Construido para ser un teatro en 1903 en el distinguido barrio de Recoleta, el Gran Splendid albergó las primeras audiciones de radio en la década de 1920, y poco después sumó un sello discográfico.

Reinaugurado en 2000 como librería, hoy es la más grande de América Latina y cuenta con 90.000 títulos y más de 200.000 libros, distribuidos en sus tres pisos y su subsuelo.

Vista general de la librería / Twitter @habladuriashu

Los palcos fueron convertidos en salas de lectura privadas, y el escenario del teatro es hoy un bar particular rodeado por la deslumbrante arquitectura barroca que conserva decorados y barandas originales, y coronado por un fresco de ángeles.

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Su belleza atrae a unos 3.000 visitantes por día que pueden llegar a 5.000 los fines de semana, reseña National Geographic.

En la librería trabajan 50 personas, encargadas de asesorar a los visitantes sobre sus libros, su colección de unos 35.000 discos y sus casi 24.000 películas.

“Este lugar que hoy nos tiene National Geographic con una mención tan especial, inesperada por un lado, desconcertados todos por el otro, nos llena de orgullo y la verdad que (estamos) muy contentos”, dijo a la AFP Juan Pablo Marciani, empleado y portavoz de la librería.

Tal distinción “es un gran homenaje a la cultura en sí misma de Buenos Aires para el mundo”, afirmó.

“Ni siquiera es la más linda de Buenos Aires”

Carmen Ercegovich, editora del diario argentino Clarín, disiente con la elección de National Geographic. Ella expone que El Ateneo Grand Splendid “se parece más a un shopping (centro comercial) que a un lugar a donde acudir en busca de una nueva lectura” y considera que en su ciudad hay sitios mejores para los amantes de la lectura.

“Esta librería es la más bella del mundo para quien quiera fotografiar la cúpula o tomar un café en el lugar que alguna vez ocupó el escenario del teatro. Pero no lo es para aquellos lectores que aman bucear con calma hasta encontrar alguna joyita más allá de la góndola de novedades. Para ellos, Buenos Aires tiene otras librerías más lindas. O, por lo menos, diferentes”.

La columnista también cuestiona “el ruido, las escaleras mecánicas, los ejemplares hojeados con descuido y olvidados en anaqueles y mesitas y el desfile incesante de turistas desbordan muchas veces a los empleados, que corren de una computadora a la otra para chequear precio y stock” en el reconocido establecimiento.