Este caleño, que antes de vivir en el infierno de la prisión de Dongguan (China) se ganaba la vida como taxista, bien pudo morir fusilado un primero de octubre, día de la fiesta nacional en ese país, pero irónicamente el cáncer le salvó la vida.

Tenía un par de tumores en su garganta que parecían “dos bolas de tenis” y que por falta de atención médica oportuna y especializada, le fueron tratados con penicilina y suero como si se tratara de una amigdalitis, narró a la periodista de Semana Catalina Uribe.

El caso de Harold Carrillo es único porque de 199 colombianos presos y condenados en China por tráfico de drogas, él pudo liberarse de la pena de muerte a la que estaba sentenciado, para retornar al país y cumplir aquí los 20 años de prisión que determinó un tribunal colombiano.

Atrás quedaron las intensas jornadas de 12 horas diarias en una fábrica de juguetes, calzado, ropa y electrodomésticos, los casi 13 meses que vivió incomunicado y los relatos de reos nigerianos que describían las torturas a las que eran sometidos por la guardia, aseguró para el programa Los Informantes.

Tras su escalofriante aventura en China, Carrillo vive actualmente un capítulo aparte pero en Colombia.

Después de casi un año y 4 meses de su repatriación aún espera que por fin el Estado le garantice el derecho a recibir el tratamiento médico indicado para su enfermedad.

Me traen repatriado por cuestiones humanitarias y ¿me van a dejar morir acá?” cuestionó Carrillo cuando expresó su malestar por la falta de recursos que, según el Inpec, impiden que reciba atención especializada.

Su vida depende de cuán rápido o lento transite una impugnación judicial en un tribunal en Bogotá para que le sea conferida la prisión domiciliaria.

Si la ley no logra lo que por derecho se le debería garantizar a cualquier colombiano, Carrillo está más que condenado a morir lentamente en la cárcel de Vista Hermosa, en Cali, algo que sin duda en China le habrían asegurado en cuestión de meses, pero con la frialdad de un pelotón de fusilamiento.