Y dejamos consumir en llamas puras y, muchas veces, sin darnos cuenta.

Es tiempo de reflexionar. Aunque las alarmas ya se hayan quemado, el Amazonas se apaga lentamente a causa del incendio más grave de los últimos años. Parece un cementerio. Muerte de flora y fauna. Comunidades indígenas afectadas. Incinerados en vida. Y ya sin ella. Un mundo con la piel lacerada porque el Pulmón de la tierra está hablando o, de hecho, lo pusieron a hablar.

Los expertos dicen que este incendio puede dar un golpe devastador. El Amazonas produce el 20 por ciento del oxígeno en la atmósfera de la tierra. Es el hogar de especies propias. Es la tierra de ancestros que conservan culturas indígenas representativas para nuestro país y de los vecinos respectivamente.

Pero no solo la naturaleza está ardiendo. Nosotros los seres humanos también. Y estamos dejando quemar nuestro amor propio por la vida. Algunas veces, las dificultades te hunden en cenizas y no encuentras una salida o temes encontrar la que arde en llamas. Frenas en seco. Te desanimas y nunca te atreves a cruzar. Y allí quedas. Incinerada en tu propia dificultad.

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Imagen Ilustrativa / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

No permitas que se quemen tus sueños y anhelos. Sácalos de la burbuja donde los guardas. Explóralos. Explótalos. Visualízalos. Búscales su mejor vestido. Sácalos a relucir. Danza con ellos y, al final, llévalos a una realidad donde la magia haya quedado atrás. Hay que buscarlos, recorrerlos, abrirles las puertas, dejarles entrar en pequeños soplos.

No permitas que nadie queme tus alegrías. Vívelas. Consiéntelas. Trátalas bien. Deja que perduren en el tiempo contigo. Píntalas en arcoíris diarios. Aunque algunas veces las veas en escala de grises ahí están, tapadas con nubes. Aléjate de quien intenta incendiarlas. No permitas que ningún fósforo, por diminuto que sea, acaricie esos segundos de felicidad.

Que tu buen genio no eche chispas ante pequeñas dificultades o cambios de planes. La sabiduría marcará la diferencia. Respira. Tan solo piensa que una palabra oportuna y una mirada apropiada pueden cambiarlo todo. Escámpate en tu paciencia. Sácala en los momentos más difíciles. Ahí es cuando más se necesita.

Que no quemen tus valores. Que no los destruyan. No dejes que arda el egoísmo. La avaricia. Ni que se encienda el materialismo. Que se avive el amor, la ternura, el ejemplo para nuestros hijos.

En nuestro país se están quemando también los sueños de niños y jóvenes. Se quema el profesional que no encuentra trabajo alguno. Se arde el pasajero de servicio público. Se quema el peatón que intenta cruzar la calle ante seres poco educados que no dan el paso. Se queman los niños hambrientos. Los jóvenes sin oportunidades. Las mamás violentadas. Los papás a quienes les prohíben ver a sus hijos. Se arden los abuelos a quienes los nietos les contemplan con ingratitud.

Se quema nuestro país a punta de corrupción, de aventajados, de mal servicio médico, de educación costosa, de campañas políticas promotoras de sueños, más no de realidades.

Nuestro país se está quemando poco a poco. El mundo lo ve en el Amazonas, en el Pulmón. Nosotros lo sentimos en el Corazón. Saquemos lo necesario para reanimar ambos: las compresiones torácicas, los medicamentos intravenosos, las máscaras de oxígeno y hasta los choques eléctricos. Lo que sea, pero salvemos nuestro Pulmón y nuestro Corazón.

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