Economía
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Que el post COVID no lo vuelva de mal humor las 24 horas y los 7 días de la semana. ¡Ojo!
Imagino que esta historia le parecerá conocida o por lo menos alguna vez la escuchó:
Él era uno de esos adolescentes que no se quejaban por nada. Le iba bien en sus estudios y tenía seguramente unos padres que lo querían mucho y lo mimaban. Ciertamente, era un joven de buen ambiente, decente y con un notable sentido del humor.
Tenía gafas grandes con lentes ‘culo de botella’, muy pecoso y el más inteligente de su generación. Estatura media, flaco y algo desgarbado, aunque le insistían que elevara la cabeza, tuviera la espalda recta y mirará al frente, nunca por encima del hombro, como manda el manual.
Le iba bien en casi todas las materias, pero era un poco torpe y sin virtuosismo alguno en los deportes, lo cual lo dejaba en la mira de los montadores y los abusivos, de esos depredadores juveniles de la sociedad moderna.
Imagino que si estamos en una posición así, los amigos, querientes e incluso malquerientes, nos advertían la necesidad de defendernos y hacer algo para que nos respeten.
En estos casos el esquema siempre es el mismo: primero vienen los padres y lloran, luego los profesores y sus discursos, los videos y películas, seguido de amenazas, expulsiones y otras sanciones, pero el mal y su presencia está sembrado, no hay nada que hacer.
Entonces, ese joven noble y servicial, susceptible de incomodar a algunos porque sí, o se la montan toda la vida o sienta alguna vez un precedente. Antes o después. Imagino que el tema le parece conocido.
Un día el gordo Sánchez, el montador, le pareció que podía quitarle la gaseosa a nuestro pecoso, porque era salvaje, brutal y fuerte.
En ese momento, algo pasó, como si el tiempo y el espacio hubieran hecho clic en un segundo.
Mamado de que se la montaran, y por esa única vez, sacó fuerzas ocultas y represadas poniéndole la botella en la cabeza a ese gordo con tanta rabia que se la reventó.
El golpe fue demoledor y lo tumbó de una. El gordo en el piso se le había abierto la cabeza. Tenía una pequeña herida que requirió de sutura pequeña, además de un gran chichón entre el pómulo y el ojo.
Hubo sangre en la cara, escandalosa, pedazos de botella en el piso y ese frío que congela en estas situaciones.
¿Nacimos para aguantar? Como dice la letra de la canción de la famosa agrupación musical Calle 13 con esa lírica profunda, agresiva y radicalmente cierta. La pregunta, entonces: ¿cuánto podemos aguantar?
Veo a mucha gente de mal humor. Y eso se traduce en personas que claramente no están felices y mucho menos plenas. A un año de la pandemia, el encierro, los problemas económicos, la falta de libertad y el obligatorio cambio, este tema está generando problemas complejos.
La intolerancia, la rabia, el odio, la envidia, y sobre todo el mal humor se está tomando la vida de las personas, no solo en Colombia sino en el mundo entero. Incluso de aquellos que no tienen que padecer como la mayoría.
Los detonantes parecen repetidos, es como si tuviéramos la consigna de defendernos a como dé lugar.
El enojo es una emoción, un sentimiento básico del ser humano. Alguien que diga que nunca se molesta es un mentiroso. Y están los que reprimen el malestar hasta que un día estallan como el amigo de la historia, que un buen día como lo hacen las ollas a presión, destruyen lo que encuentran a su paso.
Ser incapaz de controlarlo o estar todo el tiempo de mal humor puede afectar muchas cosas. La salud mental y física, el ambiente familiar, el social y por supuesto el personal. Si usted es un padre o una madre enojada, sus hijos van a ser así. Ellos repiten lo que ven.
El enojo esclaviza y es muy malo cuando te pone en el terrible dilema de hacer lo que no quieres como humillar, ofender, golpear o cometer una locura de la cual te vas arrepentir. De esos están llenas las cárceles.
Una persona con mal genio todo se lo toma personal y reacciona violentamente, tiene poca paciencia y no puede controlar nada hasta que se le pasa la emoción negativa.
Omar El Shami en su libro ‘Como controlar el mal genio’ hace un recuento de técnicas para aprender a lidiar con el mal humor. Necesario ponerlas en práctica.
La alcaldesa Claudia López debería comenzar y dar ejemplo, pues su discurso agresivo tiene a la gente con los pelos de punta. O Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo, que parece siempre de mal genio y con ese cuento se sale con la suya.
En mi caso he tenido que hacer grandes esfuerzos para cambiar, porque reconozco que a veces soy de muy mal genio. La información de Colombia me enerva. Eso de las vacunas o el manejo de la pandemia me saca de casillas. Manejar por la Séptima, subirse a Transmilenio, el universo de gente pidiendo en cualquier esquina, el pago excesivo de impuestos y costos de servicios públicos, la ineficiencia general, el mal servicio al cliente, la falta de oportunidades, para que sigo.
Reconocerlo es un primer paso. Luego hay causas que lo exacerban como no descansar, el exceso de situaciones frustrantes, dilemas sin resolver, mentiras, preocupaciones y mucha soberbia, el peor de los pecados.
Hágase el favor y pregúntese: ¿Qué lo hace enojar? ¿Qué desencadena el mal humor? ¿Lo expresa o simplemente lo calla y reprime?
El mal genio es un problema porque la persona que padece de este mal termina haciendo o diciendo cosas que luego va a lamentar. Y el mal humor se paga, pues los seres queridos terminan sufriendo por nuestro comportamiento.
El mal genio, además, acarrea problemas serios de salud; uno desmedido puede desencadenar en la muerte.
Las personas justifican su mal genio todo el tiempo y pocos lo superan. Al final, como la historia de la botella, para un bravo siempre habrá otro más bravo.
¿Cómo sería la vida, si nadie pudiera ver? ¿Qué pasaría si todos fuéramos ciegos?
La tiranía es la desinformación
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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