Pésima hoja de ruta tiene Colombia a mano de los extremistas de derecha e izquierda, o incluso adalides de centro, que fungen como dueños de la moral, la ética y las buenas costumbres; insólitos personajes incapaces de reconocer y respetar el pensamiento del otro, comprender que el mundo tiene matices, y aceptar la crítica que se les hace con argumentos. Ciudadanos del común, con múltiples virtudes y miles de defectos, sacan a flote su tinte mesiánico y dicen buscar la igualdad, pero en el fondo quieren amedrentar y eliminar al otro. Proyecto de país que distante está de la decencia y asume como propia la lucha por estigmatizar a quienes, desde la libertad de expresión, tienen un concepto opuesto.

Modelo de país, construcción de nación, ceñida a las características del entorno que se está viviendo, necesidad de encontrar el punto medio para poder llevar a solución efectiva y eficaz lo que necesita cada uno de los colombianos. Ecosistema informativo en el que muchos buscan reafirmar sus puntos de vista antes que la verdad, claro ejemplo está en la polémica que ahora se arma con el Ministro de Defensa y los menores fallecidos en el bombardeo; dicotomía del conflicto en el que se condena el cumplimiento del deber sobre el terrorismo fratricida de grupos al margen de la ley que incorporar menores de edad a sus fines desestabilizadores. Escenario público y privado en el que aflora una polarización ideológica que se lleva a hechos de acción que rayan la violencia, la incomprensión, entre unos y otros.

Exaltación de derechos llevada a la calle desde el inconformismo poblacional, miopía política que veta sectores sociales y sin el menor sonrojo persigue a quien se opone a sus planes; incoherencia de pensamiento y acción que en disconformidad al pacto histórico abierto, incluyente y amplio que promulgan, viola derechos humanos, infiltra estamentos, genera daños y reprime a las personas. Inviabilidad de opinión divergente en el que parece todo valer para infundir el odio y el miedo que circunda el ambiente ciudadano, culto fanático a la personalidad de un caudillo que deslegitima la democracia. Populismo ideológico que requiere de los flancos opositores para justificar su actuar, exigencia de igualdad y respeto vulnerando el de los demás.

Doctrina radical que opaca el esfuerzo de quienes verdaderamente trabajan por un país con igualdad de oportunidades y sin violencia. Coyuntura social de la nueva normalidad necesita de propuestas políticas y soluciones reales a problemas actuales, no solo discursos en los que se converge con el opresor o con quien representa un peligro para la democracia. Falaz arrepentimiento desde el que se sustentan las alianzas políticas, entre víctimas y victimarios, enceguece la capacidad de escuchar el argumento del contrario, pues parece están convencidos de tener la verdad absoluta en todo. Líder totalitario que sea salvador de la patria no se vislumbra en el horizonte, profundizar en egos y no en una propuesta transformadora lleva a Colombia a la voluntad y capricho de unos pocos.

Grave panorama se esboza para el país al vaivén de líderes incompetentes para pensar y trabajar en función del bienestar de todos. Abandono gubernamental que fragmentada a la sociedad en función de autonomías territoriales para imponer justicia al albedrío de costumbres e instituciones particulares. Imposición violenta de un régimen que miente en público y delinque en privado, poder político que choca con el propósito de lucha que se le ha desdibujado: un mejor país. Triste situación que denota lo peligroso de las corrientes de extremo, derecha o izquierda, capataces tiránicos popularizados por seguidores que van directo a ser igual o más mezquinos que quien les encanta con mensajes diarios en redes sociales y los medios de comunicación.

Colombia a la deriva, en medio de la crisis, requiere de un dignatario que deje al lado la tibieza y tome decisiones en la divergencia sin importar la proximidad a un extremo u otro. Escuchar argumentos válidos de sectores opositores no es sinónimo de traición a un liderazgo o promesa de campaña, actitud sectaria solo incentiva el rencor entre los ciudadanos que ven cómo no se entiende el territorio, se reconoce a las zonas rurales y se brinda las mismas garantías a todos los habitantes de la geografía nacional. Quienes ahora posan de centro son los mismos que desde su pedestal polivalente han quebrantado su pacto histórico con la vida, la paz, la justicia social y la democracia. 

Camino electoral a 2022 debe apostar por la figura de un dirigente capaz de asimilar el territorio en su totalidad y fomentar el desarrollo donde más se necesita. País con igualdad de condiciones es un propósito de quienes están en campaña permanente, promesas programáticas que luego se incumplen de manera mayoritaria y por ello se recurre a lo poco conseguido para presumirlo y agrandarlo en aras de dejar en el olvido lo que no se concretó. La nación no resiste que se siga dejando en un segundo plano flagelos como el secuestro, el desplazamiento y la violencia armada; silencio político y jurídico ante los señalamientos de la JEP en el caso de los 6.402 falsos positivos, los colados en el “Plan de Vacunación”, los excesos en la protesta ciudadana, los desvíos de recursos e incumplimientos en la reconstrucción de San Andrés y Providencia son apenas unos vestigios de la descomposición del colectivo social colombiano.

Paso de la manifestación en vía pública al vandalismo deja pruebas de la flagrancia con que el delito y la rabia permean las esferas sociales. Proceder sin compromiso con la verdad, la independencia y la responsabilidad social conduce al adoctrinamiento juvenil que justifica la barbarie con argumentos que contradicen sus propios pensamientos. Deslumbramiento conceptual que no da espacio a la duda, búsqueda de antecedentes, contexto y consecuencias que permita reconocerse como un actor fundamental de la construcción de futuro en Colombia, sin importar color o afinidad política, género, raza y demás aristas que hoy confrontan a los ciudadanos.

Creer que el fin justifica los medios no es más que un maniqueísmo manipulador enfrascado en las zancadillas políticas y no en los problemas de la ciudadanía. Inconformismo juvenil sucumbe en la falsa bifurcación de una demagogia descarada, distracción para eludir temas centrales: pandemia, corrupción, abusos, reagrupamiento guerrillero, narcotráfico, migración, entre otros. Fundamentalismo acrítico plagado de juicios malintencionados y mala leche que trabaja por los intereses de un mesianismo político apartado de un proyecto que mejore la vida de todos. Base fundamental de la democracia está en los argumentos y no en las marchas de cobardes encapuchados que buscan dañar y acabar con la propiedad pública y privada.

Militantes de las corrientes santanderistas y bolivarianas, liberales y conservadoras, derecha e izquierda, y ahora centro, han apostado y seguirán rivalizando por una política de la vida, la paz, la muerte y la corrupción, ansias de poder con respuestas tardías a las necesidades de un país en el que se impone la razón con violencia.

Guerra de los mil días, asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, Luis Carlos Galán Sarmiento o Álvaro Gómez Hurtado, la violencia partidista, el Frente Nacional, el conflicto guerrillero, el fenómeno del narcotráfico, el genocidio de la UP, entre otros, son clara muestra de banalidades y discusiones inanes que han construido la ciudadanía sin llegar a un acuerdo que permita avanzar como sociedad. Panorama triste y despreciable que llama a dejar el miedo y sin titubeos refrescar los principios constitucionales como el pluralismo que debe reinar en una democracia que se reconoce y acepta al otro desde las diferencias.

 

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Escuche aquí el podcast de la columna ‘Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre’

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