Hay un deseo en el que he insistido todos estos años: ser puntual. Siempre vivo el mes de enero con ansiedad, esperando que se dé la primera oportunidad para comprobar si la uva mágica hizo efecto. Llega entonces el día de la verdad y me levanto tarde. Me apresuro para acortar los tiempos. Rezo para que el tráfico avance más rápido de lo usual. Cuando al final me doy cuenta de que, otra vez, llego a destiempo, pienso lo que es apenas obvio: “Maldita uva de porquería. Así no se puede”.

Hay un deseo aún más frustrante: dejar de fumar. A las 11:59 de la noche del 31 de diciembre me como esa uva con la convicción de una abuela rezandera y a las 12:01 del primero de enero empiezan a temblarme las manos como si llevara 10 días en abstinencia. Igual ocurre con la promesa de bajar de peso en la noche del 24, sabiendo que a la mañana siguiente hay todavía lechona y una bandeja repleta de buñuelos que no se van a comer solos.

Año a año pruebo diferentes tipos de uvas, a ver si al fin doy con las correctas. Pasé primero por una amplia variedad de uvas blancas. Luego, probé las rojas. Intenté, incluso, con uvas pasas. Anoche pedí los deseos con uchuvas. Aunque he cambiado los tipos de uva, los deseos son los de siempre: salud, trabajo, dinero, amor… pero, sobre todo, mucho dinero.

Suelo comerme 3 de las 12 uvas haciendo énfasis en un solo deseo, tan concreto como sea posible. Los resultados han sido decepcionantes, todos contrarios a mis expectativas. Para 2017 pedí sexo, mucho sexo… y me casé. Para 2018, le dediqué las tres uvas a ser más tolerante, pero ese año ganó la Presidencia el Centro Democrático. No salirse de la ropa con los tuits de María Fernanda Cabal requiere tragarse, mínimo, 800 uvas .

Recomendación: si para hacer una botella de vino se necesitan 200 uvas, es mejor emborracharse con cuatro botellas, en vez de atragantarse con 800 uvas.

Podría gastar mis uvas en beneficio de todos los colombianos: que cesen las muertes violentas, que todos accedan a educación de calidad, que el calvo de Zidane ponga a James de titular… Pero yo no invierto el poder de mis uvas en otros. Tengo mis propias necesidades. Es decir, tengo defectos que quiero corregir y para ello necesito las uvas, por ejemplo, para dejar de ser tan egoísta y pensar más en el prójimo.

Se trata de una serie de cambios para los que requiero de un verdadero milagro de Navidad: respetar siempre al peatón, hacer ejercicio con regularidad, actuar con coherencia, recibir con apertura el argumento de quien piensa diferente, incluso si es un uribista radical, facho, misógino, descerebrado… ¡uffff… qué difícil!

Mi psicólogo asegura que para eso no necesito un milagro, sino que bastaría con ponderación y fuerza de voluntad. He ahí un deseo para pedir mientras me como una uva: que mi psicólogo sea más realista o que me devuelva la plata. El fondo de toda esta tradición de las uvas es obtener soluciones mágicas que me signifiquen el menor esfuerzo posible: que tenga buena salud, para seguir bebiendo y fumando… que se me marquen las abdominales, sin necesidad de hacer ejercicio… que los uribistas se moderen, para que yo no me vea obligado a menospreciarlos… que mi pareja actúe de manera más razonable (porque yo ya soy razonable)… que mi hijo sea un buen muchacho, aunque yo no saque tiempo para enseñarle…

Así las cosas, seguiré siendo la misma persona, pero deseando ser alguien diferente, creyendo que mejorar mi vida depende de que otros cambien, de que “las cosas se den”, de que los planetas se alineen a mi conveniencia.

Cuando acabe este año tal vez pruebe algo distinto: en vez de anhelar cambios radicales, mágicos, podría pedirles a las uvas que me enseñen a cambiar un día a la vez. Es decir, puede que no se trate de desear cambios de la noche a la mañana, sino de entender que cambiar es un proceso. Si tampoco funciona, ya saben, será culpa de las malditas uvas.

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La próxima, el miércoles 15 de enero: “Duele tanta maldad e indiferencia, pero igual saco tiempo para ver series en Netflix”.

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Me siento obligado a comprar regalos que no quiero dar

Me ofende que no me inviten a los matrimonios

Soy un interesado

Llevo dos años sabáticos y ya se me está acabando la plata

Qué rico jubilarme… a los 36 años

No soy mejor que nadie, pero me encanta sentirme mejor que los demás

Quiero informarme seriamente, pero los medios insisten en tentarme a leer pendejadas

Yo también fui un periodista que gorreaba desayuno a las fuentes

Segunda parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

Primera parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

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Endiosamos a nuestros padres y con los años nos damos cuenta de que son humanos

Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe

¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos

Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…

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Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré

Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35

Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos

Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)

No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta

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Mi papá es un hipócrita

Ser ateo es más difícil en las vacas flacas

Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.