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Quieren que cumbre COP26 de Glasgow escuche las voces de los países del Sur, menos industrializados, pero más expuestos a los estragos del calentamiento global.
“Necesitamos que los líderes escuchen nuestras historias. Ellos no saben lo que es vivir temiendo por tu vida a causa de las inundaciones“, dijo la filipina Mitzi Jonelle Tan, de 23 años.
“De otra forma, nos van a dejar atrás”, añade esta joven que vive en la ciudad de Marikina, regularmente castigada por tifones que se vuelven más violentos.
Desde diciembre de 2020, AFP siguió a Mitzi Jonelle Tan y otros cuatro activistas de la plataforma Fridays for Future procedentes de Bolivia, Colombia, Nigeria o Kenia en la preparación de esta importante cumbre que comienza el 31 de octubre en Glasgow (Reino Unido) y se extenderá hasta el 12 de noviembre.
La activista filipina o el keniano Kevin Mtai, de 26 años, consiguieron el dinero para acudir a la cita, pero otros han visto sus viajes frustrados por la falta de medios, las restricciones del COVID-19 o la desigualdad en la vacunación.
Es el caso de la colombiana Catalina Reyes Vargas, de 25 años, que no ha recibido la segunda dosis de la vacuna contra el coronavirus a tiempo y, además, figura entre los países incluidos en la lista roja de viajes del Reino Unido.
Para ella, la COP26 es “histórica”, pero no alberga mucha esperanza sobre su desenlace. “Tenemos que prestar mucha atención a lo que se dice, pero gran parte del trabajo vendrá de los activistas climáticos“, dijo esta profesora de biología.
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Los activistas del conocido como “sur global” temen que su ausencia facilite que los líderes mundiales aborden la reducción de emisiones contaminantes sin tener en cuenta su afectación en la desigualdad en el planeta.
“No se trata solo de reducir las emisiones de CO2, sino también de qué manera se hace“, asegura la joven filipina.
Según el Centro de Recursos de Negocios y Derechos Humanos, la extracción de metales y minerales necesarios para la transición energética suele hacerse en países del “sur global” en detrimento de los derechos humanos.
Cuando en 2018, la entonces quinceañera Greta Thunberg inició su huelga escolar por el clima, alumbró el movimiento Fridays For Future que inspiraría a numerosos jóvenes de todo el mundo en los meses siguientes.
En agosto de 2019, 400 de ellos, sobre todo europeos, se reunieron en Suiza. Pero la pandemia llegó y los intercambios se trasladaron a la red, facilitando los encuentros virtuales entre activistas del norte y del sur.
“La crisis del coronavirus ha sido un momento de reflexión, parte de la cual se ha traducido en una mayor conciencia política respecto a la cuestión del sur global“, dijo Joost de Moor, investigador de la Universidad Sciences Po de París.
Algunos activistas del sur crearon dentro de Fridays For Future el grupo de “personas y regiones más afectadas”.
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“Cuando comenzamos, solo queríamos un grupo de conversación donde pudiéramos hablar y expresarnos en confianza“, explica Mitzi Jonelle Tan.
Rápidamente el grupo creció y se organizaron largas charlas entre los participantes para intercambiar puntos de vista y experiencias.
Algunos activistas temían que la cuestión climática quedara ocultada por otras problemáticas. “Pero, al final, la gente entendió que, sin esto, las personas más afectadas se quedarían atrás“, explicó la filipina.
“Para los activistas medioambientales del sur global, el cambio climático afecta directamente su calidad de vida, sus viviendas y su capacidad de conseguir alimentación“, dijo Sarah Pickard, experta en participación política juvenil en la Universidad de París 3.
Ahora, estos jóvenes quieren que sus historias y experiencias sean escuchadas en la COP26, vista por muchos como la última oportunidad para que la humanidad esquive un calentamiento global de consecuencias catastróficas.
El activista nigeriano Kelo Uchendu ha trabajado para hacer esta cumbre “lo más inclusiva posible”, aunque no sabe si podrá acudir puesto que le falta dinero y la segunda dosis de la vacuna anticovid.
En el norte de su país, la sequía y la desertificación ha desplazado a los pastores en busca de forraje y agua para sus vacas, lo que generó conflictos con otras comunidades dependientes de esos mismos recursos.
Kenia, el país de Kevin Mtai, vive invasiones de langostas y una larga sequía que, de no solventarse, en noviembre podría arrastrar a la hambruna a 2,4 millones de personas, advirtió recientemente el Programa Mundial de Alimentos.
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“Cuando veo a gente muriendo y sufriendo en Kenia, me siento culpable y afligido. Intentamos dar lo mejor de nosotros, pero nuestros líderes nos están fallando”, dice Mtai.
En Bolivia, jóvenes movilizados repararon en que los incendios forestales destruyeron en años recientes millones de hectáreas rurales donde viven comunidades indígenas.
“Hemos recomendado la creación de un comité para investigar estos incendios y promover el conocimiento y comprensión del problema”, explicó la activista y estudiante de derecho Michel Villarreal, de 19 años.
Los activistas acuden a Glasgow con sentimientos encontrados.
La filipina Tan confía poco en el resultado de la cumbre, pero cree en los jóvenes para mejorar la situación. “El verdadero cambio vendrá de las calles”, aseguró.
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