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Las noticias cotidianas están «untadas» de esas «apuestas», sin ex profesa intención de los informadores de la radio y la prensa, particularmente.
Brotan espontáneamente porque ─con seguridad─ sus promotores están convencidos de que apostar es proyectar un determinado asunto y estar confiado en que eso saldrá airoso.
Colombia, nuestra Colombia querida, ofrece diversidad de facetas. Esa diversidad nos hace distinguidos en el orbe entero, aunque algunas de tales facetas sean vergonzantes. Aun así, eso no nos desentraña el amor por este terruño.
De entre todas esas «caras» colombianas me ocupo aquí de la de las «apuestas». No las apuestas que autoriza el Gobierno (chance, loterías y similares), con las que muchas personas intentan obtener fortuna en los juegos de azar. Hablo de las que, sin ser propiamente apuestas, «suenan» todos los días por todos los rincones de la geografía colombiana. Saltan de aquí para allá, de allá para acá y de acá para acullá.
Sus promotores son muchos. Particularmente están «enquistados» en algunos medios de comunicación, donde fungen motu proprio, y sin esperar nada a cambio, como tales. Pero ellos no son conscientes de esa labor, la desarrollan a diario sin darse cuenta de la promoción que hacen de Colombia como un gigantesco garito.
De qué hablo, preguntará usted. Ya lo sabrá en las siguientes líneas, no se inquiete. Las expresiones que le mostraré son la fiel radiografía de los garitos, esos sórdidos e ilusorios lugares públicos adonde acude mucha gente con el deseo de volverse rica con únicamente pulsar unos aparatos y poner un poco de dinero como case o apuesta. De cómo salen de allí ya usted sabe.
Este ciclo de «apuestas» es distinto. Es verboso. Y, sin embargo, adquiere un ribete singular porque en tales «apuestas» están involucradas disímiles situaciones: eventos, proyectos, programas del Gobierno, prospecciones sociales, cavilaciones sobre solución a problemas de nunca acabar, etcétera.
Las noticias cotidianas están «untadas» de esas «apuestas», sin ex profesa intención de los informadores de la radio y la prensa, particularmente. Brotan espontáneamente porque ─con seguridad─ sus promotores están convencidos de que apostar es proyectar un determinado asunto y estar confiado en que eso saldrá airoso.
Note usted cómo es el asunto a partir de estos enunciados informativos:
Como se nota con claridad, muchos compatriotas viven pensando en un juego permanente; en un ciclo interminable de apuestas, de uno y otro orden, para ver si algún día esos sueños se vuelven tangibles. ¿Será la falta de fe, de seguridad, de autoconfianza, o todo junto, lo que lleva a que muchos crean que solo con apuestas se conseguirá aquello que se persigue? Aunque no sean reales, ya dije; pero la retórica, la semántica, devela el pensamiento de esos ciudadanos. ¿Será facilismo para hacer las cosas? ¡Quién sabe!
No deja de ser peculiar ese estilo de presentación de las noticias: sobre el techo de un garito imaginario, el destino de muchas realizaciones ─particularmente gubernamentales─ se afianza en las «apuestas». Ese fenómeno es producido por una manida costumbre entre comunicadores colombianos: tomar un vocablo (sustantivo, adjetivo o verbo) y restregarlo, una y mil veces, en los ojos y los oídos de los lectores y oyentes. ¡Hasta que se vuelve casi un karma! La sinonimia brilla por su ausencia en el lenguaje de aquellos promotores de «apuestas» fingidas.
Porque, volviendo a los ejemplos que cité, el músico barranqueño, en lugar de apostarle a la fabricación de acordeones, puede proyectarla; el alcalde puede determinar la construcción del intercambiador vial, en vez de hacer apuestas para que se haga; los ganaderos podrán, sencillamente, poner a copular vacas con toros de razas taurinas para mejorar la producción de la especie, en lugar de ponerse a hacer apuestas para conseguirlo; los políticos podrán ser candidatos para la Gobernación en cambio de ponerse a jugar al azar; los futbolistas, simplemente, pueden optar por otras estrategias de juego para ganar, en vez de dejar los partidos a la suerte; los pequeños comerciantes de Cúcuta pudieron confiar en el restablecimiento de las relaciones colombo-venezolanas, para no dejar tan delicado asunto a expensas de una apuesta; los bumangueses, en lugar de andar haciendo apuestas para mejorar su cultura, podrán cambiar su comportamiento en los sitios públicos; y en la Alcaldía de Barrancabermeja debieron firmar un documento sobre ese programa de redención social, en vez de hacerlo sobre una apuesta.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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