Recuerdo a mi padre usando un taladro. Se veía poderoso e incansable. Perforación por aquí, chazo por allá. “¡Brmm!… ¡Brrrrrmmmm!… ¡Brrrrrrrrrrrmmmmmm!”. Sostenía con sus dos brazos semejante herramienta, atacando sin misericordia a la pobre pared. Luego, empuñaba el martillo y, sin titubear, terminaba de clavar lo que hiciera falta con cadencia y precisión (ay, ¡mi mamita!).

Se veía como un Míster Colombia. Claro… un Míster Colombia con barriga y bigote, pero me refiero a la actitud…. Tenía la actitud de un gladiador. Claro…, la actitud de un gladiador gordito al que se le agitaba la respiración…, pero un guerrero al fin y al cabo. Para mí, era todopoderoso e invencible.

No es que haya dejado de taladrar. Es más, él sigue perforando paredes a los lugares a los que me trasteo. Lo que ha cambiado es mi manera de verlo. Ya no es el padre gigante al que tenía que ver en contrapicado. Ahora parece más un hobbit. Tiene la altura de un vendedor de chance.

Lo que quiero decir es que mi padre era fuerte e invencible. Para mí era como el “Thor” de los papás y es extraño empezar a verlo con achaques, quedándose dormido en cualquier esquina, con los brazos cruzados y hasta de pie.

Asusta su fragilidad. Aterra ser consciente de su mortalidad. ¡Buf! Qué palabra tan fuerte para referirse a un padre o a una madre. Que sean mortales significa que se pueden (y se van a) morir. Prueba de ello es que se ven más cansados, más débiles y más pequeños.

A mi mamá la vi poderlo todo. Durante mis primeros dos años y medio de vida, me crió siendo madre soltera, como la gran mayoría de mis tías. Luego, a diferencia de mis mismas tías, me consiguió papá. Así lo dice ella con orgullo: “Menos mal le conseguí papá a mi Andresito. Tan bruta no fui”. Es el mismo papá del que hablo arriba (el Thor Míster Colombia vendedor de chance). No solo eso. Hace muchísimos años le dieron trabajo como asistente contable sin tener idea sobre manejar un computador. Tiempo después, con 39 años, recibió su tarjeta profesional de contadora.

Y luego de creer que ella lo podía con todo, de creerla inderrotable, la he visto ser incapaz de bajar de peso. Ella, que hablaba con asombro de la perfección del cuerpo humano creado por Dios, que me insistió hasta el cansancio sobre la inconveniencia de consumir drogas porque atentaba contra nuestra sagrada humanidad, es la misma mujer que no ha querido mantener unos hábitos de vida saludables que le permitan combatir la obesidad.

Es como si Yoda fuera uribista

Lo más difícil de descubrir cuán terrenales son nuestros padres es darse cuenta de que no eran tan inteligentes como creíamos. O peor, es darse cuenta de que hacen o dicen burradas con más frecuencia de lo que alguna vez nos pudimos haber imaginado.

A mi papá lo vi leer enciclopedias completas. Podía responder cualquier pregunta sobre lo divino y lo humano. Parecía experimentado en todo, hasta que un día se me acercó a decirme: “Quiero abrir una cuenta en Tinder”. Lo miré estupefacto. No quise juzgarlo, pero tampoco me sentí cómodo con la idea de retener ese pedazo de información sin contárselo a mi mamá. No hizo falta: “Su mamá también quiere abrir cuenta propia en Tinder”, agregó mi padre. Le contesté indignado: “No sé qué está pasando entre ustedes. Tampoco me tienen que contar, si no quieren. Pero conmigo no cuenten para eso”.

De alguna manera, se las arreglaron para abrir sus respectivas cuentas. “Ya mandé varios Tinder”, confesó mi papá, con malicia. Estuve a punto de irme, pero él alcanzó a agregar: “Le mandé varios sablazos al Petro ese. Mírelos para que me retindee, mijo”.

Esas son burradas inofensivas, como cuando mi papá dice “clóser”, en vez de “closet” (para referirse a un armario). O como cuando pronuncia de manera equivocada la palabra “escenario” (“es mejor contemplar varios eksenarios”). Es inofensivo, sí, pero también alarmante, porque constituye la primera pista de que nuestros padres no son tan sabios como pensábamos.

Imagine que usted es un personaje de La Guerra de las Galaxias, concretamente, el aprendiz de un jedi, pero no de cualquier jedi, sino del mismísimo plumablanca Yoda. Semejante maestro le enseña cosas increíbles: “Soltar debes, todo aquello que perder temes”. O: “Imposible nada es. Difícil muchas cosas son”. Y un día, usted escucha a Yoda decir: “Asume cuidados varios, en todos los eksenarios”. O: “Deja de buscar más. En el clóser mi saco hallarás”.

Uno hasta deja pasar que Yoda pronuncie mal las palabras. Después de todo, su sabiduría no está en la corrección ortográfica y gramatical, sino en el poder de sus mensajes: “El miedo es el camino al lado oscuro”. ¡Guau! Pero la verdad uno queda loco el día que Yoda tuitea: “A Duque debes apoyar, si el castrochavismo quieres evitar… Si ver mis enseñanzas quieres, seguirme en Tinder debes”. Eso mismo se siente con los papás.

Es duro ver que las personas que amamos tienen pensamientos que odiamos

Es duro porque lo que uno termina descubriendo es que no son los superhéroes incuestionables de antes. Es como si Superman anduviera descalzo por el cuarto, se pegara en el dedo chiquito del pie y gritara: “¡Ayyyyyy!… ¡Juemichica!”, apretando los dientes y sobándose el pie. Lo que uno pensaría ante semejante escena es: “Este man… no es… no es lo que yo creía”. Lo mismo pasaría si el Niño Dios retomara su forma humana y liderara una banda de rompevidrios llamada “Yo reinaré”.

No creo estar exagerando. Mi mamá siempre ha sido un ejemplo de empatía con los demás, de generosidad con el prójimo… y un día resultó que también era homofóbica. Sé de amigos que, ya adultos, redescubrieron a sus abuelas como mujeres racistas.

Es muy duro reconocer actitudes intolerables o cuestionables en nuestros héroes de carne y hueso, en aquellos superhumanos que quisimos desde siempre y que nos quisieron de vuelta desde el primer día. Es muy duro ver a los ojos a las personas que amamos y encontrar en ellas pensamientos que odiamos.

Supongo que todos estamos atados a nuestro tiempo. Las épocas en las que vivimos influyen en nuestros pensamientos y las sociedades que nos educan también nos arraigan prejuicios.

Supongo que a nuestros padres podemos enseñarles sobre el mundo nuevo en el que viven, así como ellos nos enseñaron en su momento del mundo nuevo al que llegamos a vivir, y así como aprenderé de mi hijo sobre el mundo nuevo que tendré el desafío de entender en unos años.

He dejado de creer en aquella frase de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. No pienso que la sabiduría se afiance con los años. Mi papá ya no lee enciclopedias, sino que se la pasa jugando “bolitas” en el celular. Mi mamá no baja de peso y sigue teniendo un prejuicio con la homosexualidad. Mi abuelita sigue teniendo la misma solución para todo: “Pídale mucho a mi Dios, mijo”.

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Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 31 de julio: “¿Cómo sería una red social en la que compartiéramos nuestros estados reales y antisexis?”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

“Me la paso compitiendo con mi esposa aunque ella no lo sabe”

“¿A cuento de qué tengo que salir de la zona de confort si tanto luché para llegar a ella?

“Propuesta al mundo mundial: revaluemos los piropos”

“Las manos son como un par de hijas: a una se le exige y sale adelante, la otra…”

“Carta abierta de un aficionado al Play Station”

“Más que un niño interior, tengo un adolescente interior… y es un petardo”

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.