Gerolamo Filizzola, junto con los hermanos Víctor y José Filizzola Ferrari, provenientes de Italia, inmigraron a causa de la devastación ocasionada por la primera Guerra Mundial, oriundos de la provincia de Rivello di Potenza, se embarcaron a finales del siglo XVIII en un buque de vapor en el puerto de Sicilia y luego de dos meses de navegación desembarcaron en La Guajira.
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Llegaron cargados de incertidumbre, pero con muchas esperanzas y la fehaciente fe en Cristo y la santísima Trinidad de salir económicamente adelante y la de forjar una familia en un territorio desconocido para ellos.
El apellido Filizzola sufrió variación por la facilidad de pronunciación Felizzola, su alta incidencia en el norte de Colombia, debido a que ingresaron por las costas en La Guajira dejando descendientes allí, en el Cesar, Santander y Norte de Santander.
Los esposos Pedro Joaquín Filizzola Lúquez y Virginia Vázquez Baquero, oriunda de El Plan, (prima hermana del viejo Emiliano Zuleta Baquero), se radicaron en la región del Espíritu Santo, de dicha unión nació una niña a quien al llevarla a la pila bautismal pidieron al sacerdote que la ungiera con el nombre de María Matilde.

Miguel Canales, luego de departir en una modesta tertulia de cuatro días en la finca ‘Sierra Montaña’ con Escalona, ‘Toño’ Salas, Beltrán Orozco y ‘El viejo Emiliano’, retornó a La Paz, bajo la mirada cómplice de sus vecinos, quienes estaban atentos a la bienvenida que le tenía María Matilde, quien eufórica por la prolongada ausencia de su esposo y quien al bajarse del Jeep, en el que se movilizaba con sus compañeros de parranda, no esperaba que ellos fueran testigos del imaginado y terrible desenlace que ocurriría al retornar a su casa.
En efecto, al empujar la puerta, este la sintió ajustada, María Matilde, disgustada y en señal de protesta atravesó entre los marcos una tranca de carreto y prohibió a su prole abrirle a su papá.
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Miguel, el ermitaño y a quien el maestro Escalona sonsacó para que no volviera más a la montaña, decidido no regresar allá; insistió por varias horas rogándole a su señora hasta lograr conciliar con ella un pacífico acuerdo.
Miguel, de rodillas, juró no volver a beber, con el perdón de su esposa y después de un ovíparo y suculento desayuno decide irse a su dormitorio a descansar.
Relajado en su aposento siente el pito de un vehículo que se acercaba y el murmullo de sus familiares, era Ovidio Ovalle y su compadre Rafael Escalona, quienes habían regresado cargados de energía, decididos en continuar con la faena, al cruzar palabras con María, ella, cumpliendo lo pactado, negó a su esposo y les manifestó que no se encontraba.


Miguel, aturdido e incómodo, quien al escuchar las ofertas difíciles de rechazar de sus amigos y que al oírlas se le hacía agua la boca, no aguantó más y salió de bajo de su cama donde inquieto y desesperado decidido a salir e incumplir el pacto que horas antes había hecho con su esposa. ¿Migue y tú y que no estabas? preguntó Escalona. “No si acabo de llegar. Entre por el traspatio. ¡Vámonos, que la demora me perjudica!”.
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