Soy alguien especial, con alto sentido del amor por las personas y esa lealtad difícil de encontrar en humanos. Es posible que ninguno nos iguale en nuestra virtud de ser tan fieles. Y como dicen que estos tiempos son de consideración por el planeta cuidando especialmente a los animales, quiero hoy compartir un mensaje para que nos den más atención y nos protejan. Especialmente a mis hermanos de la calle que tan mal les va.

Mateo Canis
Mateo Canis / Cortesía de Fabio Arévalo

Para que mi voz se escuche, a veces quisiera ser tan famoso como Snoopy, Tribilín, Pluto, Scooby Doo, Pulgoso, Milú, Rantamplán, Patán, Washington (el de Condorito) o el Ayudante de Santa de los Simpson. Aunque dicen que ellos no existieron en la realidad. Y también como algunos de la historia, Nevado el perro de Simón Bolívar que murió en el Pantano de Vargas y Leonsico que llegó junto al conquistador polizón Rodrigo de Bastidas. O las estrellas de cine Beethoven, Rin Tin Tin, Rex y Lassie.

Sin olvidarnos de Pickles célebre “colega” inglés que encontró en un matorral de Londres el trofeo de la Copa Mundial de Fútbol de 1966, que había sido misteriosamente robada antes del comienzo del certamen.

¿Se acuerdan de Laika?, la perrita que fue el primer ser vivo (sacrificado) que viajó al espacio, una historia muy triste que contaré otro día. Y Hachiko el ‘Akita’ que hoy se conoce como el más fiel de la historia, por la lealtad extrema con su amo aun después de su muerte. Lo esperó por 10 años en una estación de tren hasta que murió de cáncer. Hoy solo queda un monumento a la fidelidad, con su figura.

Ni que decir de ‘Peluso’, el perrito callejero más enfermo del mundo que murió sordo y con al menos cuatro males que no le trataron, por no tener hogar. Como legado, hoy tiene en México el monumento al “perro callejero”, una estatua de bronce para llamar la atención contra el maltrato animal.

Tengo 15 años (dicen que ya estoy muy viejito) y por fortuna disfruto de un hogar con una familia que me quiere, aunque a veces algunos como mi hermano Paco me fastidian. O recuerdo al abuelo gruñón (QEPD) que se irritaba conmigo y me perseguía con su bastón. O a los guardas de seguridad de la mayoría de centros comerciales, que no me dejan entrar o me hacen feos. Los detesto y les muestro los dientes cuando salgo en mi flamante auto, ya que voy atrás cómodamente sentado, tengo conductor y ni siquiera tengo que pagar la gasolina. Por ello a veces (de manera insultante para mí) me confunden con algún parlamentario colombiano.

He pasado momentos tristes y felices, pero no me quejo, me doy una verdadera vida de perro. Recuerdo cuando apenas tenía dos meses, me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos me dijo adiós, esperando que mi nueva “familia humana” me cuidara tan bien como ella lo había hecho. Llegué a este hogar por deseo de Paco.

Mi papá humano, siempre se opuso argumentando que un perro en casa es un miembro más de la familia y necesitaba dedicación; que él no tenía tiempo para eso, que ya tenía suficiente con ese par de hijos que luego se hicieron mis hermanos (Lina y Paco). En contra de su voluntad me acogieron. Curiosamente es quien hoy más me cuida y me quiere. Me gusta estar con él, me da cariño y me trata bien, juega conmigo.

Realmente no es mi amo, es como mi chofer y yo soy su jefe. Pero a veces no lo veo, pasan los días, las semanas y no llega. Dicen que tiene que viajar mucho y lo extraño, me pongo triste, cuando se va me quedo en la puerta esperándolo hasta que un día llegue. Cuando aparece corro, le lamo la cara y le doy quejas. Hoy está lejos. Viaja con frecuencia para apoyar a otras ciudades, para ayudarles a ser más saludables y que la gente viva mejor.

Estoy orgulloso de reemplazarlo en su trabajo. (¿Trabajo? ¿Se le puede llamar a esto trabajo?, yo me divierto). Lo recuerdo con sus chistes flojos, como aquel de un paciente que le consulta: “Doctor me he tragado un cuchillo y un tenedor. ¿Qué me recomienda?” –“Que se lave bien las manos antes de comer”.

O aquella vez que me hizo quedar en ridículo ante sus amigos. “Les cuento que Mateo sabe leer”. Y alguien me puso el periódico al frente. Yo movía la cabeza hacia los lados como olfateando el diario. La gente me miraba atónita esperando mi reacción. Seguidamente mi papá explica: “Mateo sí sabe leer, lo que no sabe es hablar”. ¡Guau! ¡Guau!, que risa.

Pero como la vida de perro es corta, nuestro recuerdo grato debe permanecer imperecedero ya que somos parte de su familia. No somos mascotas, ni cosas, somos animales de compañía. O como dice el buen hombre animalista Fidel Martínez, ‘los perros son nuestros hermanos mayores’. Ojalá todo el mundo pensara así, otro sería el mundo, especialmente con mis hermanos abandonados.

Para que no nos olviden pido vuelvan a repetir esos versos maravillosos que Lord Byron, le escribió a su perro terranova “Boatswain”, en su epitafio: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos”.

Hoy estoy casi ciego, soy hipertenso y mi corazoncito está muy débil. Debo para ello recibir medicamentos especiales, que nunca faltan. Dispongo de los mejores cuidados con una alimentación especial y me acompañan otros hermanos cánidos adoptados, uno de ellos diabético y totalmente ciego, debe recibir insulina diariamente. Pero su limitación no ha sido obstáculo para que sea un perro normal, un ejemplo para los humanos. Y hay una pincher que no soporto, además de escandalosa, con frecuencia me muerde las orejas. Adoro a Brownie, la poodle casi tan inteligente como yo que ama los juguetes.

Y para despedirme, les dejo el mensaje que todo perro, con frecuencia, quisiera ladrarle a su amo buscando comprensión y mejor relación: “Trátame con justicia: no descargues en mi tus problemas y tu mal genio. No me hagas pagar culpas ajenas; trata de comprenderme, aunque a veces te cueste. No olvides que tú eres el ser “racional”… yo, apenas soy un mísero… un mísero can. Yo, soy Mateo”.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.