Por: Édison Monroy (Twitter: @edisonmonroyp)

La leyenda de Efraín ‘El Caimán’ Sánchez no es la de un hombre que se convertía en caimán para poder espiar a las mujeres cuando se bañaban en el río Magdalena, sino la de un colombiano que en tierras locales y también extranjeras, bajo los tres palos, no dejaba pasar un solo balón, eso sí, con una agilidad propia de un caimán bajo el agua.

Los especialistas concuerdan en afirmar que David Ospina es en la actualidad el mejor arquero colombiano. Pero antes de él brillaron algunos porteros como Miguel Calero, Farid Mondragón y Óscar Córdoba. Precediéndolos, deslumbró René Higuita y también se destacó Eduardo Niño. Décadas atrás, el mejor era Pedro Antonio Zape. Pero, todo tiene un principio, un origen y si existiera una genealogía de los arqueros colombianos del fútbol, la cabeza, el primero de todos sería Efraín Sánchez, mejor conocido como ‘El Caimán’, que falleció el pasado 16 de enero, a los 93 años.

En su leyenda son muchas las gestas que se incluyen, para muchos desconocidas por la falta de material fotográfico y de video. Lo cierto es que ‘El Caimán’ puede alardear que defendió el arco de la primera selección Colombia que fue a un Mundial de fútbol, que fue el segundo jugador del país en militar en un equipo del exterior –el inaugural fue Roberto Meléndez en Cuba– y el primero en jugar en Argentina, torneo que para esos tiempos (1947) ya era muy competitivo. También puede chicanear que ganó las dos primeras estrellas que obtuvo en su historia el Independiente Medellín en el torneo colombiano (1955 y1957); que como jugador y a la vez técnico le dio la novena corona a Millonarios (1964); que además como entrenador dirigió la selección Colombia sub-20 que obtuvo el subcampeonato del Torneo Juventud de América del 64, y la de mayores que también fue segunda en la Copa América del 75, algo inédito en ese momento. Sin embargo, Efraín Sánchez solo supo dar gracias a Dios y por eso siempre fue muy humilde, como aquel niño que bajo la brisa y el sol barranquillero jugaba fútbol con una pelota de trapo.

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¿Arquero o cantante?

Si como afirma el historiador Mike Urueta, el fútbol entró a Colombia por la arenosa, pues nada raro es que el primer gran arquero que tuvo el país naciera en esa ciudad. Lo que si puede ser una sorpresa es que ese niño que se convertiría en estrella de fútbol, en su infancia se debatiera entre ser estrella de la canción o amo y señor de las porterías. “Quería ser un arquero tan importante como Ricardo ‘El Divino’ Zamora o un cantante tan famoso como Carlos Gardel”, me contó Efraín Sánchez al recordar su infancia, en una entrevista hace 10 años. Indeciso, en algún momento tendría que decidir. Dios, La Virgen del Socorro –de la que tan fiel es–, Buda, Alá, Brahmā o cualquiera que sea la fuerza superior que dirige el mundo, le enviaba al niño Efraín constantes señales sobre la dirección sobre la que enrumbaría su destino.

Una de esas señales, disfrazas de casualidad sucedió en el Mundial de 1934. Aunque se jugó muy lejos (en Italia) y a pesar de que era apenas el segundo torneo de estas características que se realiza, en Colombia tanto chicos como grandes lo siguieron atentamente a la distancia pegados a un radio. Aprovechando ese derroche de pasión, una empresa de caramelos incluyó dentro del interior de sus productos, unas láminas en las que al meterlas en el agua, aparecían los retratos de los jugadores que intervenían en el campeonato. Una de las fichas más difíciles era la del portero de la selección de España y del Real Madrid, Ricardo ‘El Divino’ Zamora, para muchos, la primera figura mediática del fútbol (como siempre las más complicadas de conseguir eran los jugadores más famosos). No obstante, al niño Efraín la lámina de ‘El Divino’ le salió más de una vez y gracias a eso pudo completar la colección, ya que en el mercado del cambio de fichas, Zamora era intercambiado por diez figuras.

Efraín 'Caimán' Sánchez

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Una señal mucho más directa, fue en la prueba del coro del colegio. Su característica voz contrabajo no se ajustaba a la uniformidad de la agrupación de canto y por eso fue rechazado. Aunque le siguió gustando Gardel y derramó cientos de lágrimas cuando escuchó la noticia de su fallecimiento, el niño Efraín ya lo tenía decidido: sería como Ricardo ‘El Divino’ Zamora.

El niño no se equivocaría de sueño y años después, con un seudónimo tan sonoro como el de Zamora, ‘El Caimán’ triunfaría bajo los tres palos. “Esa ilusión que yo le pedía a la virgen que se hiciera realidad, se confirma en ese campeonato mundial de 1962”, sostenía Efraín Sánchez, quien en un libro sobre el mundial de Chile escrito por el arbitro Pedro Escartín, fue también bautizado como ‘El Zamora Latinoamericano’.

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 En Boedo nace ‘El Caimán’  

–Efraín ¿Dónde naciste vos?–, le preguntó un reportero del periódico argentino La Crítica.

–Nací un 27 de febrero de 1926 en la ciudad de Barranquilla– respondió orgulloso el arquero colombiano en su primera entrevista en ese país, al que llegó para jugar en San Lorenzo de Almagro.

–¿Barranquilla, la de la canción?

–Esa misma.

En esa época, 1947, en la radio argentina estaba pegada la cumbia Se va el caimán, composición de José María Peñaranda, que en el país del cono sur había sido grabada por una orquesta integrada por varios colombianos. Aunque no necesitó de una imaginación tan brillante como la de Borges o Cortázar, Hernando Villa, jefe de la página deportiva de La Crítica, aprovechó ese papayazo y en la siguiente edición del periódico tituló “Al caimán nos los envían desde Barranquilla”. Desde ese día, siempre entre Efraín y Sánchez, se interpondría el apodo ‘El Caimán’, que en ciertas ocasiones va seguido por Boedo, el barrio sede de equipo San Lorenzo

A Sánchez su apodo nunca le molestó, puesto que durante toda su vida solo unos pocos conocen su nombre original: Efraín Elías Cnjtje Emmers. Casi nunca lo han llamado Elías, si acaso a veces su mamá. Al primer apellido, don Humberto, su padre, le vio una gran dificultad de escribirlo y pronunciarlo –cenj–  por lo que decidió cambiarlo por uno más castizo: Sánchez. El segundo apellido nace del afán por hacer los papeles de Efraín para que se pudiera ir a Argentina, ya que no tenía documento de identidad porque todavía era menor de edad. “Bejuco”, como era conocido el registrador, en la cédula en vez de ponerle el apellido materno, le coloca el nombre del abuelo materno: Casimiro. En suma, su nombre mortal quedó oficialmente como Efraín Elías Sánchez Casimiro.

A pesar de que ya era un poco conocido en el incipiente fútbol colombiano, que aún no era profesional, la leyenda de este célebre barranquillero comenzó a forjarse en el país del tango con grandes atajadas. El solo hecho de salir de Colombia ya era un logró. Sin embargo, Efraín Sánchez no se conformó con eso. Aunque, llegó para integrar el equipo de tercera división –algo parecido a la categoría “C” acá en Colombia­–, tras unas malas actuaciones del consagrado arquero Mierko Blazina, ‘El Caimán’, en poco tiempo se apoderó de  la portería titular del San Lorenzo de primera división y no la soltó durante los siguientes dos años.

Así fue como en Argentina, pese a que no logró consagrase como campeón, si alcanzó con su equipo importantes resultados en los que casi siempre mantuvo el arco en cero. Además desde ese año empezó la paternidad del portero colombiano sobre Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol que en esa época jugaba en River Plate. La célebre “Saeta Rubia” –que siempre al terminar los partidos, como muestra de su gratitud con la pelota le daba un beso y le decía “gracias vieja” por dirigirse a donde él apuntaba–, durante el torneo no pudo marcarle a ‘El Caimán’. Años después, en los partidos en Colombia en los que se enfrentaron, nunca pudo ganarle. Desde luego para el portero barranquillero no fue una sorpresa que en una entrevista para la televisión española, cuando a Di Stéfano le preguntaron cuál fue el arquero al que le fue más difícil anotar, el argentino respondiera sin dudar “Efraín ‘El Caimán’ Sánchez”.

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El amor es la cura de ‘El Caimán’

Muchos no saben es que años antes de sus aventuras en Argentina, el que aún era una babilla por poco no se convierte en caimán, pues la vida deportiva de Efraín Sánchez casi tiene punto final sin aún empezar. Hacia principios de la década de los cuarenta, cuando “El Caíman” era simplemente conocido como Efraín o “El flaco” que vive cerca de la iglesia, en uno de esos tantos días en que de joven salió de su casa rumbo al estadio Romelio Martínez de Barranquilla para ver si encontraba con quien jugar, no dio con nadie. Pero muy cerca, en un diamante de béisbol unos conocidos de él estaban practicando el deporte de la pelota caliente. Como costeño que se respete, para Sánchez los bates y las bases, no le eran indiferentes, por lo que pidió cupo y entró a jugar de jardinero. No obstante, como si existiera un dios del fútbol, a quien le moleste que sus feligreses se vayan a otras religiones, ese día Efraín tuvo una lesión en pierna derecha. El líquido cenobial de su rodilla había tenido un derrame.

Su madre vio la rodilla hinchada y creyó que el daño era para sobandero. Llevó a su hijo a donde un recomendado que en vez de curar dolor, lo que hizo fue infectarle la rodilla con una inyección que le aplicó. De tan solo la pierna, el dolor se expandió por todo el cuerpo. En ocasiones, hasta deliraba. Aunque la segunda guerra mundial se libraba muy lejos de Barranquilla, el joven Efraím escuchaba explotar bombas muy cerca de la arenosa.

Con aguas y menjurjes, al menos lo de la locura se le pasó. Pero el dolor en la rodilla persistía y parecía que la única manera de curarlo, era con operación. Severiano Lugo, su descubridor y maestro, le pide al doctor que no lo haga porque la recuperación sería muy lenta y el muchacho tenía condiciones para debutar dentro de poco en un equipo de fútbol. El médico accede y le programa terapias para primero quitarle la infección y luego curar el derrame. Como para esos días, el fenomenal invento de la penicilina no era tan común en los laboratorios, el tratamiento se demoró varias semanas, en las que Efraín tuvo que quedarse en cama.

Pero no todo fue malo durante su lesión. Una de las únicas visitas que recibía era la de la de su amiga, Xiomara Fernández, que iba a donde Efraím luego de salirse escapada de su casa y a escondidas de sus padres. Las visitas como las recuerda ‘El Caimán’ “eran algo muy inocente, solo miradas y una que otra tímida palabra. Pero en los minutos en los que ella estaba en mi casa acompañándome, el dolor  se me pasaba”. A parte de las inyecciones de penicilina que por fin llegaron, Xiomara también fue muy buena cura. Tan buena, que al parecer, esperanzado en que el dolor nunca volviera a su cuerpo, Efraín le propuso que siguiera siendo su compañía y lo fueron más de 60 años de matrimonio en los que pese a que ‘El Caimán’ sufrió de una que otra lesión, su corazón siempre estuvo sano.

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El debut     

Después de siete u ocho meses de su lesión, Efraín Sánchez volvió a jugar fútbol en Millonarios, no el equipo de Bogotá, sino de uno que participaba en la liga juvenil del atlántico. No obstante, insaciable en todo lo que se tratara de la pelotal, para el flaco y alto Efraín –con una estatura ya muy cercana al 1.82 centímetros de los que hace gala hoy– su mejor plan era irse después de clase al estadio Romelio Martínez para servir de recogebolas en los entrenamientos de los equipos de la primera categoría de la liga. Como en esos años los equipos tenían solo uno o dos balones, y no los más de cincuenta como en la actualidad, el prospecto de arquero corría y corría sin descanso para cumplir su labor. Además servir para su estado físico, esas correlonas según Sánchez también le ayudaron a fortalecer su tren inferior y cuadriceps, que venían atrofiados desde la lesión.

En el intermedio o al finalizar los entrenamientos, sin que el cansancio importara, Efraín se metía al arco para que esos mismos jugadores de la primera categoría de la liga le patearan tiros para que fuera aprendiendo y perdiéndole el miedo al balón. En una de esas prácticas, uno de esas zambullidas espectaculares, que años después hicieron famoso a ‘El Caimán’, sorprende a Severiano Lugo, DT. del Caldas, quien comprobó que el joven ya estaba curado y en buena forma.

“Vas a estar con nosotros y quiero que te inscriban para que juegues el domingo”, le dijo Lugo a Sánchez. El muchacho creía que era en broma y por eso respondió que eso no podría ser porque ni siquiera tenía guayos. Siempre había jugado descalzo o si acaso con cotizas. Tampoco tenía el uniforme adecuado para tapar y mucho menos guantes, que en esa época aún no se utilizaban. Pero eso era lo de menos, le dieron la plata para que estrenara sus primeros guayos y el masajista le prestó un buzo.

Llegó el domingo y como se lo prometió Lugo, Efraín Sánchez saltó al campo de juego del Romelio Martínez. Como le pasa a casi toda persona en su primera vez, el flaco tenía muchos nervios, tantos que ni siquiera el agua de valeriana que le dio su madre sirvió para aplacarlos. En ese juego al nuevo arquero del Caldas le pasó de todo. Realizó voladas impresionantes de lado a lado. Le pegaron un rodillazo que lo dejo medio grogui. En una jugada en la que el balón corría hacia él sin el menor peligro, sus nuevos botines se quedaron clavados en la grama. Se fue de cabeza contra el suelo y la pelota se fue por en medio de sus piernas. Afortunadamente su agilidad, propia de un gato, le alcanzó para voltearse y manotear el balón para que no entrara en la portería. A pesar de todo, su equipo le ganó 3-2 al junior y la mejor recompensa para el joven Efraín fue salir en hombros del estadio y ovacionado por el público.

La vida, el partido inolvidable

Agilidad, seguridad, elasticidad, excelente saque, velocidad mental, liderazgo dentro y fuera del campo, son algunas de las virtudes que le atribuyen a Efraín Sánchez como arquero. No obstante, él creía que su mejor cualidad fue la regularidad: “en toda mi carrera solo tuve cinco o seis noches negras”. A lo mejor es verdad si se tiene en cuenta que los comentaristas lo erigían como la figura del partido hasta en los juegos en que su equipo perdía por goleada como en el 9 – 0 que Brasil le encajó a Colombia en el suramericano 57 o los cinco que Yugoslavia le metió también a la selección en el Mundial de Chile.

Pero esa habilidad en el arco, no la demostró a la hora de realizar contratos. A ‘El Caimán’ le interesaba jugar y nada más; no era exigente con sueldos ni nada de esas cosas que ahora son tan indispensables en el deporte de alto rendimiento. “No supe hacer contratos en toda mi vida. Viví para triunfar en el fútbol. No me importaba el dinero hasta que me hizo falta”, decía Sánchez. A lo mejor sería rico si hubiera jugado en la actualidad, pero no se arrepiente de nada de lo que hizo, hasta de no aceptar jugar con el Barcelona de España por tener miedo de dejar a su familia en Colombia sin el hombre de la casa.

Sin millonadas, ahora ‘El Caimán’ vivió bien y toda su vida trabajó en beneficio del fútbol. Con la ayuda de Coldeportes, viajaba por el país, especialmente a los pueblos de la Costa Atlántica y el Magdalena Medio, en donde organizó campeonatos para niños y jóvenes que querían seguir su ejemplo. También siguió preparándose e hizo Diplomado y talleres de entrenador de fútbol, donde según los profesores, siempre fue el primero en llegar.

A Efraín Sánchez no lo aqueja nada y decía sentirse de 33. El Caimán tal vez solo tuvo una sola enfermedad. Una enfermedad que en vez de atormentarlo, lo obsesionó durante toda su vida. Una enfermedad de la que miles gozan y también otros cientos sufren. Una enfermedad que no discrimina raza, edad, ni sexo. Una enfermedad llamada fútbol. Es cierto, este deporte convertido en pasión fue parte él. También no hay duda que El Caimán Sánchez será siempre parte del fútbol.