Bogotá
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A pesar de que algunos supongan que todo esto hace parte de una actitud premeditada de los jóvenes, la explicación tiene un sorpresivo motivo.
Un reciente estudio basado en imágenes de resonancia magnética revela por qué muchos adolescentes parecen ignorar las voces de sus padres y alejarse emocionalmente durante la pubertad. La investigación, publicada este noviembre de 2025, analizó a 46 niños y adolescentes de entre 7 y 16 años.
Ese grupo fue expuesto en una prueba, replicada por The Journal of neuroscience, a grabaciones de voces sin significado, pronunciadas por su madre y por dos mujeres desconocidas, mientras se registraba su actividad cerebral.
Durante los primeros años de vida la voz materna activaba intensamente áreas como el núcleo ‘accumbens’ y la corteza prefrontal ventromedial, zonas relacionadas con la emoción y la gratificación, lo que favorece una fuerte conexión afectiva entre el niño y sus padres.
A medida que los sujetos avanzaban hacia la adolescencia, aproximadamente hacia los 13,5 años, ese patrón cambió. El cerebro comenzó a reaccionar con mayor intensidad ante voces ajenas que ante la de la madre.
Este fenómeno no se interpreta como un rechazo emocional hacia los progenitores, sino más bien como una señal evolutiva de que el joven prepara su tránsito hacia la autonomía y la interacción social más allá del entorno familiar.
El cambio cerebral refleja una transformación adaptativa que permite al adolescente empezar a explorar su entorno, relacionarse con iguales y ganar independencia sin dejar de vincularse afectivamente a su familia.
Este descubrimiento aporta una nueva perspectiva al tradicional conflicto entre padres e hijos adolescentes. Comprender que el distanciamiento o la aparente indiferencia no proviene necesariamente de una conducta intencionada sino de un proceso neurológico natural puede cambiar el enfoque en la dinámica familiar. Los padres pueden interpretar esta etapa como una fase de desarrollo más que como un problema relacional.
A partir de esta visión, se abre la posibilidad de adaptar la comunicación y el acompañamiento a un nuevo esquema en el que el adolescente no rechaza a la familia, sino que su cerebro está dotado para ir redefiniendo su foco hacia nuevas voces y estímulos sociales.
En definitiva, lo que para muchos adultos puede interpretarse como rebeldía adolescente debe entenderse como un paso necesario del desarrollo cerebral. Esta etapa tiene como objetivo natural facilitar la independencia, integrar al joven en nuevos entornos sociales y fortalecer su identidad personal.
La ciencia demuestra que durante la pubertad el cerebro “reconfigura” sus preferencias de estímulos para favorecer esa transición evolutiva hacia la autonomía.
Apoyar a los hijos adolescentes durante los profundos cambios cerebrales que están experimentando implica primero reconocer que esta etapa no es simplemente “una fase rebelde”, sino un periodo de desarrollo neurológico intenso, según The Annie E. Casey Foundation.
Los adolescentes atraviesan una reorganización cerebral marcada por la maduración del lóbulo prefrontal (vinculado a la planificación, razonamiento y toma de decisiones) y por el crecimiento de redes neuronales que facilitan la autonomía.
En este sentido, fomentar rutinas saludables se vuelve fundamental. Garantizar un descanso adecuado es clave, ya que el sueño ayuda a consolidar la memoria y a equilibrar las emociones.
Las investigaciones indican que a pesar de no dormir el tiempo ideal, los adolescentes que se acuestan más temprano y duermen más tienen mejores funciones cognitivas. Por ello, los padres pueden favorecer ambientes de sueño consistentes, limitar el uso de pantallas en la noche y promover actividad física regular.
Otro pilar para brindar apoyo es cultivar una comunicación empática y respetuosa. Durante esta fase, el cerebro adolescente está especialmente influido por estímulos sociales externos y emociones intensas, indicó Neuroscience news.
En lugar de culpar al joven por sus reacciones, los padres pueden adoptar la llamada “paternidad reflexiva”, donde más que corregir comportamientos, se exploran los pensamientos y sentimientos detrás de ellos. Esto fortalece la conexión y da espacio para que el adolescente desarrolle habilidades de regulación emocional.
Además, es beneficioso promover desafíos cognitivos adecuados que estimulen la constante reorganización neuronal de esta etapa. Aprendizajes nuevos, debates, lecturas y actividades grupales pueden aprovechar la plasticidad cerebral típica de estos años.
Complementar estos estímulos con afecto, límites claros y seguridad emocional crea un entorno con menos estrés y mejor predisposición para el crecimiento saludable.
Finalmente, reconocer los errores, las dudas y los tropiezos como parte del proceso y no como fallos permanentes contribuye a su resiliencia. Entender que los adolescentes están construyendo su identidad cerebral, social y emocional permite acompañarlos con paciencia y coherencia.
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