Por: Sara Amador

El pueblo de La Florida está en silencio. El clima frío de las 6 de la mañana se cuela entre los huesos. En el único colegio que hay se ven las plantas marchitas y ni un intento de cultivo. Los jóvenes aprenden lenguaje, ciencias sociales y matemáticas; sobre lo que se siembra en la zona no les enseñan nada. Las frutas, que solían llenar los campos, fueron reemplazadas por follajes, los ramos verdes con los que llenan los arreglos florales.

Yecid Hernández y Mayra González preparan en una pequeña tienda 4.500 tallos de brillantina, uno de los tipos de follaje. Les ayudan dos personas más. De este trabajo solo ganará 20 mil pesos cada uno. Llevan dos días haciéndolo y no han llegado ni a la mitad. Nadie les ha enseñado a sembrar frutas, de producción de cárnicos o de emprendimiento rural. Ellos aceptan lo poco que les pagan por este trabajo y venden artesanías para ayudar a mantener sus hogares.

La Florida es uno de los 3 centros poblados pertenecientes a la jurisdicción del municipio de Anolaima, ubicado a 71 km y casi 2 horas de Bogotá. En él se ven casas de múltiples colores, tiendas y bares pequeños. En el centro está la iglesia, de color hueso y con unas escaleras grises y envejecidas en la entrada. A la izquierda, está la sede de la Universidad Agraria de Colombia (Uniagraria).

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Entrar es fácil. Una cadena pende suelta sobre una de las puertas enrejadas rojas, y un candado abierto está puesto en otra puerta al fondo de la casa. En el patio trasero, sentado en un muro blanco en medio de un jardín con rosas, anturios, durantas y otras muchas especies de flores, espera Jorge Gaitán, un espigado hombre de 1,86 metros, 70 años y 110 kilos. Su vocación es desde hace años ayudar a construir un futuro para el campo a través de la educación.

‘Sembrar paz’ es un programa que Jorge Gaitán, exrector de la Uniagraria y asesor de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), adaptó en 2002 del concepto de ‘training and visits’, del Banco Mundial.

El método busca capacitar a profesores para que ellos transmitan la información a miles de jóvenes en edad escolar. Hasta ahora, 48 mil niños en 189 colegios de Cundinamarca, Casanare, Córdoba y San Andrés se han visto beneficiados. En Anolaima, el proyecto empezó con 4 colegios más.

El hombre está por iniciar la primera de 64 clases de un curso para profesores de ese municipio. Su objetivo final es enseñarles sobre producción agropecuaria, emprendimiento y creación de empresa a los educadores y, así mismo, a los 126 niños que serían beneficiados.

En Colombia hay alrededor de 109 millones de hectáreas destinadas a la producción agrícola y pecuaria. En Anolaima, según el Dane, de los 12.911 habitantes, 9.508 viven en área rural y son pequeños productores. Las actividades agropecuarias son las principales fuentes de desarrollo económico del municipio.

Llega el primer profesor, Julián Buitrago, quien dicta español en el único colegio de La Florida. Cuenta mientras desayuna que decidió asistir a la capacitación porque siempre le ha preocupado que en la institución donde trabaja nadie enseña de agricultura ni del campo.

Jorge Gaitán se sienta. Mueve sus manos sobre sus piernas, de forma nerviosa. Le comenta al profesor Buitrago qué lo motivó a crear este programa con voz alta y denotando estar molesto. –Esto del campo nos toca a nosotros, ¿o van a venir los ecuatorianos a desarrollar el Valle del Cauca?–. El profesor asiente, asombrado por la crudeza con que habla el creador del programa.

Según cifras del Dane, cerca de 12 millones de colombianos conforman la población rural del país, 30 % menos que antes de 1960. Esto debido a la masiva migración hacia los centros urbanos. En palabras de Jorge, la emigración desde este municipio es causada en gran medida porque los sistemas educativos son manejados por profesores de origen urbano, cuya perspectiva de desarrollo es diferente.

Aquí vienen los profesores de ciudad y les dicen a los niños que se vayan, que en otro lado pueden ser gerentes de bancos o “Claudias Gurissati”, pero la gran mayoría terminan de ayudantes de bus o de prostitutas. Eso es lo que les ofrecen, denuncia Gaitán, agitando las manos y alzando aún más la voz, enfurecido. “¿Cuántos niños de La Florida sueñan con ser follajeros?, ¡ninguno!”, exclama.

La migración también es fruto del desarraigo cultural, según Alejandro Cotrino, del Patronato de Artes y Ciencias. Este es reforzado por la falta de archivos de memoria histórica. Según el concejal Ernesto Acosta, en Anolaima es poca la información histórica recopilada, y no existe para los centros poblados circundantes ningún archivo de este tipo. Además, asegura que a excepción de un colegio, el Técnico Olga Santamaría, los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) son puramente académicos y poco se relacionan con temáticas agrícolas de la producción local.

A las 9 de la mañana Enrique González, capacitador de la Uniagraria, seguía esperando por los profesores que irían a hacer parte del programa. Jorge lucía enojado. En su cara ajada por la edad se veía su preocupación, pues la cita era a las 7.

“Vamos a tener que aplazar el inicio del programa, con solo dos profesores no podemos empezar”, decía de pie frente a las 4 personas que estaban en el salón. Los dos profesores, el capacitador y su asistente escuchaban, preocupados.

Hugo Garzón era el otro educador que había llegado. Hace 6 meses ganó un puesto para hacer parte del plantel del colegio Carlos Giraldo, de Anolaima. Vive en Funza, y se demora diariamente una hora y 15 minutos en llegar a su trabajo. Sin embargo, asegura que su motivación es formar a los niños. En su colegio, las instalaciones para educar en temas agropecuarios no se utilizan hace dos años.

Para Jorge llevar ‘Sembrar Paz’ a Anolaima es un tema más allá de lo académico. Su esposa, Olga Anzola, creció con su padre en la misma casa en la que está hoy la sede de la Uniagraria. La obra se construyó únicamente con el dinero del exrector. Sin embargo, consiguió que la Universidad arrendara el lugar y la sede pudiera ser una realidad.

A las 9:45 todavía no había llegado nadie más, pero Jorge decidió empezar con el programa, esperando dictar otra clase para los profesores faltantes. La clase del día trataba de producción de hamburguesas artesanales. La masa olía a comino, tenía un color claro y una textura grumosa y pegajosa. A través de la experiencia esperaban conseguir el interés de los estudiantes con alimentos bien conocidos.

La Agraria y la Unidad Municipal de Asistencia Técnica (Umata), que cuenta con tan solo 120 millones de pesos en recursos anuales, son los únicos trabajando por el desarrollo de la producción agropecuaria en el municipio.

El alcalde asegura que hay algunas ayudas en cultivos, entregando semillas a los productores de frutas del sector. Sin embargo, no quiso dar detalles del cubrimiento de estos programas.

La directora actual de Desarrollo Social del municipio, Lucy Salamanca, afirma que los recursos que entrega la alcaldía a la Umata son los únicos destinados al desarrollo rural en el plan de gobierno, y que en este año el proyecto se enfocó en el Comité de Cafeteros de Anolaima, no en apoyos a sembradíos de frutales. En el pueblo, solo hay un ingeniero agrónomo y un técnico para ayudar a los campesinos con sus inquietudes o problemas.

Según Miguel Antonio Piza, ingeniero agrónomo que trabaja en el municipio, antes los campos que rodeaban Anolaima se veían llenos de cultivos de frutales: granadillas, moras, aguacates y cítricos. Ahora, los sembradíos de flores y de follajes son más comunes. Las frutas que se cultivan se dan en mayor extensión, pero según él es difícil conseguir mano de obra, debido a la migración.

Anolaima, según uno de sus concejales, solo conserva el nombre de capital frutera de Colombia por tradición. En cifras del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, ya no se cultiva ni siquiera suficiente fruta para cumplir con la demanda promedio del departamento: 430 mil toneladas al año.

Aún así, desde la alcaldía todavía no se gestionan políticas públicas para el desarrollo, las técnicas de producción de fruta son las mismas de hace 20 años y los profesores ni siquiera asisten a las capacitaciones.

“El follaje no nos lo podemos comer”, dice Miguel Piza saliendo de un pequeño negocio de almuerzos, ubicado a media cuadra de la plaza central de La Florida.

En la sede de la Uniagraria empieza la segunda capacitación, esta vez para la producción de génovas y chorizos. El sacerdote Ángel Alfaro compra las hamburguesas artesanales que los estudiantes aprendieron a fabricar, por medio de sus profesores, durante el transcurso de la semana.

Jorge Gaitán tiene una reunión con dos profesores de la Uniagraria, dos enviados especiales de la Alcaldía y tres educadores de Anolaima. En ella discutirá, junto a Alejandro Cotrino, la posibilidad de crear un programa de recuperación de memoria histórica en el Municipio.

Mientras todo esto pasa, campesinos como Ricardo Vargas cuidan cada cosecha en espera de recibir un pago suficiente para mantener a sus familias.

Autor: Sara Amador, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.