Inexplicable resultó para los sectores de izquierda, el señalamiento directo, de la administración distrital, a los íconos de la fuerza humana endilgándoles la polarización y radicalización de los jóvenes en la capital de la República. Secreto a voces, que carece de pruebas, llama a profundizar en la investigación de la presencia de mezquinos intereses políticos ocultos en los hechos de vandalismo que se hacen parte de la cotidianidad en zonas neurálgicas de la ciudad. Estigmatización juvenil, perfectamente ganada por parte de la “primera línea” y un grueso componente de los migrantes, está asociada a la destrucción que desestabiliza, infunde temor, y funciona a grupos que captan núcleos urbanos; mantos poblacionales sin criterio que, por una miserable suma de dinero, asesinan y desmoronan la infraestructura de Bogotá con el costo que ello implica para los impuestos de la población.

Patrocinio al caos que partió del inconformismo ciudadano, invade el ambiente social y naturaliza el vandalismo que se emplea tras el argumento de exigir oportunidades y pedir resultados a quienes ejercen el gobierno local y nacional. Mesianismo que quieren encarnar en los referentes de lo que han llamado el pacto histórico poco a poco se desmitifica, salidas en falso en temas de trascendencia, lavada de manos al mejor estilo de Pilatos, y señalamientos de preocupantes procederes que los liga con acciones non sanctas, pulveriza un discurso retórico que necesita del show digital y la atención mediática para calar en la opinión pública, pese a sus incoherencias y desastres en el ejercicio del poder. Entorno de campaña, que ya se vive en Colombia, denota lo deplorable de una clase política que se esconde detrás de los jóvenes y los refugiados tras el ideal mamerto de defender lo indefendible.

Apuesta de paz que se decía perseguir con la convocatoria de protestas pacíficas quedó al margen con las balaceras, la quema de buses y la destrucción del patrimonio público; vulgar cálculo político de desestabilización que se viene perpetrando desde noviembre de 2.019. Mediocre marketing electoral que diplomáticamente exalta los extremos ideológicos del colectivo social mientras hace creer que, desde donaciones, se busca proteger a las capas más jóvenes de la población de ser asesinados o mutilados por las fuerzas del orden; manipulación de voluntades sobre la que se debe ejercer acciones reales por parte de las autoridades. Indagación, sobre lo que se teje detrás de los ánimos caldeados de la turba incontrolable que se toma las localidades de Bogotá, debe trasgredir la parodia con la que el progresismo quiere desviar la atención de su esencia bárbara.

Ausencia de ética, falta de sentido común, y escaso compromiso con el país, es lo que aflora en medio de las fuerzas de izquierda que se quiere aferrar al antagonismo incoherente de social demócratas que estructuran la visión de futuro desde la mitomanía que los caracteriza. Sectarismo político que impide reconocer el centro y aportar al respeto por las diferencias, construcción de país radicalizada a través de un montón de incautos con ganas de hacer montonera y jugar a la “revolución”, guerreros insurrectos que están acabando con Cali, Medellín, Bogotá y las principales capitales de Colombia. Deplorable proceder de quienes fungen de “decentes”, pero desconocen el significado de la palabra respeto, tecnócratas demagogos carentes de sinceridad que desde el populismo señalan e inculpan a la derecha de apropiarse de lo público, pero se niegan a reconocer la viga en el ojo propio.

Cinismo despreciable de pregoneros en plaza pública que está acompañado de dinero en bolsas de basura que difícilmente encuentra explicaciones coherentes, malévolo esquema de operar que pone cara adusta cuando se debe pagar por los servicios recibidos. Artistas del comentario y la cizaña con un claro objeto de engañar, sujetos carentes de autoridad moral para cuestionar a alguien y con mesura hacer uso de los mecanismos pertinentes para denunciar, con pruebas irrefutables, a quien corresponde. Bajeza argumentativa que solo encuentra en el insulto un espacio para denotar su talante propio de la carencia de cultura y educación; máquinas de propagación de odio que solo siembran mala vibra y engendra potenciales actos de violencia futura.

Envanecimiento de caudillos impide que oscuros personajes, que se creen próceres de la democracia, puedan controlar iras que los lleva a desinformar a la ciudadanía por el afán de figurar. Hechos de los últimos días han demostrado que a los humanos, comunes, glaucos y social demócratas, que dicen tener un pacto histórico por Colombia, no hay que atacarlos, solo basta con hacerles preguntas y dejar que contesten, ellos solitos evidencian su profunda ignorancia, resentimiento e hipocresía. Triste realidad en el ambiente de las tres principales capitales de los colombianos –Bogotá, Medellín y Cali– está en la administración que la izquierda ejerce sobre ellas, caótica espiral constituida por tres alcaldes, con aspiraciones electorales posteriores, que concentran sus esfuerzos en construir su futuro político, antes que pensar en gobernar y honrar la obligación que adquirieron con las personas que las eligieron.

Codicia de poder que devela el enfrentamiento y “las jugaditas” que se hacen entre los propios integrantes de las corrientes de oposición, aquellos que dicen ser una alternativa de poder para el 2.022, deben pasar de ostentar un cargo público a ejercer las funciones políticas que les corresponde, gobernar y legislar para brindar garantías que permitan a la fuerza pública enfrentar la gravísima criminalidad que atenta contra la seguridad ciudadana. Nefasta apuesta de hacer ver al Gobierno, el Ejercito y la Policía como parias, ante los organismos defensores de Derechos Humanos, desvía la atención que debería estar concentrada sobre el verdadero problema, la conformación de células urbanas y la delincuencia que ejercen extranjeros refugiados en el país.

Colombia se está convirtiendo en sinónimo de violencia, atraco y asesinato, criminalidad avalada por un débil brazo de la justicia permeado por los intereses políticos de la izquierda nacional e internacional, interpretación jurídica de la ley laxa con los capturados y que infunde miedo a los agentes del orden para hacer uso de la fuerza, y por eso les cuesta la vida como se vio este miércoles al sur de Bogotá. Autoridades no pueden seguir estableciendo un código del silencio frente a la impotencia que sienten las víctimas, ciudadanía plagada de miedo que sale a la vía pública pensando que en cualquier momento la van a atacar o a atracar. El caos de la calle, que tiene presas a las personas en las casas, es fiel reflejo de un plan macabro de políticos que apostaron llegar al poder secundados por grupos desestabilizadores que se apoderan de territorios y aterrorizan a la población civil cada noche, a la misma hora y en los mismos lugares.

Estúpida ideología que quieren imponer desde el discurso de un país más humano solo ha traído como resultado la falta de autoridad y la carencia de justicia, realidad evidente en la que solo basta con recordar lo que aconteció en Bogotá entre 2.012 y 2.015, y ahora se repite con la bipolaridad que acompaña a la burgomaestre capitalina.

Vandalismo, anarquía, bloqueo de vías, extorsión, fleteo, entre otros factores, es el producto de un grupo de políticos con estupendos discursos y pocas acciones para la ejecución de la infinidad de promesas que hacen en campaña. Este es el momento de recuperar un periodismo capaz de preguntar, cuestionar, pedir información y confrontar a sujetos que una vez perdieron en las urnas delinearon la apuesta de desestabilización que seguirían; la ciudadanía debe tener puntos de vista claros y objetivos para que, sin tener las manos atadas, puedan tomar la decisión correcta en los próximos comicios.

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