Narrativa de ironía se constituye en sofisma para ocultar la falta de voluntad y trabajo.

Administración pública en la que se está acabando de quebrar Transmilenio, no pasó nada con la primera línea del metro, no se toman acciones sociales efectivas, hay huecos por todos lados, la inseguridad está disparada, entre muchos otros males, es la evidencia palpable que para la burgomaestre de los capitalinos la pandemia más que un reto fue la perfecta excusa para disimular su incapacidad gestora. Show mediático y social, que cada semana está al orden del día, denota el léxico politiquero, de una apuesta electoral que quiere desmarcarse de la extrema izquierda, pero copia un trillado discurso de odio de clases sustentado en argumentos triviales y sin profundidad. Actitud prepotente no acalla el caos que transita Bogotá, oscuro ambiente social en que cada día se va de mal en peor y acrecienta la percepción de que se está gobernando solo para unos sectores y no para todos como corresponde.

Preocupante resulta que ahora ningún ciudadano pueda preguntar y reclamar por las obras y el manejo de la seguridad en la Capital, sin recibir como respuesta una mal educada y desencajada contestación de la mandataria; ejercicio de la democracia demarca que el constituyente primario tiene derecho a recibir respuestas y no insultos. Pose sobrada y altanera a la que se apela con los empresarios y periodistas, que confrontan el actuar de la administración distrital, es de la que se carece para hacer frente a los vándalos y terroristas de la “primera línea”, colectivo con el que se ha tenido laxitud frente a los destrozos de bienes públicos y se le ha dejado tomar ventaja con el uso de lotes, o espacio público, para entrenamientos que le ponen la ciudad a su disposición.

Miope tesis de centrar el recurso de impuestos en tapar el hueco del hambre, que no da espera, llama a preguntar a dónde se están destinando los recursos si solo el 0.7% del presupuesto de Bogotá se ha empleado para la “renta básica” en 2021. Mal estado de las vías, baja planeación de mantenimiento afecta la productividad, inversión en obras públicas ayuda a generar empleo e ingresos tan necesarios para tantas familias. Recursos que ahora se piden al Concejo para financiar Transmilenio, antes que un caballito de batalla propio de época preelectoral, deberían estar pensados en favorecer las necesidades de las clases menos favorecidas; receptores de beneficios que en contrapartida pueden ofrecer a la ciudad trabajo social. Improvisación y falta de planeación es la que se percibe en cada una de las acciones que comanda el Palacio de Liévano.

Política del chantaje, asalto de la buena fe, pretende hacer creer que déficit de más de 2 billones de pesos del sistema de transporte está distante de las acciones de la “primera línea” que destruyó la infraestructura de Transmilenio y, desde la permisividad de las autoridades, atenta con el cuidado y mejoramiento del servicio. Proceder sistemático de culpar a terceros de los errores propios es el mecanismo de defensa de quien apuesta por verdades a medias para amparar lo indigno e ineficiente. Estrategia de la imposición no logró dimensionar que huecos y alcantarillas sin tapa, que invaden las calles, afectan por igual al que va en carro lujoso, carro promedio, motocicleta, bicicleta o bus; quien paga impuesto de rodamiento tiene todo el derecho a preguntar y reclamar por el estado de las vías.

Si hay algo en peor situación que la malla vial en Bogotá, foco de accidentes todos los días, son los andenes y los espacios para peatones, la invasión del espacio público ya es abusiva por parte de los domiciliarios con sus motos, maletines y vehículos de “cocinas ocultas”, focos de inseguridad, ollas nefastas, con negocios paralelos por debajo de la mesa. Latente preocupación de vanidad de la burgomaestre conlleva a gastar astronómicas sumas de dinero en asesores de imagen y vallas que publicitan engañosamente un proyecto que hoy no es una realidad. Idiosincrasia de la egolatría se convierte en un problema de todas las ideologías que trasciende los límites justos de la descomposición en todos los niveles.

Dicotomía entre políticas públicas de salud y calidad de vida, prevención y curación, atención individual y colectiva, ingreso económico y salud física y mental, alimentar la población y tener vías y calles pavimentadas y limpias, embaucan en una aventura de reapertura como cortina de humo. Disposición sustentada en cumplimiento de los criterios establecidos por el Ministerio del Interior y el Ministerio de Salud y Protección Social para la reactivación de los conciertos, discotecas y el público en los estadios, prende las alarmas por el alto porcentaje avalado en los recintos y la variante Delta, más contagiosa, circulando por Colombia. Ingenuo operar que desconoce experiencia de otras latitudes que cierra focos de propagación para evitar nuevos contagios, eterna desconexión de los gobernantes con la realidad que los circunda.

Presión mediática, sobre la administración local, conlleva a exaltar el corto circuito de la alcaldesa con lo que ocurre en la noche capitalina; se habla de iniciar pilotos de rumba en Bogotá cuando dueños de bares en Modelia, el Restrepo, la Primera de Mayo y la Zona Rosa llevan meses operando sus establecimientos con actividad sin restricciones hasta las 5 de la mañana. Cuadrantes de seguridad tienen claro que corto es el brazo de la ley para hacer frente a lo que está por venir y en pocos días traerá lamentos y múltiples reproches por no haber esperado un corto plazo más. La ciudad aún tiene un camino importante por recorrer con la vacunación y el cómo afrontar la irresponsable decisión de quienes se niegan a vacunarse.

Desorganización e ineptitud del Distrito contribuye a que muchos no se quieran vacunar, decisión personal que debe ser respetada, pero que está en contraposición de la obligación social de pensar en el bien común. Inmunidad de rebaño ampara derechos de primera generación como la salud, la vida y el trabajo, lo otro es un capricho individual egoísta que conlleva a tomar la decisión de restringir, a esas lumbreras, la entrada a sitios públicos y privados, con el costo político que ello trae consigo. Funesta elección, que tiene arrepentidos a muchos capitalinos, saca a flote innumerables desacuerdos en muchos temas, pero resalta que lo que está salvando a este gobierno local es la entrega de obras de la antigua administración; no han logrado nada propio en año y medio.

El abandono gubernamental, en la mayoría de los sectores, es cada vez más evidente; no hay ruedas de prensa o marketing que puedan seguir tapando la realidad de Bogotá. Ejecución de obras con el dinero de los impuestos de los bogotanos es una tarea pendiente de una corriente política con mucho discurso, múltiples acusaciones, pero cero resultados. Tres gobiernos de izquierda han sumido a la capital en un atraso de décadas, populismo que se ha encargado de retroceder todo el esfuerzo de civilizar a la metrópoli colombiana. Bipolaridad de la mandataria hace perder toda esperanza de ver una luz al final del túnel, los problemas la agobian y no tarda en culpar a la pandemia, por no decir que a todos sus contradictores o al gobierno.

Show de victimización, lloriqueo de complejos guardados, incoherencia con reparto de culpas, mentiras y regaños son solo delirios de grandeza y clientelismo político propio del populismo demagógico de la izquierda. Verborrea insidiosa que se niega a reconocer que la ciudad se cae a pedazos, y va camino a la miseria propia de los progresistas del siglo XXI, antes que inventar peleas, con todo el mundo, que solo conducen a crisis histéricas de la mandataria, llegó el momento de comprender que Bogotá es de todos y se debe gobernar para todos; asumir las culpas de las embarradas que le corresponden a la administración distrital. Problema de estómago, hambre de las personas debe ser resuelto con oportunidades laborales, agilizando y dinamizando la ciudad, dejando de vender miedo e invirtiendo en infraestructura que genera empleo e inversión.

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