El título del libro de hoy no podría ser mejor: “Filosofía ante el desánimo” (Planeta, 2021). Ese desánimo que nos ha invadido paulatinamente con la globalización y la virtualización del mundo en que solíamos transitar y que se agravó, muy seguramente, con ocasión de la pandemia. Este libro no es un manual de autoayuda, ni de motivación, ni de psicología pop. Se trata de un delicioso ensayo filosófico en donde el autor pone de relieve la problemática en que se ha convertido para el ser humano encontrar y construir su identidad en un contexto de nuevos y/o diferentes códigos – políticos, culturales, religiosos, emocionales, intelectuales, entre otros-, y diferentes mecanismos de relacionamiento en medio de la mayor revolución tecnológica de la historia.

Si bien podríamos decir que en todas las épocas el ser humano ha tratado de construir su identidad en relación con el contexto, lo cierto es que nunca habían sucedido tantos cambios tan acelerados y, sobre todo, nunca había existido tanta presión por “destacar en una sociedad donde «el infierno de lo igual» se presenta como una fosa de la que nos exhortan a salir…” en donde el eje fundacional de la identidad y del éxito es ahora lo laboral y solo se concibe el desarrollo personal dentro de él.

Un mundo en donde – sin ello ser bueno ni malo- la virtualidad ha reemplazado a la presencialidad, en donde la rapidez y la agilidad se han convertido en valores personales y empresariales, en donde idealizamos deseos perennes pero se nos enseñan acciones inmediatas.

Un mundo en el que, esto sí reprochable, la juventud ha menospreciado el valor y sabiduría de la vejez – a los viejos les toca seguirse haciendo valer después de toda una vida de trabajo, porque si no son considerados un estorbo-, desdeñando el valor de la experiencia de toda una vida.

 Un mundo en el que la voluntad está siendo entrenada para la recompensa inmediata. No se nos inculca que el esfuerzo y la disciplina en periodos extendidos de tiempo son los que dan lugar al éxito: se impone la cultura del influencer, de la rapidez. Se nos enseña consciente o inconscientemente, que la voluntad no tiene nada que ver con el deseo y que solo con visualizar algo ya podrás lograrlo pues el universo se encargará de poner las piezas en su lugar. Esa distancia entre el soñar y el hacer crea un desasosiego muy grande

Ni siquiera se priorizan los sueños. No hay consciencia del potencial de la voluntad, que tanto necesita formarse para lograr esos sueños: nos inculcan que todo lo que soñemos todos los podemos lograr. De ahí el que pululen la autoayuda y herramientas para volver a centrarnos.

José Carlos Ruiz (Córdoba, España) @srjosekarlos en TW, es filósofo de la Universidad Sorbona de París, doctor en Filosofía Contemporánea, profesor en la Universidad de Córdoba, y divulgador filosófico por lo que ha asesorado a varios medios de comunicación. En la Cadena SER conduce la sección semanal «Más Platón y menos WhatsApp», una joya del pensamiento crítico en un lenguaje para ciudadanos del común. Podemos apreciar un resumen de ese, su pensamiento crítico, en el podcast de GAP Talks:

El libro nos habla sobre cómo el hilo conductor del ser humano de hoy es convertir su pasión en producción. Es la construcción de la identidad con base en el entusiasmo y la pasión, minusvalorando el deber y la disciplina.

El fracaso postmoderno es justamente no lograr estar en el trabajo en el que te puedas realizar de forma personal. Jose Carlos nos habla de que el nuevo paria es el resignado laboral, aquel que no es capaz de encontrar lo necesario (emoción, capacidad, voluntad, determinación y disciplina) para perseguir y lograr sus sueños y…. rentabilizarlos. Nos dice que todo era más sencillo cuando escogíamos nuestras pasiones sin rentabilizarlas, cuando existía ese tiempo dedicado al ocio improductivo.

Y ahí es cuando nos autoinfligimos un castigo y nos volvemos en lo que Ruiz ha llamado “masoquistas hipermodernos”, seres que no entendemos el reposo, no comprendemos que está bien sentarnos a mirar las nubes sin hacer nada, todo ello porque no estamos yendo hacia nuestra pasión ni mucho menos rentabilizándola. Y así como existe el masoquismo hipermoderno, nos dice el filósofo que también existe el sadismo hipermoderno: los sádicos actuales son los haters en las redes, a los que no les importa causarte daño -ni siquiera beneficiarse ellos-, pero lo hacen por solo el placer de ver como sufres. Estamos llenos de masoquistas involuntarios y sádicos desgraciados.

Y es todo ello, dice José Carlos, lo que alimenta la violencia actual que se retroalimenta entre dos polos, el dolor de la caída y el entusiasmo de levantarse, nutrida, por demás, por la desconfianza que hace que percibamos al otro como adversario o competidor que genera una incredulidad en lo social… de ahí tanta gente que viva y muera sola porque todo lo puede sola y no necesita a nadie ni confía en nadie. A todos nos convencen de que podemos ser empresarios de sí mismos, tal como lo refiere el pensador Byung Chul Han.

Estamos en una sociedad en la que se generan, además, nuevas violencias relacionadas con la virtualidad – el no tener suficientes “me gusta” o suficientes seguidores-una violencia que se infiltra por doquier, y que ha impactado en forma especialmente brutal a las mujeres al punto que en 2003 la violencia de género se catalogó como epidemia por la OMS dada la gran cantidad de muertes que produce.

Gran parte del libro lo dedica a hablar de la relación entre placer e identidad, en la medida en que el concepto de lo que nos place – como concepto de goce, disfrute, deleite- ha cambiado a través de la historia. Los placeres se construían pedagógicamente para aleccionar al deseo. El deseo se subordinaba al placer y a la moral. Nos dice que, en la actualidad, se confunde placer con deseo: Los placeres de hoy se basan en la interconexión o globalización… todo lo deseamos, Nos enseñan que hay que sustituir rápidamente un deseo por otro para evitar el desánimo, independientemente del resultado. El deber se ha equipado al no placer y esto ha influido en la construcción de la identidad. Los placeres son efímeros entonces se necesitan más deseos. Y por estar registrando los mejores momentos, hemos dejado de disfrutarlos. Si seguimos así, nos dice José Carlos, al final los imbéciles seremos nosotros que, por andar mirando el smartphone no vamos a poder agarrar el bastón…

¿Qué hacer? Mucho por hacer. El autor nos lleva de la mano por pequeñas reflexiones de solución de carácter filosófico. Volver a priorizar, clasificar y educar los sueños y los placeres (intelectuales, sensoriales y emocionales) y las pequeñas rutinas que hay en ellos; volver a disfrutar de la lentitud; volver al goce de la amistad -presencial, de ser posible-; volver al imperio de los sentidos – todos-. Desconectarse y parar… y caminar deleitándose sin el propósito deportivo o sin medir las pulsaciones o los pasos y sin pensar mayor cosa. Vencer ese ritmo frenético y redescubrir ese andar como un elemento constitutivo de nuestra naturaleza. Practicar la transhumancia, ese habitar como peregrinos – no como meros turistas-, distintos lugares para ir enriqueciendo las raíces, adquiriendo riqueza y sosiego. Acudir a las periferias y construir refugios o espacios específicos que nos permitan la reflexión sobre los elementos que componen nuestra identidad.

Nos hace énfasis en que es primordial aceptar la pluralidad de elementos que nos van conformando, construyendo las estancias por las que iremos pasando a lo largo de nuestra vida, evitando edificarla solo a partir de un ámbito (lo laboral que crea un agotamiento por homogeneidad porque el capitalismo presiona para que el hábitat del trabajo sea homogéneo, nos dice). Nos anima a caminar por la vida dejándonos llevar por el ritmo que el pensamiento desee imponer, lo que implica abrirse a la naturaleza, a uno mismo, al otro, a la sorpresa, en fin, implica una apertura al saber. Marchar caminando es, pues, para Ruiz, rebeldía, es bajar revoluciones, es oxigenar el cerebro.

Estas y muchas reflexiones para no llegar o salir de la imbecilidad, la idiotez o simplemente del desánimo, son las que nos deja este estupendo y oportuno libro, en el que encontraremos muchas respuestas y también muchas preguntas que solo nuestras propias experiencias vitales podrán responder.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.