Nos hemos dado cuenta de que la soledad es bella contemplarla por instantes, pero no por una eternidad.

Nos hemos dado cuenta de que las rutinas diarias cambian continuamente de sentido, forma y contexto.

En este tiempo resguardados en casa, huyéndole a uno de los mayores enemigos de la historia mundial, nos hemos dado cuenta de que somos seres igualitarios y sensibles. A nuestra alma llegan bocanadas de ilusiones y de esperanza, en medio de la incertidumbre. De tristeza y dolor. De agotamiento. De impaciencia. De bienaventuranza, igualmente. De claustrofobia. De fatiga mental. Somos un río quebrantado en sentimientos.

Y en uno de esos amaneceres recurrentes, nos dimos cuenta de que la vida no cambiaba, como nos lo habían dicho por años, al dejar la casa de nuestros padres o al casarnos. Ni siquiera con la llegada de los hijos.

No. Nos cambió cuando nos dimos cuenta de que dábamos vida a la banalidad. Naturaleza explotada, dinero despilfarrado, comida derrochada, tiempo mal invertido, desplantes familiares, compras innecesarias y un consumismo desaforado para tener y ser más que el otro.

Nos cambió la vida cuando nos dimos cuenta de que podemos vivir con un par de zapatos. Y que no necesitamos todos los pantalones ni blusas que cuelgan en el clóset. Que no importa lucir joyas ni relojes. Que vestirse de sudadera o sastre no te hace más señora o caballero. Lo que llevas adentro es lo que habla de ti.

Cortesía
Cortesía

Nos cambió la vida estando en casa, volviendo a ella. Cuando nos dimos cuenta de que nada nos quita recoger el plato de la mesa. Ni lanzar la ropa sucia a la canasta de la lavandería.

Nos cambió cuando comprendimos que todos los granos de arroz se cuidan.

Que sí es posible la multiplicación del pan y del pez. Que en casa debimos ser chefs, docentes, entrenadores, dirigentes, aseadores y, fundamental, administradores del tiempo, del dinero y del mercado.   

Nos cambió la vida cuando supimos que los niños son felices con el mismo juguete 1 o 30 días. Que no necesitan más. Que ellos disfrutan de lo simple: ver caer las fichas de dominó y adivinar el número de botones que contiene un frasco.

Cambió cuando tuvimos tiempo de contar que la casa tiene 14 puertas y el piso de esta 187 baldosas. Que las maestras están hechas de conocimiento y, también, de pura paciencia. Que las empleadas de casa no son nuestra mano derecha, sino nuestro cuerpo entero.

Que nuestra casa ahora no solo es el mejor lugar para vivir, sino para disfrutar. Que se ha convertido en un gran restaurante, el mejor cine, y en el más vibrante parque temático con pruebas de obstáculos, expediciones en bañeras de plástico y tiendas de cobijas y cojines.

También en el único colegio y gimnasio, la mejor biblioteca, el más práctico spa y salón de belleza y hasta el mejor lugar para hacer un retiro espiritual.

Como ven, nuestra casa también cambió. Pasó a ser un lugar donde es posible la granja en el comedor, los pícnics en salas modernas y las guarderías y los escritorios de altos ejecutivos en una misma oficina.

Casas con niños. Casas de solteros. Casas de casados. Con tiempo abrumado de tanto trabajo. Con tiempo para pensar y reflexionar. Con tiempo para no hacer nada. Diferentes, pero todas convertidas en centros de batalla luchando contra uno solo: el tenebroso virus.

Nos dimos cuenta de que la tan criticada tecnología es la que hoy nos mantiene cerca. Aplicaciones virtuales que parecieran aquellas palomas mensajeras que hoy, en vez de cartas, cargan besos, abrazos y deseos de volvernos a encontrar.

Pero nos dimos cuenta, definitivamente, de que solos no podemos. Que juntos somos un gran barco navegando hacia el mismo lado y que solo existe un capitán: Dios. Que debemos confiar en Él como lo hace un niño en brazos de su padre. Y que esa paloma mensajera debe llevar también miles de Oraciones encendidas en su nombre. Sabemos que con Él, el virus no puede.

Encuentra todas las columnas de ‘Mamiboss’ en este enlace.

Sígueme en Instagram como @montorferreira.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.