Decidieron que en su foto de perfil iban a aparecer bebés en lugar de ellos mismos. Cambiaron su identidad y sin darse cuenta se volvieron un nuevo tipo de consumidor y de perfil en redes: los hiperpadres.

Estos hombres y mujeres son los que hablan a toda hora de lo que hacen, dicen y aprenden sus criaturas con una intensidad que horroriza.

Un hijo enseña, un hijo cambia el mundo, las rutinas, prioridades y actividades de sus padres, pero no vivirán por ellos, ni sentirán por ellos. Mis amigos lo son por lo que hemos compartido y crecido juntos. Algunos tienen hijas e hijos bellos, risueños, talentosos, otros con problemas o deficiencias; y lo suyo es entender las relaciones humanas con sus retos y complejidades. Yo no quiero más o menos a mis amigos por sus decisiones sobre la crianza y pedagogías elegidas para tener a estos hijos. A unos me acerco más, de otros me diferencio meridianamente; pero el cariño y el respeto están ahí. Por encima de los hijos que decidieron tener o no. Pero los que se transformaron en hiperpadres me tienen hasta las narices. Me abruma que su paternidad o maternidad sea el único asunto de sus vidas, y que sus hijos se hayan convertido día tras día, publicación tras publicación, en lo único que les ocurre. ¿Es necesario poner en Facebook cada vez que se sube a un columpio? ¿Tiene sentido mostrar cómo escupe el puré de verduras?

Soy madre, tengo dos muchachos conmigo, dos personas estupendas, con sus notables talentos y sus inquietantes asuntos por resolver, pero esto no hace parte de mi perfil público. Decidí publicar nada o casi nada sobre ellos por conservarles su vida, sus decisiones, su integridad, su deseo a permanecer ajenos de cientos de fotos y videos colgados en redes porque son menores. Cuando crezcan, ya pondrán ellos sus fotos, sus caídas o sus cenas con los amigos si lo quieren. No seré yo quien decida por ellos. No seré yo quien tenga que vérmelas en un futuro sabiendo que ellos no querían aparecer en mis fotos o en mis publicaciones. Porque lo que se pone en Facebook se queda en Facebook.

Y esta decisión viene desde mi conciencia desde que nacieron. Mis hijos vivirán su vida y yo la mía. Va más allá de mi número de seguidores, de si tengo una personalidad pública o no la tengo, de si me conocen o no. Lo puedo decir más alto: no me interesa que me cuentes la vida de tu hija, cuéntame la tuya.

Quizá esto lo entiendo como hija también. Mis padres tienen una vida, tienen sus opiniones, trabajos, experiencias y nunca me hicieron sentir que el haberme tenido a mí o a mis hermanos suponía para ellos perder su vida propia. Nos criaron a los tres como intuyeron, y jamás han vivido mi vida por mí ni han dejado de renunciar a sus deseos por tener hijos. Nos queremos, más allá de nuestras diferencias, nos permitimos ser diferentes o idénticos, según los criterios y la genética. Y así comprendí lo que era tener un hijo: respeto y amor por cantidades iguales.

¡Hablar todo el tiempo de los hijos es aburrido! Y lo que es más gracioso es que eso que algunos padres juzgan como súper especial en su retoño es, en la mayoría de los casos, algo vulgar. Pero como vivimos en un ‘reality’ que nunca se apaga los padres quieren demostrar que tienen estrellas de menos de un metro en casa, niños que van a recibir me gusta en redes, mini artistas encerrados en las redes sociales de sus papás.

Así que cuando las amigas que se han convertido en madres decidieron hipotecar sus vidas para hablar sólo de estos temas empezaron a cansarme. Sé, tan bien como algunas madres, que tener un hijo implica volverse enfermera, camillera, profesora, terapeuta, masajeadora, entrenadora, sicóloga, además de limpiadora de residuos ajenos. Sin embargo decidí dejar estas experiencias para mis diarios, y muy especialmente para mis hijos. Para que cuando ellos quieran saberlo, se los cuente si así lo desean.

No veo la necesidad de que mis redes sepan si viajan, si entraron a primaria, si dijeron mamá, si suspendieron en un examen o si ordeñaron una vaca en vacaciones. Ellos son dueños de sus vivencias. Dueños de sus vidas, de sus progresos, de sus momentos y de su intimidad. ¿Quién protege a los niños del exceso de exposición que están promoviendo sus padres?

Conozco casos de amigos que han borrado a sus mamás de sus redes sociales. La presión los llevó a esto. Lo que sus papás decían sobre ellos los abochornaba, las etiquetas los hacían sentir expuestos. No quiero que esto me pase, no quiero tener que ver a mis hijos borrándose de videos o fotos que publiqué pensando que así podía impresionar o divertir a algunos.

Todo pasa por lo que me enseñaron estos dos, mis papás. Amor y respeto. En la misma cantidad.

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