Y así se dé cuenta de que no soy la única que vive, como él dice, con pendejadas.

Siempre se lo he dicho. Así somos las mujeres. Pero le cuesta creerme y, en realidad, quisiera que me entendiera. Aunque algunos dirán que soy aventajada, porque me entiende más de la cuenta.

Él aún no comprende, y estoy segura de que a ti tampoco, por qué motivo me cambio 5 veces de blusa y 3 veces de zapatos en tan solo 1 minuto. Me cuestiona por qué compro diferentes estilos y colores de brasier, si a fin de cuentas nadie diferente a él me los va a ver.

No me entiende por qué tengo varias bases de maquillaje, con distintos tonos de labial, rubor matizante, con destellos, en gel, en minerales y en airbrush; y  pestañina que encrespa, otra que alarga y otra que regenera.

Tampoco entiende por qué debo comprar tantas cremas faciales que para los ojos, el cuello, las ojeras, las manchas y el resto de líneas de expresión, sabiendo que todo va para una misma piel.

Mónica Toro de Ferreira
Mónica Toro de Ferreira / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

No entiende cómo carajos me acicalo tanto el cabello: que una crema para las puntas y otra diferente para la raíz; que encima el protector del calor, el gel contra el freeze y las gotas de aceite de coco.

No entiende cómo voy al salón de belleza cada mes a taparme el centímetro de pelo que me ha crecido de canas. “Eso no se nota”, me dice.  

Y qué decir con la alimentación sana que uno se impulsa a llevar: poca sal y azúcar, carbohidratos limpios y proteínas y grasas buenas. “Eso a todo el cuerpo le hace falta el sancocho y a mí me gustan con buena carne”, replica.

Los esposos no entienden que uno en el baño puede tardarse más de 2 horas en el spa casero.

– “¿Por qué tanto tiempo en la regadera?”, me pregunta amorosamente.

– “Estoy con mascarilla de fresa en la cara, sigo con la de carbón y, aparte, los pelos de por todo lado me los tengo que quitar”, le grito.

– “Ok, mi amor”, responde.

Además, en mi larga cabellera debo aplicarme el champú, acondicionador, crema selladora en las puntas, despigmentante de color y unas buenas ampolletas hidratantes y restauradoras.

Los esposos no entienden que nosotras seguimos reclamando por esos pequeños detalles que nos hacen sentir hermosas e importantes. Una flor o una diminuta tarjeta pegada en el espejo del vestir. Que vuelvan esos hombres cursis exóticos, sin llegar a pasarse de pendejos.

No entienden que nos gusta que nos escuchen y que cuando les hablamos golpeado no es cantaleta, como ellos dicen, sino un buen discurso filosófico de cómo vivir mejor en pareja.

Que cuando nos molestamos no solo estamos en nuestros días, sino también que todo es producto de que se avecina la menopausia, así estemos lejos de llegar a ella.

Los esposos no entienden y el mío me critica el tiempo que gasto en contestar sus llamadas, porque tardo en encontrar mi celular en el bolso. Y no es para menos. Allí también llevo llaves, chicles, mentas, crema de manos, antibacterial, agujas, pegante de uñas, limas, cosmetiquera, bloqueador, lapicero, pañitos húmedos, perfume en miniatura y hasta mis 20 gramos de almendras diarios.

No comprenden por qué nos tomamos 50 selfies en la misma posición y con la trompita afuera, porque las 10 que ellos nos toman quedan corridas, con poca luz, sin foco y hasta con la caneca de la basura de fondo.

No entienden cómo para dos días de viaje llevo dos maletas de 23 kilos a reventar. Sandalias de baño, de día, de tarde, de noche. Secador, pinza de crespos y hasta accesorios para cada día. Pero se relaja cuando ve su ropa lista y bien distribuida por días.

No entiende que cuando tengo tarde de chicas, al llegar a casa cierro la boca, porque su curiosidad y cuestionario de preguntas es más largo que un mismo chismógrafo.

Por favor esposos, necesitamos que nos entiendan más como mujeres. La mayoría somos así: vanidosas, meticulosas, habladoras y precavidas, compradoras.

Entiendan también que las parejas que comparten las tareas en casa tienen más y mejor sexo, según un estudio de la Universidad de Utah, Estados Unidos. Y sí señores. Es que uno se siente amada cuando ve al esposo con escoba en mano. Se siente agradecida y considerada. Valorada y respetada.

Así que, esposos, ayuden a que esa lencería pícara aparezca de nuevo en cama. Hagan por sus esposas más de lo que dice la canción: llévala al cine, cómprale un ramo de flores, báñate junto con ella.

Desde hoy, ayuda en las labores de la casa. Por entendernos, seguro, saldrán premiados. Espero que a ti, amado mío, te lleguen muchos premios.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.