… con una bolsa de dulces a medio llenar no habla palabra alguna, sino que se mueve entre los automóviles buscando que los conductores le abran la ventana y le depositen alguna moneda. Al fondo una bella niña, pequeña, rubia, con gafas de marco azul, que busca sensibilizar a los conductores que pasan por el lugar, sirve de símbolo, de apoyo, a una estrategia de mendicidad, que usa a los menores como “carnada” para recoger limosnas.

Y en otra esquina, en la once con calle cien, se turnan el escenario, unos extraños muñecos que parece que se pararan en las manos, mientras sus piernas hacen las veces de brazos; en otros momentos el lugar lo ocupan unos malabaristas que juegan con bolos o en algunos casos con teas de fuego o espadas de acero.

Nuestra ciudad a veces parece más una carpa de circo. Un lugar donde, en la mayor parte de los casos migrantes de zonas de violencia, de desplazados, buscan la mejor forma de conseguir el sustento. El día a día para alimentar a sus familias y en lo posible pagar una habitación en una vieja casa del centro, para protegerse del frío de la ciudad, para sentirse seres humanos, seres menos miserables.

Al parecer no es una de las prioridades de la alcaldía, de las autoridades de Bogotá; ya que aunque la mendicidad, tiene una secretaría, conocida como la de “integración social” y el Instituto para la niñez y la juventud, Idipron, busca ayudar a las personas que por diferentes razones terminan en lo que eufemísticamente se ha llamado “habitantes de la calle”, en lo que antes se conocía como gamines, indigentes o de manera aún más despectiva “desechables”; cada día se ven más personas que tienen como lugar de rebusque la calle y la buena fe de los ciudadanos que ante este panorama se van volviendo más insensibles a este fenómeno.

Aunque el fenómeno no es exclusivo de nuestra ciudad, y se da en países desarrollados y en importantes capitales como Nueva York, Londres o París; donde también hay seres humanos que viven de la calle, de los desperdicios que dejan los poderosos, de las monedas que sirven para quitar un cargo de conciencia a quienes se cruzan con los hombres, mujeres y niños que extienden sus manos. En esos lugares se les brindan toda clase de protecciones a las personas que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad.

Como pasa en nuestro país, el problema no es que no existan entidades y políticas para atender a los menos desfavorecidos y a esos habitantes de calle, sino que no hay presupuesto ni programas que ataquen de manera directa y frontal estos problemas, que con asuntos como el aumento de la drogadicción y el desplazamiento forzado crecen de manera exponencial.

La alcaldía de Enrique Peñalosa con la destrucción de la zona conocida como el Bronx pensaba que podría reducir el problema del hacinamiento, de las mafias y de la concentración de la indigencia de ese sector de la ciudad. Sin embargo ese proyecto avanza lentamente y lo que ha generado es que sus antiguos habitantes hayan buscado otros barrios de la ciudad.

Además de la mendicidad de los habitantes de la calle, otro de sus oficios habituales es el del reciclaje, que el anterior alcalde Gustavo Petro intentó regularizar, pero no fue capaz. Con su política de la Bogotá Humana, entregó unas pequeñas camionetas para que estas comunidades remplazaran las carrozas de caballos y pudieran guardar los materiales reciclables (plásticos, metales, cartones y papeles, especialmente); sin embargo la mayor parte de estas personas prefirieron vender los vehículos y convertirse, ellos mismos, en carretas humanas.

La solución a esta problemática está ligada a cambiar las prioridades no solo de los gobiernos, sino de un Estado, del cumplimiento de una Constitución, que prevé la defensa de los más desfavorecidos y la entrega de herramientas para alcanzar la igualdad, la equidad de la población de todos y cada uno de los habitantes de este país.

Con herramientas tales como la tutela, con organismos como la defensoría del pueblo y con la obligatoriedad de la prestación de los servicios de salud, tanto de manera contributiva como subsidiada; Colombia podría resolver estos problemas y reducir estos índices de pobreza y mendicidad. Sin embargo todavía el presupuesto va más para la defensa y la infraestructura, que para la salud y el apoyo social, para la educación y la cultura.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.