestro sustento para respirar.

Ese paso, donde madre e hijo han sido separados cuerpo a cuerpo, nos indica que, como padres, debemos soltarlos, dejarlos volar, dejarlos vivir. Que son otra vida. Que nos pertenecen como amores eternos, pero no como seres humanos. Pero no es fácil entenderlo.

Sostener a nuestros hijos en el vientre es uno de los momentos inolvidables para muchas mujeres. Sentirlos. Tenerlos para nosotras. Hablarles. Cantarles. Desde allí va creciendo ese lazo de amor, de protección, de complicidad. Madre e hijo conviven sin secretos. Se comparten las tristezas y las alegrías. Los pensamientos. Los gustos y hasta los antojos.

Y eso hace más difícil querer soltar esa cuerda que ha ido creciendo durante 9 meses. Cómo soltar esa migajita de cuerpo que se aferra a ti, que te clama con su llanto, que se calma con tu abrazo, que reposa en ti. Cómo soltar a ese que te estira esos pequeños bracitos, que llora cuando no te ve, que se alegra cuando regresas a casa.

Cómo soltar a ese que gatea para llegar a ti, que corre para alcanzarte, que te dice a media lengua “te amo”, que te hace reír, enojar y contentarse rápidamente, que te hace invencible ante el temor, las alturas, la oscuridad.

Es difícil, pero es necesario hacerlo. Ese hilo debe liberarse y nunca más atarse. Podríamos hacer todo por ellos. No nos faltarían ganas ni actitud. No debemos amarrar a ese hijo que desea saltar y no le permitimos. Al que desea hacer amigos y se lo prohibimos. Al que desea ir al rodadero y se lo impedimos.

Mantener pegado ese cordón umbilical de nuestros hijos nos hará más daño a nosotros. Los hijos aprenden a vivir sin uno, pero para nosotros los padres es un proceso que toma tiempo (y quizás el celestial) aprender a vivir sin ellos.

Así que soltar ese cordón con responsabilidad les dará más seguridad a ellos. Les dará más tranquilidad en sus acciones. Les permitirá equivocarse, tomar decisiones, acarrear con las consecuencias y buscar soluciones. Les permitirá decidir ante los senderos a caminar. Elegir sus gustos y no el que les impongan. Formarse en carácter haciendo honor a los valores.

Soltar ese cordón con amor, con respeto, entendiendo que los hijos son seres prestados, nos hará más humanos y sensibles ante la vida del otro. Por eso, en vez de luchar por atarlo de nuevo, lo que debemos hacer como padres es convertir ese cordón en hilo de amor, donde la presencia, el acompañamiento y la educación de los padres permitirá tener ese hilo vivo.  

Entonces, no vivamos pretendiendo remendar ese cordón. Hagamos presencia en ellos con responsabilidad y respeto, pero dejémoslos disfrutar de sus gustos, permitir que se expresen libremente, no les infundamos miedos que no tienen, inyectémosles la confianza de que como padres somos a quienes primero deben recurrir ante las dificultades.

Pulzo
Pulzo

Recordemos que lo más bello de ese cordón es que en el cuerpo de ese hijo quedó grabado para siempre que entre madre, padre y él o ella, habrá un hilo que, aunque ya no se vea, será más viviente que el mismo umbilical.

Hoy, con mis hijos, aun no sé si los he soltado lo suficiente, pero diariamente hago la tarea de dejarlos volar, como pájaros que se van tranquilos a dar un paseo, regresando a donde tienen su mejor nido: su hogar con papá y mamá.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.