Ese debate fue tan grande que pareció no tener ni pies ni cabeza (ni siquiera hoy tiene fin) porque revuelve como en un torbellino que ha recorrido todo el mundo conceptos relativos al sexo, la pornografía, el machismo, el feminismo, los negocios y hasta el ejercicio del poder y la dominación —en los ámbitos personal y de la política.

Todas, ideas que animan desde serias y profundas discusiones hasta comentarios triviales, como los de millones de hombres según los cuales no interesa lo que hizo Hefner, porque lo que importa es que vivió la vida como quiso: “rodeado de mujeres hermosas”. Él es su modelo, su paradigma. Punto.

Sin embargo, en un ejercicio de reflexión, algunos columnistas colombianos que se detuvieron en la muerte de Hefner dan elementos para considerar esa indiscutible figura de la segunda mitad del siglo 20 (venida a menos no solo por su edad, sino como consecuencia de la llegada de Internet, que golpeó severamente su exitosa revista impresa) en sus justas proporciones y, después de su muerte, seguir animando el necesario debate sobre la cosificación de la mujer como objeto sexual y comercial y, de nuevo, de dominación.

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El Espectador, por ejemplo, le dedicó su editorial este sábado, y recuerda que Hefner se convirtió “en un referente ineludible en la historia contemporánea sobre el sexo” y también le atribuye una fuerte influencia “en la lucha por la ‘liberación sexual’ y la libertad de expresión”. De hecho, aprovechó la amplia aceptación de su revista (“la esencia de su negocio era subversiva en un mundo reprimido en lo sexual: mujeres cómodas con su desnudez pública y hablando de sexo”) para, en sus editoriales, apoyar el aborto y los derechos civiles.

Pero advierte que la idea de “empoderamiento femenino” que tenía Hefner estaba signada “claramente” por “una intención machista”, y recuerda lo escrito por la periodista feminista estadounidense Susan Brownmiller (“La razón por la que Hefner apoyaba el aborto no partía de un sentimiento feminista, sino de un interés puramente estratégico”) y lo contado por la también periodista Gloria Steinem, que se infiltró en 1963 en uno de los clubes privados de Playboy (“Encontró un ambiente laboral donde las mujeres eran explotadas, humilladas y vistas como objetos intercambiables”).

“Para unas, fue héroe de la cruzada contra los tabúes sexuales. Para otras, el primer responsable de la cosificación de la mujer”, resume, en ese mismo medio, Julio César Londoño, que recoge en su columna llamativos datos de la biografía que escribió Gay Talese sobre Hefner, como que “nació en el hogar un contador alemán y una maestra sueca, puritanos ambos”, en el que “no había licor, tabaco ni naipes. Nunca se escucharon gritos ni palabrotas. Ni siquiera un portazo. Tampoco abrazos ni manifestaciones de afecto de ningún tipo”.

Londoño considera que, “hasta donde se sabe”, Hefner murió “convencido de que había realizado una función social clave, que su vida fue la de un cruzado, un humanista que luchó a falo partido ‘contra leyes absurdas y credos enfermizos que sólo han servido para ocasionar traumas, disfunciones, intolerancia y criminalidad’”. Y lo despide: “¡Paz en tu tumba, viejo sátiro!”.

Otra cosa piensa Catalina Ruiz-Navarro, para quien las mujeres que se desnudaban en Playboy lo hacían “ante el ojo de algún fotógrafo hombre, en representación de los ojos de todos los hombres, que al ver a estas mujeres las hacían existir en el mundo”. Agrega en su columna de El Heraldo que gracias a esa revista “en el mundillo liberal ‘machiprogre’ no está mal visto leer ‘excelentes artículos’ adornados con mujeres desnudas”.

“Ni siquiera están mal vistos chistes como que la revista era para leer con una sola mano, porque lo que hizo Playboy es que presentó la cosificación de las mujeres (la de siempre) como algo elegante, deseable (como siempre) y la naturalizó a tal nivel que en mi vida he tenido que escuchar cómo muchos hombres, sin tapujos, cosifican y se masturban con la mirada a nuestros cuerpos”, lamenta Ruiz-Navarro.

Para ella, el problema no es con el desnudo ni con el deseo, porque “ambos son necesarios y maravillosos”. El problema es “con el poder y la mirada. Quién mira este cuerpo, para quién lo mira, quién se lucra de esta mirada, qué cuerpos son sujetos que miran y qué cuerpos son objetos intercambiables […]. Y luego está esa presión tácita que sentimos todas, por querer vernos así, provocar deseo así, ya que de verdad sentimos que existimos cuando los hombres nos miran. Y nos preguntamos si ella, que provoca tanta atención tiene un poco más de libertad o es un poco más feliz”.

Y también despide al fundador de Playboy: “Bien ido, señor Hefner. ¡Bienvenido el cambio generacional!”.