Leer al colombiano Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962) ha sido uno de los mayores deleites literarios que he tenido. A él debemos agradecerle la recientemente realizada Feria del Libro de Manizales, de la cual es director, en la que se vio un desfile nacional e internacional de poetas, novelistas, ensayistas, en fin, escritores y artistas de gran calidad. ¡Gracias Octavio!

Octavio es médico y escritor, considerado como una de las joyas de la novela negra en Colombia y de la literatura colombiana contemporánea en general. Philip Potdevin considera que “es el heredero de maestros como Julian Barnes y Rubem Fonseca, por sólo mencionar dos grandes nombres.”

Giraldo es profesor de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de Caldas (Manizales, Colombia) y ha sido ganador de innumerables premios, entre ellos el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro 2014, en España, y el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura (2016) por la novela que hoy reseño “Después y antes de Dios” (2017, Ed. Pre textos).

Ha publicado las novelas El último diario de Tony Flowers (1995), Saide (1995, Premio Nacional de Crónica Negra Colombiana, traducida al alemán y el italiano); El álbum de Mónica Pont (2003, ganadora de la VIII Bienal Nacional de Novela “José Eustasio Rivera”); 1851. Folletín de cabo roto (2007); Destinos intermedios (2010, Periférica); Cielo parcialmente nublado (2013), entre otras novelas, además de múltiples libros de cuentos, también ganadores de prestigiosos premios.

“Después y antes de Dios” es una novela breve, cuya trama se desarrolla en Manizales, una ciudad intermedia colombiana, parte de cuyos habitantes albergan una creencia de superioridad moral muy característica. La novela está basada en un hecho de la vida real ocurrido allí: una agente inmobiliaria, “la doctora”, una mujer de la alta sociedad manizalita, pero venida a menos por una serie de descalabros económicos, comete el que puede ser el peor acto en la vida de una persona profundamente religiosa: asesina violenta y cruelmente a su madre, a cuchillazo limpio, sí, en medio de un momento de descontrol causado, cómo no – aunque ello no nos lo dice explícitamente el autor – por las presiones sociales, religiosas y económicas de una sociedad cerrada en que los pobres y los pobres vergonzantes, no tenían, y a lo mejor hoy ni siquiera tienen – cabida.

Decide, pues, huir “tapando” por demás los rastros de su pecaminoso acto. La aparición, en medio de sus planes de huida, de Bibiana – la peluquera de su madre- una “indiecita” de baja extracción social, la obliga a escapar con ella, quien termina convertida en su consejera, cómplice y amante, en un periplo que iniciará de forma trepidante como una novela de carretera. Un viaje en el que intentará escapar de las autoridades y del escarnio social y en cuyo sacrificio espera obtener el perdón divino.

Con la excusa de estos hechos, Giraldo nos describe al detalle una sociedad, también toda ella venida a menos, pero que conserva un pretendido orgullo español – a pesar de que Manizales no fue fundada por españoles – en el que las clases sociales siguen determinando el futuro de las personas según su grado “nobiliario”, y en el que es prácticamente imposible la movilidad social. La función del sacerdote recaudador – en secreto por supuesto – de donaciones o préstamos para el encubrimiento de esos ricos que ahora son pobres vergonzantes que siguen viviendo de su impostura e hipocresía, y que termina convertido en un estafador que logra escapar del país, no es más que el retrato de una sociedad en la que la justicia es inoperante y en la que “el crimen paga”.

Los personajes masculinos, como el tío Aníbal, un gamonal paramilitar, y Eduardo Correa, un personaje medio enamorado de “la ductora”, fieles representantes de ese patriarcado amoral de las sociedades aristocráticas latinoamericanas, se encargan finalmente de salvar a la niña y su apellido y de acabar con todo aquello que la rodea que no convenga a su alcurnia, incluida la “indiecita” Bibiana.

La novela es claramente una novela negra, a pesar de que desde el principio se sabe el hecho cometido y su autor, así como sus motivaciones. Pero también es una novela de viaje, una novela universalmente latinoamericana. Porque ese Manizales que tanto conoce y describe Octavio, es cualquier ciudad mediana del continente, que aún conserva esos visos aristocráticos y conservadores de los que no hemos podido desapegarnos como sociedad.

Las descripciones de los personajes son pulcras, sosegadas, pero descarnadas. Los giros a los que nos somete Giraldo son, francamente, sorprendentes. Pecados, negocios sucios, paramilitarismo, micromafia, discriminación, nos son evidenciados para el disfrute de una trama inolvidable. Nos dice Eugenio Fuentes, en relación con esta obra específica, en la que los personajes terminan recorriendo Colombia: “Hay muchas formas de contar Colombia, pero pocas tan efectivas para el lector”.

El estilo de Giraldo recuerda espontáneamente el de la escritora colombiana Pilar Quintana en “La Perra”, en donde la fluidez del lenguaje la otorga lo conciso y preciso de las palabras. Son estilos narrativos muy influidos por el guion y el cine; Giraldo se confiesa cinéfilo desde su infancia. Conexiones fuertes encontré también con la situación relatada por Dario Jaramillo Agudelo en su gran novela epistolar “Cartas Cruzadas” (1995) por tratarse de relatos de la misma época, esos años 90 en donde mafia, paramilitarismo, transición moral, inundaron nuestra generación.

El desconcertante e inesperado final del libro es fascinante: uno esperaría que hubiera una secuela, una temporada número dos. Pero no, no la hay, y esa es la gracia de esta gran novela, una de esas que debieran figurar en el canon de lectura colombiana.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.