Ceremonia o la ausencia de ética de las élites latinoamericanas

Opinión
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Reseña de la última novela de Felipe Restrepo Pombo

El reciente ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolivar 2021, en la categoría de Crítica, por su artículo “Luis Caballero, una pasión inquietante”, publicada en @malpensante, es el escritor cuyo libro reseñamos el día de hoy: Felipe Restrepo Pombo @felres.

Felipe estudió literatura y comenzó su carrera periodística en la revista Cambio, trabajando junto a Gabriel García Márquez. En 2013 fue editor invitado en la revista Paris Match, en Francia. En 2015 fue invitado por MacLehose Press a editar el libro The Sorrows of Mexico, ganador del PEN Award. Posteriormente editó dos antologías en la colección Crónica de periodismo narrativo. En 2018 fue escritor en Residencia del British Council en Gales. Ha trabajado para numerosas revistas: EsquireSemanaArcadia, El Espectador y Gente. Durante 6 años se desempeñó como editor en jefe y director de la revista Gatopardo de la Ciudad de México.

Ha publicado en varios géneros, de ficción y no ficción: la novela Formas de evasión (Seix Barral, 2016), sus libros de perfiles Nunca es fácil ser una celebridad y 16 retratos excéntricos, y una biografía del artista Francis Bacon titulada Retrato de una pesadilla (Panamericana, 2008). En 2017 fue incluido en la lista Bogotá39, que destaca a los mejores escritores menores de 40 años de América Latina.

“Ceremonia” (Editorial Planeta, 2021), nos describe crudamente la historia del ascenso y caída de una familia de la aristocracia colombiana, pero que fácilmente se extrapola a cualquiera latinoamericana. No hay un único protagonista, sino varios a lo largo del tiempo, pero también en cada uno de los tiempos presentes relatados en la novela. Para el efecto, el autor nos trae un cuadro genealógico al inicio del libro, que nos guía en la lectura de cada uno de los capítulos.

El libro tiene 26 capítulos divididos en 5 partes: “Una vida que nos pertenezca”, “La secta”, “El pasado es una bestia salvaje”, “Deudas ajenas (La tecnología de la felicidad)” y “Una tempestad”, cada uno con epígrafes que describen lo que va a suceder en cada uno de los capítulos. No hay un solo protagonista. El protagonista es todo el clan Ibarra. Una familia caracterizada por una larga costumbre de llevar una doble vida, porque de lo contrario la única solución hubiera sido para ellos saltar al vacío.

Nos encontramos, pues, frente a 3 generaciones que comienzan con Arturo Ibarra, el pater familias de esta historia, un terrateniente que se enriquece con la explotación de minas de carbón, un personaje que inicia el ciclo de las dobles vidas de los personajes masculinos de esta familia. Un personaje que construye un gran emporio político, económico y social alrededor de su hacienda Santa María y que, a pesar de sus grandes destrezas y disciplina en el ámbito empresarial, deviene en un depravado sexual que es capaz de enviar a su familia a la capital para que le dejen hacer sus porquerías. Magdalena, su esposa, es apenas un adorno, no solo en el libro, sino en la realidad intrínseca del relato.

En segundo lugar, tenemos a Mauricio, el primogénito de Arturo y Magdalena y el padre de Daniela, Patricio y Valeria. Mauricio es el hijo despreciado por su padre, en un despliegue de patriarcado y machismo, el hijo resentido que, por esas carambolas de la vida – carambolas que son justamente gran parte de la trama del libro, termina manejando los hilos de la hacienda familiar. Mauricio es un retrato fiel del típico aristócrata millonario, golfista, ejemplo a admirar como miembro de sociedad y de club, pero eso sí, ícono de la discriminación hacia otros, evasor de impuestos, hombre corrupto y sin la menor ética personal, familiar, social o empresarial siendo, por supuesto, el mejor guardador de apariencias.

Mauricio en su juventud, bien hubiera podido ser uno de los protagonistas masculinos y medio matones de ese gran libro de María del Mar Ramón, “La Manada”, que reseñé hace unas semanas en este mismo espacio.

La esposa Genoveva, y las hermanas de Mauricio, por supuesto, terminan siendo unos parásitos de la fortuna familiar. La breve aparición de una de ellas, que vive en el exterior, como “madrina” de la carrera artística de Valeria, no nos quita esa sensación.

En tercer lugar, tenemos a Patricio, el hijo mayor de Mauricio, un joven homosexual y drogadicto, víctima del círculo social y patriarcal en el que ha nacido, un ser que detesta el peso que significa cargar con el apellido Ibarra y que, si pudiera tomar la decisión de escapar de esta estirpe, lo haría sin dudas. Su amigo Tomás, su primer amor, un tercero ajeno a la familia pero que termina con todo el peso de su hecatombe, desde la distancia, no logra salvar a Patricio – que pareciera encontrar el amor en los suburbios más miserables de la ciudad – ni a su familia de una catástrofe anunciada. Una catástrofe que no alcanza a ser ni eso, que escasamente llega a “decadencia difusa”.

En cuarto lugar, nos encontramos con Daniela, hija de Mauricio y hermana de Patricio, casada con Juan José, la mano derecha de un candidato presidencial de la más rancia derecha de país, con cuya fastuosa boda – que intenta acallar la verdadera situación económica del negocio familiar – comienza el libro, un ritual de socialités en el que adivinamos lo que se viene encima en cada uno de los capítulos del libro.

Daniela, un ser de una vacuidad infinita, se refugia en uno de esos grupillos de coaching de carácter internacional inclusive – o se podía esperar menos de una Ibarra, tan de moda en nuestros días, en donde se mezclan a conveniencia conceptos espirituales con autoayuda y nociones empresariales, grupillo en el que transitoriamente logra encontrar un lugar antes de la catástrofe final. Sorprenden las ilustraciones en el libro, relacionadas con la doctrina del grupo así como la transcripción de sus teorías discursivas, tan creíbles que uno llega a pensar que se trata de la nueva ética del presente que nos acongoja.

Por último, está Valeria, la intelectual, la artista de la familia, una de las la únicas que se hace cuestionamientos, pero que no logra desasirse, escapar, de la cárcel que significa ser una Ibarra.

Todos los seres del libro son huecos, de escasa profundidad sicológica y espiritual, tal como lo es la sociedad misma que Felipe describe. Pero sobre todo abunda la ausencia de ética, como si este concepto fuera solamente la custodia de las formas sociales aceptadas en un determinado momento histórico y no una verdadera reflexión sobre lo correcto y lo incorrecto, sobre el bien y el mal. Como Tomás lo dice: tienen el alma muerta.

En suma, una ruda fotografía de la aristocracia latinoamericana, que no solo ha normalizado sino exaltado tantos comportamientos socialmente ímprobos, desechando cualquier motivación ética, mucho menos espiritual, para su realización.

Muchas veces hemos oído que los libros de ficción literaria, más que los de historia, son aquellos capaces de retratar tan detalladamente un contexto y una sociedad. Estas descripciones son demasiado cercanas, es el mundo en el que vivimos, sí, el que sale en las revistas y redes sociales y en los programas del jet set. Este será un libro para la posteridad. Toda aquel que quiera saber cómo eran las aristocracias y clanes familiares latinoamericanos, podrá encontrar acá un tesoro descriptivo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.

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